Los puros
Llegan de La Habana noticias que nos sorprenden. Parece que el régimen se ha dado por enterado de la existencia de puros falsificados ante sus propias barbas por los nativos y pretende, no prohibirlos, como parecería de ética y razón, sino limitar su exportación. Un máximo de 24 unidades por persona se podrán sacar de la isla de aquellos tabacos que no estén compuestos de tabaco; el resto de las exportaciones de ese producto deberá gozar de la oportuna factura y, por tanto, haber sufrido el precio que impone el gobierno, que se asemeja sustancialmente al que marcan los estancos de nuestra tierra. Conclusión: el gobierno cubano puede aceptar la estafa, pero dentro los límites que permite la moral revolucionaria. Si la misma se realiza a capitalistas, y mediante ella se ingresan las correspondientes divisas, logrando de ese modo prolongar la agonía del régimen sin coste para las arcas del Estado, los pecadores tienen indulgencia plenaria por parte de las autoridades, quedando legitimados en su oficio u ocupación.
A decir verdad, es exagerado presumir que los puros falsos, que se ofrecen por todas las esquinas de la capital cubana, lo son porque no están compuestos de tabaco -aunque algunos de ellos sí que gozan por completo de dicha cualidad-, pero lo cierto es que la calidad de sus componentes se aleja, calles y manzanas, de la que tendrían si fuese cierta la oratoria de los vendedores y las razones que arguyen para demostrar la bondad del producto.
Lo que a primera vista parece extraño es que, conocida esta circunstancia por la mayor parte de los compradores, éstos persisten en la adquisición, sabiendo que son engañados. Podría suponerse una gran bondad en el viajero, que a la vista de la infrahumana calidad de vida de los habitantes de la Isla decide hacer un donativo de forma anónima y desinteresada, repartiendo caridad en cada compra. Pero no es así, analizado el destino de los puros se demuestra que lo que parecía caridad es ahorro, y que los regalados a familiares y amigos en un alarde de magnificencia y generosidad, han costado diez veces menos de lo que presume el pródigo turista, dejando con este comportamiento repletos de valores morales a los cubanos, ya que los mismos ejercitan su equívoco comercio para sobrevivir y no para presumir.
Y podría pensarse que los espléndidos viajeros corren el riesgo de que algún regalado advierta el farol, pero no existe tal peligro porque, quién va a reparar en el sabor de lo traído si en la anilla de lo fumado figura: Cohíba.
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