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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Quién ha ganado?

Joan Subirats

En estas elecciones de cambio, el electorado catalán se ha inclinado por dar señales nuevas, pero también dispersas, de su voluntad. Por una parte, ha decidido seguir castigando a los partidos institucionales. Seguir diciéndoles que su manera de entender la política está cada vez menos en sintonía con los retos de los nuevos tiempos. Entre CiU y el PSC han perdido miles y miles de votos. Queda el (gran) consuelo de que siguen siendo con mucho los más votados y los que cuentan con mayor representación parlamentaria. Pero ya no deciden solos. Los hijos se han hecho mayores y no aceptan ni paternalismos ni golpecitos en la espalda. Más participación, más electores jóvenes y viejos cambiando de voto o dando señales de que la cosa ha de cambiar. Pero, ¿hacia dónde?

Ha ganado el cambio como no continuidad. Y nada sería peor que todo se saldara con una coalición de perdedores
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Uno de los problemas de Pasqual Maragall es que daba por supuesto que su tirón electoral acabaría despejando las dudas e indecisiones que su partido y su partido federado y amigo (?) despertaban en buena parte de un electorado cansado de tantos años de pujolismo. El país en el que todos los sueños se harían realidad y en el que todas las maravillas serían posibles ha acabado trastocándose en una victoria en votos por la mínima, un segundo puesto en escaños, y una sensación de miel en los labios que se tornó amarga a medida que pasaba la noche. Victoria en votos aun perdiendo, buen resultado en escaños pero insuficiente, y fracaso personal con relación a las expectativas.

Nuestros inefables convergentes no cabían en sí de gozo. El olfato y las señales que recibían de la última semana les hacían concebir esperanzas. Por si acaso hicieron despejar el balcón del Majestic. En estos meses han echado el resto. Se han gastado lo que tenían y lo que no teníamos, pero se jugaban el ser o no ser. La apelación a salvar Cataluña de algo que ellos han practicado siempre ha acabado funcionándoles, y han ganado las elecciones si por ello entendemos tener más escaños que otros. Pero desde mi particular punto de vista, han perdido las elecciones si por ello entendemos seguir encarnando en exclusiva el ideal patriótico, el todo vale por Cataluña. Por tanto, la dulzura de una noche no les ahorrará los sinsabores de llegar agotados y contaminados por más de 20 años de gobierno. Desde mi punto de vista no hay cambio con ellos.

Esquerra Republicana ha acumulado expectativas de cambio y votantes. Un partido a la vez histórico y con pedigrí patriótico fuera de cualquier discusión. Con un pasado tortuoso reciente, pero certeramente liquidado. Conducido con mano firme e inteligente y con un mensaje de renovación moral inequívoco por Josep Lluís Carod Rovira. Un Carod Rovira que cada día que pasa se le ve más asentado en su condición de king maker, sin renunciar a ocupar el trono cuando ello sea posible, y con el único, pero no menor, inconveniente de saber hasta qué punto el duplicar votos y escaños y convertirse en todo aquello soñado, no pueda acabar convirtiéndose en un empacho por falta no tanto de personalidad y capacidad de liderazgo como de mimbres organizativos y de capacidad de maniobra. Sobre todo, cuando además los poderes económicos y mediáticos han puesto un interrogante al lado de su bigote y presionan a convergentes y socialistas para que olviden pasadas rencillas y recientes promesas electorales, y "por el bien de todos" (es decir, de algunos) asuman, por la vía de la "gran coalición", el "penoso" y lampedusiano deber de hacer ver que todo cambia para que todo siga igual.

Iniciativa ve con orgullo como, tras años de lamer sus heridas fratricidas y buscar nuevos horizontes políticos, ha logrado no sólo recuperar una parte de su patrimonio histórico, sino lo que es más importante, consolidar una nueva y original posición política centrada en la alternativa a la globalización, en la radicalidad social contra la pobreza y la exclusión y en la defensa de un territorio entendido como identidad y patrimonio colectivo. Y ha manifestado inequívocamente que no cuenten con ellos si el cambio se convierte en un lifting convergente con nuevos aliados.

El Partido Popular crece, sumido en el ostracismo que genera su radicalidad aznarista, sin base social conocida, con votos trabajados en el temor y desde sus poderosas conexiones mediáticas, y con índices de rechazo sin precedentes en un sistema político como el catalán, que conserva las formas y el diálogo político como una seña de identidad propia. Sus reacciones ante los resultados tratan de ahondar los temores. Josep Piqué, más inteligente que los voceros de Madrid, no habla de que Cataluña se parece cada vez más a Euskadi. Simplemente apunta a que no vamos bien y hace guiños a los sectores conservadores del electorado convergente mirando de reojo al mes de marzo

En definitiva, las tendencias del 25 de mayo ahondadas y matizadas en el nuevo escenario autonómico. ¿Quién ha ganado? Ha ganado el cambio. No el cambio maragalliano. No el relevo de Artur Mas. Ni tan sólo la dignidad de Carod. Ha ganado el cambio como no continuidad. Nada debería ser igual. Y nada sería peor que todo se saldara con una coalición de perdedores. Por muchos votos y escaños que atesoren. La crisis de legitimidad podría ser muy significativa. Hemos de recordar no tan sólo las promesas electorales al respecto, sino sobre todo que las dos formaciones más conectadas con los nuevos movimientos sociales y que más han propugnado la movilización de la sociedad civil ante la reforma del Estatut y ante la necesidad de cambiar el modelo de sociedad construido por la coalición convergente son precisamente Esquerra e Iniciativa. Estamos frente al gran problema de cómo gestionar los resultados. Pero también tenemos la gran oportunidad de plantear la política y su relación con la sociedad en otro contexto ofreciendo espacios para que crezca la responsabilidad colectiva sobre los problemas públicos. En estas próximas semanas hemos de exigir transparencia en los pactos y responsabilidad en los compromisos. Continuará.

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