El teólogo laico
Manuel Vázquez Montalbán admitía su condición de barcelonista sin perder nunca un tono reflexivo e irónicamente crítico que, aplicado al fútbol, le permitió decir casi tantas cosas como en sus análisis sobre el pujolismo o las metástasis de la izquierda. Con sorna circunspecta, fue a la literatura deportiva barcelonesa lo que Roberto Fontanarrosa, Eduardo Galeano u Osvaldo Soriano son a la futbolfilia latinoamericana. Cargándose el tópico según el cual el fútbol era el opio del pueblo, demostró que se podía ser melancólicamente de izquierdas y fatalmente culé sin, por ello, dejar de ser lúcido. Los forofos más forofos no entendían lo que escribía: les parecía esnob hablar del Barça como si de una entelequia se tratase. Los intelectuales más elitistas, en cambio, se preguntaban por qué demonios un poeta, novelista y ensayista de su talla perdía el tiempo en algo tan vulgar.
Empecinado en ser polivalente, interpretó el club de un modo tan personal que acabó siendo referente colectivo. Puso letra a sentimientos que apenas habían sido verbalizados y fue el primero en afirmar que el fútbol era la religión de los no creyentes, y el Barça, el brazo desarmado de una Cataluña saqueada por la historia. Tuvo olfato para lo popular cuando popular no era un adjetivo secuestrado por la derecha. Su legado no sólo está en sus artículos, ni en sus pulsos con Javier Marías, contra el que nunca perdió. Está también en los que aprendimos a leer con más libertad sobre algo tan fascinante como este club o en los primeros artículos de su hijo Daniel, el más brillante de sus alumnos. A partir de cierta edad, el luto se convierte en una asquerosa mala costumbre. Abandonados a las puertas de las peores galaxias, así tituló uno de sus poemas, que, hoy, parece la instantánea de un estado mental amargo. Ya fuera en novelas como El delantero fue asesinado al atardecer o en los cientos de guiños futbolísticos con los que aliñó sus obras, no hizo sino perpetuar su memoria sentimental y manosear cuentas de rosarios laicos con la ayuda de los cuales se apelaba al acierto de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón. Su corazón tan azulgrana falló en un lugar exótico: el aeropuerto de Bangkok. Me lo imagino paseando por la terminal, mirando neones capitalistas, escaparates de lencería fina, uniformes paramilitares, identificando soledades de managers en busca de mercados y recorriendo los estantes de un quiosco mutante, buscando en las portadas indicios de vida barcelonista.
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