Rácano como Bush
España destinó en 2002 el 0,26% de su PIB a la ayuda oficial al desarrollo, un porcentaje ligeramente inferior al de hace una década. No sólo no se ha avanzado hacia ese objetivo del 0,7% propuesto por los sectores más altruistas, sino que se ha retrocedido. Para una España que presume de crecimiento económico y superávit presupuestario, ese 0,26% no es muy generoso. En esto el Gobierno del PP también nos aleja de Europa y nos acerca a EE UU.
Un informe de Intermón-Oxfam denuncia que la ayuda oficial española al desarrollo se guía por las tendencias políticas del Gobierno, y no por las necesidades de los países pobres, y cabría añadir que ni tan siquiera por los intereses nacionales españoles. Un ejemplo clamoroso es que países como Afganistán, Pakistán e Irak, que obsesionan a Washington, hayan pasado a figurar entre los principales receptores de la ayuda española, en detrimento del África subsahariana, de donde proceden muchos de los inmigrantes que intentan alcanzar las costas canarias y andaluzas. La Conferencia de Donantes de Madrid ha confirmado esa tendencia: Irak va a recibir de España una cantidad superior a la que reciben juntos los ocho países más necesitados de África.
El informe señala también que sólo el 0,03% del PIB español se destina a socorrer a los países más pobres del planeta, lo que coloca a nuestro país como uno de los más rácanos en este frente, sólo superado por Grecia y, cómo no, EE UU. Las donaciones al África subsahariana, azotada por las hambrunas, las guerras y el sida, se redujeron a la mitad desde 1997 a 2001. El informe de Intermón-Oxfam contiene otros elementos espeluznantes. Además de ayudar menos a los países africanos, no les perdonamos un céntimo. En 2001 y 2002, tres de los países más míseros del planeta, Etiopía, Camerún y Uganda, tuvieron que devolver a España como reembolsos de créditos FAD que les habían sido otorgados años atrás 23,5 millones de euros, mientras que ingresaron 3,6 millones como donaciones de nuestro país. A la vez que saldaba su deuda, Etiopía padeció una sequía espantosa, que destruyó sus cultivos y su ganado y colocó a seis millones de personas al borde de la muerte. Las organizaciones no gubernamentales ya han denunciado esta actitud, que produce sonrojo y requiere una urgente rectificación.
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