_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pánico homosexual

En psiquiatría, el término pánico homosexual se aplica a una perturbación grave pero transitoria del equilibrio mental de los adultos, caracterizada por pavor, sin motivo real, a ser acosado y dominado por alguien del mismo sexo. La lista de síntomas incluye ansiedad, agitación, alucinaciones, fantasías persecutorias y comportamientos violentos. Este estado de terror a la homosexualidad tiende a afligir a personas de carácter suspicaz, que se sienten inseguras de su identidad sexual y han eludido a lo largo de su vida situaciones de intimidad física. El tratamiento de estos enfermos consiste en internamiento y sedación con tranquilizantes para aliviarles la angustia, devolverles el contacto con la realidad y calmar sus impulsos agresivos.

Aunque los diagnósticos psiquiátricos se hacen sobre individuos concretos, después de seguir los acontecimientos de los últimos meses no puedo remediar pensar que ciertos sectores políticos y religiosos de la sociedad occidental están afligidos por una especie de brote de pánico homosexual colectivo.

En Estados Unidos, el primer signo de este mal se hizo evidente el pasado mes de junio cuando, en respuesta a la decisión del Tribunal Supremo de abolir la ley del Estado de Tejas que prohibía las relaciones sexuales privadas entre parejas del mismo sexo, se produjo una inmensa ola de miedo y consternación entre los líderes conservadores del país. Inmediatamente, un ejército de espantados legisladores y gobernantes, incluido el presidente George W. Bush, parapetados tras principios morales y religiosos, anunciaron su intención de añadir una enmienda a la Constitución para asegurarse de que el concepto legal de matrimonio sólo sea aplicable a las uniones entre hombre y mujer.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

A los pocos días de esta declaración, el Vaticano hizo público un manifiesto de 12 páginas lanzando una durísima condena de la homosexualidad, como una práctica "que va en contra de la ley moral natural" y recordando a los políticos católicos su obligación de oponerse a cualquier propuesta de estatuto que trate de normalizar las uniones entre estos pervertidos. En múltiples lenguas, el documento aleccionaba con firmeza que la incapacidad de procrear de las parejas gays viola el don más importante que Dios ha otorgado al matrimonio, por lo que apoyar leyes tan dañinas del bien común constituye un acto "gravemente inmoral". La proclama también afirmaba contundentemente que permitir a parejas homosexuales adoptar niños "significa aprobar la violencia contra estos niños".

Los niveles de aprensión e intranquilidad se incrementaron en el mes de agosto, cuando los representantes de la Iglesia episcopaliana estadounidense -una rama de la comunión anglicana mundial- no sólo acordaron consentir que sus clérigos bendigan las uniones de parejas del mismo sexo, sino que ratificaron la ordenación del reverendo Canon V. G. Robinson, un hombre abiertamente gay, como obispo del Estado de Nuevo Hampshire. Ante la inquietante amenaza homosexual que representaban estos eventos pioneros, el 4 de octubre, el papa Juan Pablo II advirtió en persona, en el Vaticano, al arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, cabeza espiritual de unos 80 millones de creyentes anglicanos, que la aceptación de uniones entre homosexuales y la ordenación de sacerdotes gays levantaban muy serias barreras en las relaciones entre las dos iglesias cristianas, ya tensas desde hace años cuando la jerarquía anglicana decidió permitir que la mujeres recibieran las órdenes sagradas.

En mi opinión, el pánico homosexual que conmociona en la actualidad a estos colectivos políticos y religiosos no refleja, afortunadamente, el estado de ánimo de la gran mayoría de los ciudadanos. Por otra parte, su homofobia se alimenta de ignorancia y fanatismo. Me explico.

La realidad es que pese a la discriminación que ha sufrido y aún sufre la comunidad homosexual, en los últimos años hemos sido testigos de un definitivo e irreversible cambio cultural en Occidente. Hoy, personajes homosexuales son representados diariamente en series de televisión de gran audiencia, y no pocos gays y lesbianas de carne y hueso son respetados, admirados y hasta elegidos para cargos públicos. La mayoría de las personas conoce a alguien que es homosexual, acepta las relaciones del mismo sexo y apoya la igualdad de derechos. En casi todas las naciones europeas y en Canadá se reconocen legalmente las uniones homosexuales, y en Suecia, Islandia, Dinamarca y Holanda estas parejas pueden incluso adoptar niños. En Estados Unidos, más de la mitad de la población es partidaria de la legalización de estas relaciones, y diarios de prestigio, como The New York Times, incluyen en sus páginas de sociedad los enlaces de personas del mismo sexo. Aunque las leyes federales de este país no contemplan el matrimonio homosexual, en varios Estados estas uniones gozan ya de respaldo legal.

La causa exacta de la homosexualidad aún no se conoce. Cada día, sin embargo, más estudios científicos corroboran la noción de que se trata de una variación innata de los mecanismos biológicos y psicológicos que modulan la atracción romántica entre personas adultas, por lo que está fuera del control del individuo. En concreto, la orientación sexual parece configurarse en el cerebro del feto durante la gestación, mediante los efectos de las hormonas sexuales, andrógenos y estrógenos.

Algo que sí sabemos con certeza es que la homosexualidad no es una enfermedad, no se contagia, no es un vicio, no es la consecuencia de tendencias antisociales, ni la secuela de padres ineptos o de una infancia traumática. Tampoco está reñida con las virtudes más valiosas, incluyendo el respeto por la dignidad del ser humano, la capacidad de amar, la lealtad, la honestidad, la valentía, la espiritualidad, el altruismo y la creatividad.

Es obvio que los hombres y las mujeres homosexuales no han entorpecido en absoluto la continuidad de nuestra especie. Por el contrario, a pesar de no sumar más de un 4% de la población, son numerosos los genios gays de las artes y las ciencias que han contribuido y contribuyen a la evolución y mejora del género humano.

El horror fanático a la normalización social de la comunidad homosexual implica la devaluación irracional y cruel de estos hombres y mujeres como seres humanos. La demonización de los homosexuales satisface, además, la necesidad compulsiva y nefasta de dividir tajantemente a nuestros compañeros de vida en "buenos" y "malos". En este sentido, pienso que mezclar a Dios en el debate de las relaciones homosexuales es un gran error. La homosexualidad no es una cuestión religiosa, ni tampoco moral, sino un desafío social, político, legal y, sobre todo, un reto a nuestra razón y a nuestra humanidad.

Confío en que este ataque reciente de pánico homosexual que trastorna y abruma a ciertos colectivos será pasajero. Sospecho que, con el tiempo, adquirirán conciencia de su ofuscación y recobrarán la calma y el juicio. Contamos con un dato reconfortante: si ojeamos el argumento de nuestra historia veremos que las corrientes fanáticas van y vienen, pero a la larga los cambios justos perduran.

Luis Rojas Marcos es profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_