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¿Qué tienen de malo nuestras luces navideñas?

Xavier Monteys

Hace dos semanas ha saltado la noticia de que 26 calles barcelonesas estrenaran "luces navideñas con firma". Hace ya tres años que en algunos periódicos se inició esta campaña contra las luces navideñas con artículos que afirmaban que "la estética de las luces navideñas no se corresponde con la Barcelona de diseño" (La Vanguardia, 22 de diciembre de 2000) y con titulares como 'Arquitectos y diseñadores claman por un cambio estético' o 'Y dale con la luz decadente' (La Vanguardia, 23 de noviembre de 2001).

Según el concejal Jordi Portabella, con las actuales luces, "la imagen de modernidad, diseño y creatividad que proyecta Barcelona en el exterior no quedaba reflejada". Poco a poco Barcelona pierde sus características más anónimas para entregarse a las obras de autor, que son los responsables de que "la imagen" que proyectemos al exterior sea la adecuada, o sea, la que corresponda a la "millor botiga del món".

Lo malo de sustituir cosas no es que se desmantelen o derriben, es que se cambien por cosas peores

Algunos de los diseños presentados sustituyen las actuales luces de bombillas, a las que prestamos una distraída atención, por otras con siluetas de muñecos interactivos que se iluminan al detectar el paso de los peatones (con lo que supongo que acercaran la estética del semáforo de peatones a las luces navideñas). Otros han optado por la decoración explícita. Parecen haberse dicho: "Ya que esto es una gran tienda, ¡pues bolsas de color rojo colgadas!", con lo que consiguen una imitación invernal de la decoración de las calles de Gràcia durante su fiesta mayor.

El 23 de noviembre de 2001 Juli Capella, presidente del FAD, se expresaba así en una "reflexión" sobre dicha iluminación: "Al menos que no nos dé vergüenza mirarlas. Parece mentira que prevalezca la horterada y falta de imaginación de modo tan flagrante en Barcelona" y añadía: "Es culpa de todos, que nadie se escude". En eso acertaba, "es culpa de todos", o sea, nos implica a todos de un modo natural. Es decir, son nuestras, feas o no, son así y tal vez su mayor valor resida en eso. Una institución como el FAD es la primera que sabe que dentro de unos años alguien catalogará las viejas luces y nos parecerán entonces espléndidas, como ya ha ocurrido cuando algunos descubren fascinados los anuncios anónimos de latas de sardinas de los colmados.

Lo malo de que en la ciudad se sustituyan cosas no es que se derriben o se desmantelen, lo verdaderamente malo es que se sustituyen por cosas peores. Por lo menos en arquitectura es así. El viejo hotel de la plaza de Espanya de Nicolau Rubió i Tudurí tal vez no era una gran obra, pero el de ahora no es mejor. Lo malo de la desaparición del café Zúrich es que el de ahora no es mejor y el edificio que lo alberga es el peor de la plaza de Catalunya; su único mérito es que ahora El Corte Inglés no parece tan malo. Lo malo de haber derribado algunas plantas del edificio del Ayuntamiento de la plaza de Sant Miquel es que ahora es peor. Lo malo de la reforma de los edificios Seat de la plaza de Cerdá es que los de ahora son peores, y así podríamos seguir con una larga lista.

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Se ofrece ahora una ocasión más para demostrar, como temíamos, que lo que llaman diseño no es otra cosa que peluquería. Como es habitual en los foros de arquitectura y diseño de esta ciudad, se dice una cosa y se hace otra. El clip escogido por el FAD como emblema del Año del Diseño es perfecto, algo cotidiano, necesario, útil, sencillo, ingenioso, barato, multiuso y que conoce todo el mundo, y que parece existirpara que cuando se formule la pregunta ¿qué es el diseño? se pueda contestar: "Pues algo que hace cosas como un clip".

El clip no tiene nada que ver con lo que se pretende hacer en las calles, que no sirve para nada y sustituye una cosa que no hace ninguna falta cambiar. ¿Por qué se sustituye una cosa que forma parte del imaginario popular? Algunos se quejan de las bombillas que reproducen campanas, hojas de muérdago, lazos o bolas, como si éstas nos aburrieran, sin caer en que tal vez las nuevas ya han comenzado a aburrirnos antes de encenderse. Puede parecer una cuestión sin importancia. Sin embargo, poco a poco, pero de forma imparable, la ciudad pierde el carácter anónimo que nos implica a todos, para entregarse al mal diseño de autor.

La gamba nunca será de Barcelona, siempre ha sido la gamba de Mariscal.

Xavier Monteys es arquitecto.

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