Helicóptero derribado
El derribo de un helicóptero Chinook, en el que perecieron quince soldados y una veintena más resultaron heridos, supuso ayer para el Ejército estadounidense su más sangrienta derrota en Irak desde el comienzo de las hostilidades, en marzo. Y no se trató sólo de una operación aislada de la resistencia iraquí. Las acciones de guerrilla y los atentados terroristas han convertido a Irak en un infierno semejante a lo que fueron Vietnam, Líbano y Somalia durante los períodos -en el caso de Vietnam muy largo y en los otros dos muy cortos- en los que EE UU desplegó allí tropas.
Puede emplearse el calificativo que se quiera -vietnamización, libanización o somalización- para referirse a Irak. Cualquiera de ellos alude a una situación en la que una parte significativa de la población local rechaza la presencia de un ocupante extranjero y se empeña en hacerle la vida muy difícil. El que ese sentimiento sea manipulado por extremistas no es óbice para reconocer que existe.
Mucho de lo que ocurre en Irak desde que el 1 de mayo Bush proclamara unilateralmente su victoria había sido anunciado por los sectores responsables de la comunidad internacional que se opusieron a la guerra. Esos sectores no dudaban de que el Ejército estadounidense lograría una rápida y contundente victoria sobre el iraquí, que, como se ha comprobado, no contaba con armas de destrucción masiva. Lo que señalaban era que las consecuencias serían desastrosas en términos de desestabilización, violencia y hasta impulso del terrorismo.
Bush reiteró el sábado que no ordenará una retirada "prematura" de sus tropas, y Rumsfeld lo corroboró ayer. Pero el secretario de Defensa también admitió que "en guerra larga y dura" EE UU iba a tener días trágicos. Washington empieza a despertar del triunfalismo. Una guerra no termina porque una de las partes proclame su victoria, ni tan siquiera cuando ocupa la totalidad del territorio del contrario. Termina cuando la otra parte ha sido destruida por completo o solicita el armisticio o la rendición. Y éste no es el caso de Irak.
Una retirada precipitada de EE UU dejaría tal vacío de poder en el país ocupado que la violencia podría continuar años como en los casos libanés y somalí. Así que la salida debe ser ordenada, paulatina y con el máximo consenso internacional. Es hora de que Washington escuche a la que tildó de vieja Europa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.