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Entrevista:Mstislav Rostropóvich | Músico

"Más educación, más cultura y menos armas"

Jesús Ruiz Mantilla

A Mstislav Rostropóvich (Baku, Azerbaiyán, 1927) le gusta puntualizar, sobre todo cuando se trata de hablar de estados de ánimo: "Quiero decir, ante todo, que soy muy feliz", asegura este músico y humanista, el mejor violonchelista vivo y director de orquesta reconocido. Es una conclusión absoluta a la que ha llegado después de haber disfrutado los triunfos y padecido las humillaciones del estalinismo más duro, y tras su expulsión de la URSS en 1974 cuando contra viento y marea alojó en su casa al Nobel Alexandr Solzhenitsin y publicó cartas en su defensa. "Ha sido lo mejor que he hecho en mi vida", asegura hoy este músico alegre, vital, simpático, optimista, cálido, al que es difícil callar cuando se habla de derechos humanos. El lunes ofrecerá un concierto de homenaje a los Reyes en el Teatro Real de Madrid.

"Los Reyes estuvieron a mi lado desde el principio, por eso siempre estoy en deuda con ellos"
"Fue muy doloroso, pero cuando pienso en mis 17 años de exilio creo que fueron buenos"

Será un regalo en toda regla. Rostropóvich dirigirá y tocará el violonchelo, algo que no suele hacer en una misma actuación. Para la primera parte, ha diseñado un programa especial con piezas de compositores rusos relacionadas con España, como la Obertura sobre un tema español, de Balakirev; Recuerdo de una noche de verano en Madrid, de Glinka; la pieza Noche de verano, de la ópera La dueña, de Prokófiev, o el Capricho español, de Rimski-Korsakov. En la segunda parte, Rostropóvich agarrará el chelo y cederá la batuta a Jesús López Cobos, a quien ayer dio tres sonoros besos de saludo cuando se reencontró con él en el Teatro Real, para tocar un encargo: el Concierto para violonchelo y orquesta, de Dvorak. El concierto está organizado por Juventudes Musicales de Madrid, con el patrocinio de Telefónica y la colaboración de EL PAÍS.

Las primeras piezas son prueba evidente de que el carácter de españoles y rusos es muy parecido. "Somos iguales en muchas cosas", afirma. "Estas piezas son muy populares en Rusia, pero en España apenas se interpretan. He tenido el primer ensayo con la orquesta -la Sinfónica de Madrid-, pero las han tocado con la frialdad que se nos supone a los rusos. Cuando nosotros tocamos estas obras, en cambio, las hacemos como si fuéramos españoles. Supongo que con unos cuantos ensayos se arregla y además estoy muy contento de volver a ver a los amigos que hice aquí cuando representamos Lady Macbeth de Mensk, de Shostakóvich".

Fue hace cuatro años y triunfó con la ópera de su amigo del alma, a quien conoció en toda su grandeza, sus miedos, sus contradicciones durante más de 30 años. "Es un hombre del que no sé cómo expresar todo lo que le debo", afirma. "Todavía lloro al recordar cuando nos vimos por última vez. Fue el día en que salí de Moscú al exilio y me dijo: 'Nunca tires un manuscrito de alguien sin haberlo leído".

Shostakóvich no fue el único gran compositor que le ha dedicado conciertos y piezas para su instrumento luminoso, el mejor que se recuerda tras los sonidos que extraía del suyo Pau Casals. Rostropóvich tiene más de 50 obras para violonchelo escritas en su honor y ha conocido a fondo a Prokófiev, a Britten, a Lutoslavski, a Bernstein, a Messiaen... Ha vivido a fondo, ha sufrido las penas que sus colegas padecieron en pleno estalinismo, el miedo al hambre de Shostakóvich y Prokófiev, por ejemplo: "Eran tan distintos, el primero incapaz de hacer daño con una verdad a la cara, y el segundo directo e hiriente a veces como un niño", recuerda. Si los dos se despegaban de las líneas duras que implantaba el Kremlin en gustos y estilos, podían pasar de la gloria a las alcantarillas con la facilidad del capricho. "Tuvieron que hacer de todo, firmar cartas contra disidentes, incluso. Una vez le pregunté a Shostakóvich por qué lo hacía y se puso a temblar: 'Lo hago porque no las leo', me contestó".

Pero Rostropóvich no pasó por el aro. "Fue muy duro. Cuando defendí a Solzhenitsin sabía a lo que me exponía. Se quedaba en mi casa y me llamaban para que lo echara. Hacía 30 grados bajo cero y por supuesto me negué; luego, Alexandr, cuando íbamos juntos a Moscú en un coche, me decía: 'Deberíamos ir en dos para que así el KGB cuando venga a por nosotros destroce un par de los suyos".

Salir de la URSS fue un trauma para él, pero ese trauma también lo supo convertir en fiesta: "Fue muy doloroso, pero cuando pienso en mis 17 años de exilio creo que fueron buenos, aprendí tanto, conocí a tanta gente, a Picasso, a Chagall, a Louis Aragon, ¡a Chaplin!", dice emocionándose como el niño que descubre a Charlot por primera vez.

"A Dalí también", sigue. "¡Qué personaje! Además, mi mujer -la cantante Galina Vishnevskaya- y la suya, Gala, se llamaban igual y se llevaban muy bien. Una vez, Galina le preguntó: '¿Por qué no le cortas el bigote cuando esté dormido?'. Ella le respondió: 'Ni hablar, se moriría".

En el exilio, Rostropóvich acrecentó su mito y se convirtió en un referente de la lucha por la libertad. Desde el principio le apoyaron en todo el mundo, y lo que no olvida nunca fue el comportamiento que tuvieron con él los reyes de España. "Estuvieron a mi lado desde el principio, por eso siempre estoy en deuda con ellos". Son sus amigos. "Cuando tratas a los Reyes hay que saber que ellos están en un lugar y tú en otro. Muchos hacen ostentación de su condición, ellos nunca, no lo necesitan porque lo llevan en su manera de ser, ésa es la definición de la auténtica majestad", afirma este genial músico que busca siempre la cercanía, el contacto físico, cálido, con los que tiene a su lado con gestos cariñosos.

Lo ha pasado mal en la vida, pero ve todo con un optimismo que contagia. ¿Rusia? "Bien, las cosas están mejor. Hubo años de caos, pero es normal. Cuando tienes a un pueblo al que no dejas realizarse y, de pronto, aparece la libertad de golpe, pues es lógico que surja la incertidumbre, pero ahora veo que las cosas están encarriladas", dice. ¿Y los talentos que saltan del barco? "Se han ido muchos, es cierto, y es una pena, pero la generación que viene es mucho mejor que la nuestra, músicos como Yuri Bashmet, el violista, o Evgeny Kissin, el gran pianista, son impresionantes. Además, Putin ha prometido que las instituciones artísticas más importantes del país, como el Bolshói, el Marinski de San Petersburgo, el conservatorio de Moscú, por ejemplo, tengan los presupuestos que necesitan para que nadie se vaya", cuenta Rostropóvich.

En cuanto a la situación mundial, tiene su eficaz teoría doméstica: "En el mundo cada vez estamos todos más juntos y por eso hay tantos problemas, es como cuando yo vivía en una casa en Moscú con 36 familias y un solo baño y una sola cocina para todos. Las discusiones siempre se producían en el mismo sitio, en la cocina, y además se veía quién vivía bien y quién mal, así que los que estaban peor hacían alianzas para quitarle cosas a los que mejor estaban", explica.

Él tiene recetas claras para acabar con los conflictos: "A finales de noviembre daré unos conciertos en Camboya. Los fondos serán para construir escuelas para niños que no han podido ir nunca. Así sé que los que vayan a ellas no pelearán contra mis nietos", afirma.

Es decir: "Más educación, más cultura y menos armas. Las armas se acaban usando. Como decía Stanislavski, el gran director de teatro ruso, si en un escenario hay una pistola colgada en la pared siempre acaba usándose, es algo que no se me olvida. Si en vez de tantas armas nos dedicáramos a construir colegios y universidades, todo iría mejor. Y la que tiene que empezar por prohibir su comercio es la ONU", asegura.

Sería una gloria cambiarlas por otras como las que utiliza el viejo Slava. Sus violonchelos, sin ir más lejos, a los que recoge cada vez que acude a sus puertos este incansable y enérgico músico errante: "¿Que dónde vivo ahora? En el avión, vivo en el avión y cambio de maletas en París. Allí vive también mi violonchelo, bueno, el que está casado conmigo, luego tengo otros que son amantes en Moscú y en San Petersburgo", asegura socarrón.

Lo de Rostropóvich y los aviones tiene gracia, sobre todo cuando se trata del Concorde. "Qué invento el Concorde, cuando existía. Una vez le dije a mi mujer: 'Si me muero en París a las ocho de la mañana, haz una cosa, llama a 100 amigos, o mejor no, a 90, porque mi ataúd ocuparía unas 10 plazas, y llevadme a Nueva York en el que sale a las diez'. '¿Para qué?', me preguntó ella: "Porque con el cambio horario así me da tiempo a ver Nueva York unas horas antes de morirme".

Mstislav Rostropóvich, ayer en Madrid.
Mstislav Rostropóvich, ayer en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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