"El problema es que no sabemos cómo funciona el cerebro"
No se engañen. James Watson no es sólo uno de los principales científicos del siglo XX. También es uno de los mejores escritores de divulgación de todos los tiempos. Su libro, de 1968, La doble hélice revolucionó la escritura científica al narrar el descubrimiento del siglo pintando a sus protagonistas como lo que eran: gentes de carne débil y hueso duro, ejemplares de Homo sapiens enamorados de su propio genio. Como en las aventuras de Sherlock Holmes, el doctor Watson contaba allí su relación con uno de los mejores cerebros del planeta, Francis Crick*, con quien descubrió la doble hélice del ADN, y logró irritar a medio mundo científico con su venenosa descripción de Rosalind Franklin*, la malograda cristalógrafa que les había aportado un dato crucial... sin saberlo.
"No intentes quedar bien diciendo, por ejemplo, que los oponentes a los alimentos transgénicos tienen un buen argumento cuando la verdad es que no tienen ninguno"
"Rosalind Franklin cometió un gran error. Sus propios datos mostraban que el ADN era una hélice, pero ella simplemente no quiso que esa fuera la solución"
A sus 75 años, Watson acaba de publicar la edición española de su último libro, ADN (editorial Taurus), un panorama de la genética pasada y futura con el inconfundible sello Watson: claro hasta la transparencia, valiente hasta la insolencia y endiabladamente interesante. El pasado lunes, Watson concedió a EL PAÍS esta entrevista telefónica. Los asteriscos remiten al glosario de abajo.
P regunta. ¿Cuál es su secreto como escritor?
Respuesta. Que he tenido buenas historias que contar.
P. Qué duda cabe. Pero ¿cuál sería su consejo para un divulgador, o para un profesor de ciencias?
R. Cuenta las cosas como son. Si la verdad es chocante, dila. Si piensas que algo es una maldición, di que lo es. Pero no intentes quedar bien diciendo, por ejemplo, que los oponentes a los alimentos transgénicos tienen un buen argumento cuando la verdad es que no tienen ninguno.
P. Firma usted su último libro, ADN, con el profesor de Harvard Andrew Berry. ¿Cuánto hay de Watson en el libro?
R. La verdad es que mucho. Verá, escribir con Andrew es como pensárselo dos veces de golpe [thinking twice at once]. Hemos trabajado juntos en el libro a lo largo de un año, y tenemos buenas historias que contar, como la de las huellas de ADN, que ilustramos con el caso O. J. Simpson, o los alimentos transgénicos, sobre el que tengo memorias personales. Andrew es muy inteligente, y los dos vemos la biología no como el diseño de un ser supremo, sino como el resultado de la evolución.
P. Cuando usted publicó La doble hélice, probablemente esperaba molestar a los familiares y amigos de Rosalind Franklin, pero ¿esperaba también irritar a su colega Francis Crick?
R. No, no fue esa mi intención. La frase que abre el libro -"Nunca he visto a Francis Crick comportarse con modestia"- era una exageración, desde luego, pero era una exageración que capturaba su ethos, y eso es lo que pretendía. En cuanto escribí esa frase me salió el libro.
P. Crick también estaba molesto porque usted había indicado que los esfuerzos de los dos por descubrir la estructura del gen estaban motivados por la perspectiva de un Premio Nobel.
R. Verá, yo no puedo creer a Francis cuando dice que sólo actuó movido por la pura curiosidad científica. No digo que nuestra motivación para descubrir la estructura del ADN fuera ganar el Premio Nobel, pero era evidente que quien descubriera la estructura del ADN ganaría el Premio Nobel, y los dos éramos muy conscientes de ello.
P. En 1950, tres años antes de descubrir la doble hélice, usted sabía que la estructura del ADN, fuera cual fuera, estaba condenada a ser un dato esencial, pero ¿qué clase de cosa pensaba usted que se iba a encontrar?
R. Temí en ocasiones que la solución fuera gris y aburrida. Es lo que pasó con la hélice alfa*, que era una solución simple y elegante, pero no aclaraba el funcionamiento de las proteínas. El gen resultó ser especial por su simplicidad. Fuimos muy afortunados por el hecho de que la doble hélice revelara inmediatamente el secreto de los genes. Podía haber sido algo igualmente simple, pero gris, o algo tan complicado que no pudiéramos entender, como es ahora el funcionamiento del cerebro humano.
P. ¿Todavía cree que Rosalind Franklin no merecía descubrir la doble hélice?
R. Cometió un gran error. Podía haberlo logrado en 1952, un año antes que nosotros. La razón de que fuéramos nosotros quienes descubrimos la doble hélice es que ella no quiso verla. Sus propios datos mostraban que el ADN era una hélice, pero ella simplemente no quería que esa fuera la solución correcta. Su gran error fue renunciar a construir modelos* tridimensionales. La imagen de rayos X que me mostró [su jefe, Maurice] Wilkins fue un buen empujón, pero, incluso si yo no hubiera visto esa fotografía, Francis y yo hubiéramos construido el modelo de todos modos. Estábamos convencidos de que el ADN era una hélice mucho antes de ver los datos de Franklin, y habíamos considerado la posibilidad de que hubiera 10 bases por vuelta de hélice. Linus Pauling también había publicado poco antes un modelo helicoidal del ADN sin haber visto un solo dato.
P. Muchos biólogos venderían la dentadura por estar en su piel aquel 28 de febrero de 1953, en el preciso instante en que las bases de cartón encajaron y todo se iluminó. ¿Podría usted transmitir en un párrafo lo que sintió en ese instante?
R. No creo que pueda, hace ya 50 años de aquello. Si acaso puedo recordar cómo me debería haber sentido. Pensé inmediatamente que aquello era demasiado bueno para no ser cierto. La doble hélice era algo tan importante, tan simple y tan... tan bonito que no merecía ser un error. Francis fue a casa esa noche y le dijo a su mujer, Odile, que habíamos hecho un descubrimiento capital, pero ella no le hizo ni caso porque él ya había llegado diciendo lo mismo muchas otras noches. De todos modos, no fue hasta leer el artículo de Franklin, que se publicó en Nature junto al nuestro, el 26 de abril de 1953, cuando pudimos ver con alivio que todos sus datos cristalográficos eran compatibles con nuestro modelo.
P. Crick ha dicho que, en los dos meses que pasaron desde el descubrimiento hasta la publicación en Nature, usted era presa de "ataques episódicos de pánico" porque temía que la doble hélice fuera un fiasco. ¿Es cierto?
R. Bueno, aquello era tan importante, y cambiaría mi vida de tal modo, que pensé que debíamos ser modestos en el artículo de Nature. El mecanismo de replicación que sugería la doble hélice era algo muy obvio, por otro lado, y yo no quería ni mencionarlo en el artículo. Fue Francis quien insistió en añadir la famosa frase final ["No ha escapado a nuestra atención que el apareamiento de bases específico que hemos postulado sugiere inmediatamente un posible mecanismo de copiado para el material genético"].
P. ¿Coincide usted con Crick en que el gran problema que queda por resolver en biología es el funcionamiento de la mente?
R. Sí.
P. Entonces, ¿por qué no se pasó a la neurobiología en los años setenta, como hizo él?
R. Bueno, la respuesta a ese problema parecía estar demasiado lejos. Francis ha sido siempre un científico teórico, convencido de que puede encontrar las respuestas pensando intensamente en los problemas. Pero pensar intensamente sobre la doble hélice no hubiera conducido a ninguna parte: no sin experimentos.
P. Después de casi 30 años, ¿cree que la incursión de Crick en la biología de la consciencia ha merecido la pena?
R. Probablemente la ha merecido desde su punto de vista. Aunque, desde luego, Francis no ha encontrado la doble hélice de la neurobiología.
P. ¿Se definiría usted como un determinista genético?
R. (Largo silencio).
P. ¿Es una pregunta delicada?
R. No; es obvio que hay una fuerte componente genética en el comportamiento humano. Esto no es nada sorprendente, ya que nuestro cerebro es el producto de la evolución, y la conducta ha sido decisiva para la supervivencia de los homínidos. El problema es que aún no sabemos realmente cómo funciona el cerebro. Y, antes de responder a su pregunta, yo debería saber al menos cómo funciona el mío.
P. ¿Volverá la eugenesia*?
R. Sí. El Proyecto Genoma Humano hará volver un cierto tipo de eugenesia, porque está definiendo muchos genes relacionados con problemas psiquiátricos, y ciertamente nadie quiere tener niños con problemas psiquiátricos. La eugenesia de principios del siglo XX resultó ser una tragedia para la humanidad, y cabe confiar en que no se repitan los errores del pasado, y en que nadie vuelva a hablar de campañas de esterilización y cosas así, pero las pruebas genéticas van a dar a las madres la decisión de interrumpir su embarazo en todos los casos para los que existan marcadores de ADN. Y no es descartable que haya presiones eugenésicas sobre estas madres potenciales.
P. ¿Debería haber más espacio para el sector público en el desarrollo de fármacos? ¿Deberíamos investigar más en malaria aun cuando el esfuerzo no prometa mucho dinero?
R. Siempre es bueno tener dinero. Y no estoy seguro de que el dinero sea el principal obstáculo para conseguir tratamientos o vacunas contra la malaria, por ejemplo. El principal obstáculo es que es un problema muy difícil. En cierto modo, es responsabilidad de cada país dedicar los recursos necesarios para procurar la buena salud de su población. Públicos y privados.
P. ¿Dónde se debe poner el dinero? ¿En ciencia básica, como fue la doble hélice, o en ciencia aplicada, como el Proyecto Genoma Humano?
R. Cuando luchábamos por arrancar con el Proyecto Genoma Humano, vendimos que iba a tener grandes aplicaciones prácticas, por ejemplo, en el tratamiento del cáncer. Era cierto, pero el caso es que no podíamos presentarlo simplemente como un gran trozo de ciencia pura.
P. ¿Cuál fue exactamente la razón de que usted dejara la dirección del Proyecto Genoma en 1992? ¿Las intenciones de patentar genes de Craig Venter o William Haseltine, o qué?
R. Nada de eso. La razón fue que yo no le gustaba a Bernadette Healy, la directora de los Institutos Nacionales de la Salud en la época. Pero mi corazón y mi tiempo siguieron con el proyecto. Y no me opongo a la patente de genes humanos en ciertas condiciones, puesto que posibilita que las investigaciones sean del dominio público.
P. El hecho de que el código genético sea universal llevó a Crick a proponer, en 1980, la panespermia dirigida, la idea de que la vida fue sembrada en la Tierra por ingenieros extraterrestres. ¿Cuál es su punto de vista sobre esto?
R. No tengo ninguno. Es una cuestión que me aburre soberanamente.
Glosario para una revolución
Crick, Francis. Uno de los grandes genios científicos del siglo XX. Tras descubrir, junto a Watson, la doble hélice, dedujo la naturaleza del código genético (el diccionario que traduce el texto del ADN, escrito en bases, al texto de las proteínas, escrito en aminoácidos). Después decidió que el tema estaba agotado y se sumergió en la genética del desarrollo y en la biología de la consciencia. Británico, vive en California.
Doble hélice. Watson y Crick descubrieron, en 1953, que el ADN, es decir, los genes, tenía la forma de una escalera de mano, en la que cada peldaño es un par de compuestos químicos muy simples llamados bases. Hay cuatro bases (A, T, G y C), y lo que el joven Watson vio de repente con sus modelos de cartón fue que A siempre se aparea con T, y G siempre con C. Éste es el secreto de la vida, porque si la escalera de mano se separa en dos mitades, cada mitad puede reconstruir a la otra: por eso los genes pueden sacar copias de sí mismos, las células pueden duplicarse y las personas reproducirse. "Hélice", por cierto, no es más que el nombre matemático de un muelle.
Eugenesia. Pretensión de mejorar a una población humana, o a toda la especie, favoreciendo la propagación reproductiva de las cualidades consideradas deseables (como la inteligencia o el sentido moral) y restringiendo las indeseables. Empezó a finales del siglo XIX como una disciplina académica bienintencionada, pero acabó conduciendo a las peores atrocidades racistas del siglo XX, como el holocausto nazi.
Franklin, Rosalind. Científica londinense que, en 1952, y empleando la cristalografía de rayos X, obtuvo una evidencia incuestionable de que el ADN tenía forma de hélice. Su jefe, Maurice Wilkins, enseñó esa fotografía a Watson en enero de 1953, a espaldas de ella. Watson, Crick y Wilkins recibieron el Premio Nobel por el descubrimiento de la doble hélice en 1962. Franklin había muerto de cáncer de ovario en 1958.
Hélice alfa. Las proteínas son rosarios de aminoácidos que se pliegan de forma complicada, pero en muchos tramos adoptan una forma de muelle llamada hélice alfa, que fue descubierta por el gran químico estadounidense Linus Pauling algo antes que la doble hélice del ADN.
Modelo tridimensional. Un puzle o mecano con el que primero Pauling (para la hélice alfa) y después Watson y Crick (para la doble hélice) lograron encajar las piezas teniendo en cuenta todo lo que se sabía sobre las distancias entre átomos y el ángulo de sus enlaces.
Un imán para las preguntas esenciales
JAMES WATSON nació el 6 de abril de 1928 en Chicago, y muy pronto dio signos de interés por la biología, y también de una inteligencia excepcional. Mientras estudiaba en la Universidad de Chicago cayó en sus manos un ejemplar de ¿Qué es la vida? (1944), un libro en el que el gran físico Erwin Schrödinger, el inventor de la ecuación de onda de la mecánica cuántica, argumentaba que la vida debía ser un problema de almacenamiento y transmisión de información, y que esa información consistiría en un "mensaje cifrado hereditario" que, de algún modo, tendría que empaquetarse en los cromosomas.
Watson se formó como genetista con el llamado "grupo de fagos" (abreviatura de bacteriófagos, o virus que infectan a las bacterias), dirigido por el médico italiano Salvador Luria y el físico teórico alemán Max Delbrück, ambos emigrados a Nueva York huyendo del terror nazi y fascista que sepultaba sus países. Cuando acabó su tesis doctoral, a los 21 años, Watson estaba totalmente convencido de que el mensaje cifrado postulado por Schrödinger debía estar contenido en el ADN, una molécula muy abundante en los cromosomas, y tomó la decisión de averiguar la estructura de esa molécula. Su llegada a Cambridge (Reino Unido), en 1951, fue una consecuencia directa de esa decisión. Allí conoció a Francis Crick, un físico que también había leído a Schrödinger.
Tras el descubrimiento de la doble hélice en 1953, que le valió el Premio Nobel en 1962, Watson dedicó su vida a establecer los fundamentos de la biología molecular, y en los últimos años ochenta fue el principal cerebro que impulsó el Proyecto Genoma Humano. Dirige el Laboratorio Cold Spring Harbor, de Nueva York, desde 1968, y fue el primer director del Proyecto Genoma Humano, que abandonó formalmente en 1992.
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