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Columna
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Petróleo

Miquel Alberola

Muchas de las respuestas a los interrogantes que asestó en el horizonte el 11 de septiembre, renovados en cada atentado posterior y en la dimensión de su propia frecuencia y efectividad, también están en Arabia Saudí. La lucha por el poder por parte de las principales familias saudíes está en la raíz de cualquier camión estrellado cargado de explosivos entre Asia y África. Cada una de esas deflagraciones, por debajo de la lírica de la resistencia y el antiimperialismo, trata de derribar al rey Fahd, aliado en su doble inmoralidad con Estados Unidos. Su sucesión, en la monarquía y en la antigua Aramco (Arabian-American Oil Company), es la auténtica globalización y madre de todas la batallas. El petróleo, por repetirlo con la precisión de Ryszard Kapuscinski, da grandes ganancias y no crea graves conflictos sociales: no genera grandes masas de proletariado ni tampoco importantes capas de burguesía. Un país con una economía diversa neutraliza los efectos perversos de esa realidad, cuya inmediata consecuencia es un freno a los resortes que han propiciado el progreso en el mundo. Sin embargo, como monocultivo, el petróleo desarrolla todo su sombrío potencial para eternizar y fortalecer modelos que la historia ha dejado obsoletos. El petróleo ha perpetuado el feudalismo medieval en la región y lo ha conectado con Internet, abriendo un abismo entre su clase dirigente y el resto de la población. Los grandes beneficios que ha proporcionado no sólo no han repercutido en la mejora de la capacidad adquisitiva de la sociedad local, sino que la han alejado más de una casta dominante que se alicataba en oro el retrete mientras justificaba en el islam su supremacía. En 1973, con la cuarta guerra árabe-israelí, la del Yom Kippur, el embargo petrolero inspirado por Arabia Saudí cambió la estructura de la economía del planeta y mostró un camino: tensionar el precio del crudo y cultivar el conflicto árabe-israelí para deslocalizar la desesperación de los desfavorecidos hacia enemigos exógenos. Ahí nació Bin Laden y empezaron a morir Anuar el Sadat, las víctimas del World Trade Center y la lista incesante que alimentamos cada vez que le llenamos el depósito al coche.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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