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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Me estoy quitando

Después de la entrevista con mis compañeras hace una semana, de la que salí por pelos, me puse a reflexionar mientras fumaba un cigarrillo. Y fíjense cómo debo estar de intoxicada, que mirando el paquete me pareció leer: "Las autoridades sanitarias advierten que el Plan perjudica gravemente su salud mental y la de quienes le rodean".

¡Claro! Me dije: -Ese es el plan. Que le demos vueltas y más vueltas hasta que se nos disuelvan las neuronas y nos abandonen los amigos, la pareja y el desodorante. Como todos los vicios no se pueden quitar a la vez, decidí quitarme el Plan de la cabeza y salí al kiosko a por papel couché y con esa munición, a la peluquería. Lo cual, como advertí en seguida, es una redundancia.

"Ya no hay milagros cuando los súbditos se han convertido en ciudadanos"
"Las autoridades sanitarias advierten que 'el Plan' perjudica su salud mental"

Porque tanto las revistas como la peluquera hablan de lo mismo, o sea, de Leticia y el Príncipe. Aquí por lo menos se trata de amor. Y "no cabe duda de que están verdaderamente enamorados. Porque mira si no, cómo se miran". Ha ahí la prueba definitiva para mi peluquera; que es muy didáctica y me pone en seguida al corriente de las problemáticas. En este caso hay problemática; de la cual proviene el conflicto. Y cualquiera se calla; porque quien niega el diálogo niega la solución (ya estoy recayendo).

Un problema por lo visto es la sangre azul.

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"-¿El Erre Hache"?-pregunto incorrectamente. Y recibo un tirón en el pelo, como pequeña advertencia para que no le interrumpa diciendo bobadas. El problema con la sangre azul parece que tiene que ver con el protocolo y con saber estarse callada. Que una cosa es la independencia femenina, por ejemplo la de la peluquera, que como dice ella misma, no se dejaría avasallar por ningún hombre; y otra distinta, saber comportarse como futura reina. Porque no sólo no se calló sino que además le dijo al Príncipe "Tú cállate" y encima hicieron esperar a los Reyes.

-"Pero no te preocupes" -me tranquiliza en seguida- "ya aprenderá. Que buena es la Reina para no enseñarle. Y ella misma tampoco es tonta, sino con mucha preparación".

Con esa explicación me tranquilicé un poco. Porque con lo de ser francesa, tengo acerca de las monarquías un prejuicio un poco radical. La verdad es que no había pensado mucho en ello últimamente. O sea, desde aquella noche 23 de Febrero en que vi al Rey en televisión y me sorprendí a mí misma diciendo entre lágrimas: "Pero que majo y qué valiente es".

Ahora mi peluquera ha ido a impartir docencia a otra clienta, dejándome con la manicura que es más callada. De manera que he podido relajarme pensando en reyes y presidentes de la République. Mientras desfilaban por mi mente esas imágenes, he observado que mis presidentes se han comportado casi siempre como más egregios o majestuosos que mis reyes. Cualquiera se olvida de De Gaulle y hasta de Chirac sin ir más lejos. En cambio el Rey, quizás porque primero fue Rey; desde que el 23-F se hizo hombre, no necesita de tanta pompa y circunstancia como si fuera un presidente. Él ya fue consagrado aquel día como símbolo de todos y a la vez como uno de nosotros.

Lo malo de los milagros es que son irrepetibles, sobre todo cuando los súbditos se han convertido en ciudadanos. Así que hay que resolver el conflicto (sin K) entre ser símbolo de todos y a la vez ser uno de ellos; entre estar por encima de la ley y sometido a la soberanía popular. Esta contradicción metafísica entre el ser general y el ser particular, entre ser un símbolo y ser una persona, encuentra solución sólo en los arquetipos. Es decir, en las estructuras míticas alojadas en las raíces de la mente, como descubrió Ernst Jung. Y exactamente la solución la encontramos en Cenicienta. Ahí tenemos todos los ingredientes: El Príncipe en el palacio y la chica en el pueblo. Una conjunción mágica de astros hace que la calabaza se convierta en carroza y los ratones en caballos y lacayos. La plebeya se convierte por unas horas en princesa. Lo malo es que estas cosas duran poco; pero cuando el hechizo se deshace al sonar las doce campanadas, siempre nos quedará el zapato. Una herramienta metafísica con inteligencia para reencontrar princesas. Con esa llave, el Príncipe podrá reunir el mundo de lo general y el de lo particular, el de la patria y el de los ciudadanos, cuantas veces alguien ose poner en duda su unidad.

Ahí reclinada y medio adormecida, me he dado cuenta de que este relato (que no un cuento) proseguirá felizmente sin que la borrasca disgregadora que amenaza por el norte, logre evitar que comamos perdices. Toma ya, lo que puede dar de sí una tarde de peluquería y manicura.

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