Pionero del pensamiento crítico
Una vez escribí que si Manuel Vázquez Montalbán no hubiera existido, hubiéramos tenido que inventarlo. Intelectual todo-terreno, fue también un precocísimo pionero de la reflexión crítica sobre los medios de comunicación de masas, su poder y sus estrategias. Desde una cárcel franquista, en la que compartía condena con Luis Goytisolo, Salvador Clotas y otros resistentes a la dictadura, escribió un libro clave, una síntesis luminosa y perfectamente documentada, titulada Informe sobre la información (1963), que fue libro de texto y de cabecera de varias generaciones de profesionales de la comunicación y de estudiantes del ramo. Aquel libro inauguró en el páramo teórico del franquismo, en el que estos temas eran monopolio de las sacristías tomistas, el tragaluz del pensamiento crítico. Luego vino un torrente de textos, porque Manolo se hizo muy pronto grafómano debido a lo mal pagadas que estaban entonces las colaboraciones periodísticas, incluso en Triunfo, faro del pensamiento ilustrado. Prolongó su magisterio en este campo con su libro Historia y comunicación social (1980) y con su gozosa utopía La palabra libre en la ciudad libre (1979).
En 1968 Manolo me pidió que escribiese un texto titulado La cultura de la imagen, como capítulo de un libro colectivo que estaba coordinando, con el título de Reflexiones ante el neocapitalismo. Este encargo me obligó a llevar a cabo una primeriza síntesis, torpe y esquemática, de la que luego sería mi especialidad académica. Manolo pensaba globalmente mucho antes de que se pusiera de moda esa globalización que le ha llevado a morir en el aeropuerto de Bangkok. No hay más que releer su informe La penetración americana en España (1974) para comprobar que su cabeza era ya entonces global y precisamente sobre este tema versó su lección que le convirtió en el primer doctor honoris causa de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Su interés por la comunicación le llevó de modo natural a explorar la cultura de masas y de ahí derivó su entrañable Crónica sentimental de España, publicada primero como serie de artículos, que radiografió agudamente los imaginarios populares bajo el franquismo, desde una posguerra que no había alcanzado a vivir conscientemente, pues nació en el fatídico 1939, pero que supo olfatear con sus agudísimas antenas. Le seguirían más tarde estudios y compilaciones insustituibles sobre la historia de la copla y del cuplé.
Novelista, poeta novísimo, gastrónomo y cocinero excelente, periodista, libretista musical, guionista y teórico de la comunicación, bebió siempre del marxismo fundacional que le llevó a militar en el PSUC y a vivir en primera línea sus procelosas querellas internas. Recuerdo que, tras el desplome de la Unión Soviética, coincidimos en un vuelo y me comentó con gran amargura la carta que Bujarin envió a su esposa antes de ser fusilado por Stalin y que por entonces acababa de hacerse pública. Pero siguió fiel a sus raíces ideológicas, en su estilo libre e irónico, imaginativo y descarado, que dejó plasmado en su precioso Manifiesto subnormal, que no ha perdido un ápice de actualidad.
Babelia
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