Desde Rusia con amor
Rostropóvich planteó con esmero su regalo musical de homenaje a los reyes de España, mostrándose en su doble faceta de director de orquesta y violonchelista. La primera parte fue una selección de piezas sinfónicas de autores rusos, vinculadas de alguna manera con España, desde Recuerdo de una noche de verano en Madrid, de Glinka, hasta el popular Capricho españo
l, de Rimski Korsakov, con el maestro al frente de la Sinfónica de Madrid. En la segunda parte cogió el violonchelo para, una vez más, hacer diabluras en uno de los conciertos más emblemáticos del repertorio de violonchelo, el de Dvorak. El acto fue organizado por Juventudes Musicales.
El homenaje de Rostropóvich a los Reyes se enriqueció, en cierta manera, con el acto de bienvenida social a Letizia Ortiz, prometida del Príncipe. Que la música fuese la protagonista de este "aumento de familia" es una noticia estupenda. La Reina debe estar feliz. Y la nueva pareja, también, supongo.
Ante el grado de expectación que reinaba en la sala, la Sinfónica de Madrid reaccionó sacando a la luz sus mejores bazas. Rostropóvich la dirigió con su habitual campechanía. Quiero decir, con sencillez, atento a que el discurso musical fluyese con continuidad. Además, claro está, poniendo unas gotitas de alma (que de eso los músicos rusos saben mucho), para que los aspectos emotivos estuviesen a la altura de la calidad artística.
Tras una correcta versión del Recuerdo de una noche de verano en Madrid, de Glinka, Rostropóvich brindó una más que notable lectura de Noche de verano, de Prokófiev, con cotas de alta poesía en la Serenata y mucha desenvoltura, e incluso gracia, en el Minueto o en la Danza.
Una plausible versión de los
Dos tangos de Albéniz, del compositor Rodion Schedrin (presente en la sala), dio paso al popular Capricho español, opus 34, de Rimski Korsakov, en una lectura extrovertida, vibrante, animada e idiomática, que hizo las delicias del respetable.
En la segunda parte, López Cobos (que ya había dirigido el
Himno nacional al comienzo) se hizo cargo del concierto de chelo de Dvorak, donde Rostropóvich demostró su reconocida maestría como solista en una de las obras más emblemáticas para este instrumento.
Toda la noche transcurrió en una atmósfera amable. El concierto era algo más que un concierto. Era una excusa para un entrañable acto familiar, una reivindicación de la música como motor de la convivencia.
Babelia
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