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Columna
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Cambiar el cambio

Josep Ramoneda

El éxito político tiene un solo parámetro: el poder. CiU y el PSC pierden ambos en torno a 150.000 votos. CiU conserva el poder y su fracaso electoral se convierte en victoria. El PSC pierde por séptima vez y su fracaso electoral no tiene paliativos. Una vez más se ha demostrado que es muy difícil ganar unas elecciones desde la oposición sin aumentar el número de votos. El aspirante sólo puede conquistar el título si juega al ataque, el combate nulo da la victoria al campeón saliente.

¿Por qué ha fracasado el PSC? Desde sectores nacionalistas se pone el énfasis en los apoyos envenenados que vinieron de fuera. José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra más que a ayudar a Pasqual Maragall parece que vinieron a hundirle. No creo que se deba sobrevalorar el papel de estas "malas" compañías. Aunque es cierto que dieron el sonido de fondo adecuado a la furiosa campaña de descalificación de los socialistas por deslealtad a la patria que emprendió Artur Mas en los últimos días. Estos ruidos, sin el acompañamiento de Bono y Rodríguez Ibarra, quizá habrían calado menos. Pero hay otras razones más importantes.

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Sigo pensando que el icono de esta campaña electoral es el momento en que en el debate televisivo Mas le espeta a Maragall: "Usted no cree en Cataluña". Y Maragall no contesta. Es un icono que ilustra dos defectos fundamentales de la campaña socialista: el exceso de confianza (que a veces parece como si fuera una irracional conciencia de ser los mejores, nada distinta de la autocomplacencia nacionalista) y la obsesión por ir a ganar en el espacio nacionalista.

Maragall no se inmuta porque tiene la sensación de que nadie puede dudar de su condición profundamente catalanista: porque lo es y porque ha sido el eje de su campaña. Sin embargo, ha sido sembrando de modo constante esta duda que Artur Mas ha hecho mella en un sector del electorado suficiente para salvar los muebles (o para seguir mandando votos a Esquerra, porque la campaña de Mas tiene también muchos peros, y haber engordado al partido de Josep Lluís Carod es el mayor de ellos). Al no reconocer la gravedad de la acusación de Mas, Maragall pierde una oportunidad de dar el golpe de autoridad que distingue a un presidente y cortar de raíz la campaña descalificadora emprendida por su rival. Al callarse, Artur Mas se siente envalentonado, y reafirmado en la estrategia que le permitirá conservar los votos decisivos en el sprint final.

Una vez más -y algún día deberán reconocerlo-, los socialistas han tropezado con la misma estrategia: queriendo ganar en el campo del adversario, no han conseguido penetrar en el voto nacionalista y, en cambio, se han quedado una vez más sin capacidad para movilizar suficientemente a su electorado tradicional de las elecciones generales. Las caídas de votos en las ciudades del cinturón barcelonés son espectaculares. Sólo en Santa Coloma, para señalar una ciudad emblemática, pierden diez puntos. Si realmente se hubiera lanzado un mensaje sugerente para la totalidad del electorado socialista, Maragall probablemente no habría cometido el error de no parar los pies a Artur Mas porque no habría dado nada -ni siquiera su indiscutible catalanismo- como adquirido de antemano.

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Con todo, hay otras muchas razones que han jugado en contra de los socialistas. Algunas de ellas desbordan el marco catalán. La principal de todas, la dificultad que tiene en toda Europa el socialismo democrático para definir una alternativa real a las derechas nacionalistas gobernantes. Una dinámica de cambio de verdad, de las que hacen bola de nieve y están en la calle desde muchos meses antes de las elecciones, sólo se consigue desde un mensaje que adquiera un carácter muy distintivo e innovador a la vez. En este sentido, el socialismo catalán no está solo: otros partidos europeos, empezando por el español, están sufriendo los mismos problemas de identificación ideológica y de vinculación representativa con sectores sociales activos. El cambio sin más no era suficiente, primero porque los deseos de cambio de la ciudadanía eran más bien superficiales, y segundo porque este eslogan ha sido muy maleado y gastado por la experiencia del PSOE en España.

La debilidad del PSOE de Rodríguez Zapatero podía parecer un factor positivo para Maragall: le permitía imponer ciertas condiciones que aligeraran la carga de las obligaciones de familia. Pero en realidad ha ocurrido lo contrario: parte de su electorado ha sentido dudas y ha seguido en la abstención o se ha ido al PP.

El PSC da la imagen de un partido gris y gastado, tan viejo como la propia CiU, con el agravante de que CiU ya había hecho los deberes del relevo generacional y el PSC no. El nacionalismo es un buen cobijo en momentos de mudanza, en que el mundo se mueve sin que se sepa hacia dónde. Su maleabilidad se adapta bien a las exigencias de las políticas económicas conservadoras. El socialismo tiene muchas dificultades para ser lugar de acogida en tiempos de desamparo. Artur Mas es el John Major de Jordi Pujol. Tony Blair tuvo que revolucionar a su partido para ganarle.

Pasqual Maragall siempre ha sido mejor gobernante que candidato. Estoy convencido de que Cataluña ha perdido un presidente que habría dejado huella. Su rivalidad con Pujol ha dominado la vida catalana de estos últimos 20 años. La ciudadanía probablemente les veía muy asociados, y parece haber entendido que sus carreras estaban tan ligadas que uno no tenía sentido sin el otro.

En cualquier caso, me sigue pareciendo lamentable que para ganar unas elecciones se tenga que poner en duda el patriotismo de los rivales, acusarles de traidores y de sumisión a fuerzas exteriores. Lo hizo José María Aznar, lo ha hecho ahora Mas y mientras dé votos se seguirá haciendo, pero esto no impide que me parezca repugnante y que indique una preocupante negación de la complejidad del demos catalán, rico en lealtades múltiples.

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