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Digan simplemente que no a Bush

Joseph E. Stiglitz

Durante tres años, el presidente de Estados Unidos ha puesto en práctica un programa unilateralista, pasando por alto todas las pruebas que contradicen sus posiciones y dejando de lado principios estadounidenses básicos y de gran arraigo. Tomemos como ejemplo el calentamiento del planeta. En este aspecto, Bush está curiosamente "ausente sin permiso" (expresión de la jerga militar). Una y otra vez, pone en tela de juicio las pruebas científicas. (Naturalmente, las credenciales académicas de Bush nunca fueron muy impresionantes). La postura de Bush es más que errónea: es una vergüenza. De hecho, cuando Bush pidió a la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos que estudiara el asunto, ésta emitió un dictamen rotundo (el único al que podía llegar honradamente) afirmando que los gases de invernadero constituyen una amenaza. Pero los fabricantes de automóviles de Estados Unidos adoran sus traga-gasolinas y los amiguetes de Bush en la industria petrolera no quieren que nadie interfiera en su destrucción de la atmósfera del planeta. Así que no hubo cambio de política. También en Irak, Bush ha perseguido un programa unilateralista, afirmando que había pruebas innegables de una vinculación con Al Qaeda y de que Sadam tenía armas de destrucción masiva. Incluso antes de la invasión, había pruebas abrumadoras de que Bush mentía. La tecnología de detección dejó claro que Irak no tenía armas nucleares, como había señalado el jefe de inspectores de Naciones Unidas, Hans Blix. Es posible que Bush leyera esos informes y que le resultaran incomprensibles. También es posible que no creyese lo que leía. En cualquiera de los casos, la política estadounidense no estaba basada en pruebas.

Desde el final de la guerra fría, Estados Unidos es la única superpotencia del mundo. Sin embargo, no ha ejercido la clase de liderazgo necesario para crear un nuevo orden mundial basado en principios como la justicia. Europa y el resto del mundo son conscientes de ello, pero no votan en las elecciones estadounidenses. Aun así, el resto del mundo no es impotente. El resto del mundo debe simplemente decir que no. Estados Unidos no se ha ganado el corazón y la mente de los iraquíes; de hecho, los ha perdido, como ha perdido también el corazón y la mente de gran parte del mundo. Estados Unidos quiere conservar el control de la ocupación, pero que otros encajen las balas que ahora acribillan a los soldados estadounidenses. Los soldados de Naciones Unidas no deberían cargar con las consecuencias del fracaso de Estados Unidos a la hora de gestionar la ocupación, de modo que se debe hacer oídos sordos a las peticiones de ayuda económica por parte de Estados Unidos.

¿Qué comprensión merece el programa de Estados Unidos cuando el presidente Bush ha prodigado recortes fiscales de centenares de miles de millones de dólares a las personas más ricas del mundo? No hace mucho que un Congreso republicano retuvo el pago de su deuda de mil millones de dólares con Naciones Unidas y amenazó con no pagar lo que debía si la organización no satisfacía un montón de condiciones. La renuencia de Estados Unidos a aportar pequeñas sumas para hacer la paz contrasta agudamente con las enormes sumas que el Congreso se apresuró a conceder para hacer la guerra. Los partidarios de un planteamiento más blando afirman que si Naciones Unidas se queda al margen, se volverá irrelevante; con su participación en Irak se ganará la confianza de Estados Unidos, y así, la próxima vez que surja una disputa como la actual, éste recurrirá antes a la ONU. Tonterías. Los que ocupan la Casa Blanca actualmente creen en la realpolitik. No creen en la lealtad o la confianza. Si la Historia sirve de algo, sirve sobre todo para entender que los que se dejan vapulear serán vapuleados otra vez. Si se presenta una nueva ocasión, Estados Unidos juzgará la situación en función de sus intereses, independientemente de lo que haga Naciones Unidas.

Yo normalmente escribo sobre economía, no sobre política. Pero en el nuevo mundo de la globalización hay una mayor interdependencia económica que requiere más medidas, normas e instituciones colectivas y un sistema de derecho internacional. Sin embargo, la globalización económica ha dejado atrás a la globalización política; los procesos para tomar decisiones distan mucho de ser democráticos, o siquiera transparentes. Los fracasos de la globalización se pueden atribuir en buena parte a la misma mentalidad que llevó a los fracasos en Irak: las instituciones multilaterales no deben estar al servicio de los intereses de un solo país, sino de todos los países. En la reciente reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en Cancún, los países en vías de desarrollo hicieron saber a Estados Unidos -y a Europa- que este sistema no puede continuar por más tiempo. En ese caso, Europa era tan culpable como Estados Unidos. Europa no tiene dificultad para ver los peligros del unilateralismo en las acciones de Estados Unidos, desde el abandono del Protocolo de Kioto hasta su negativa a unirse a la Corte Penal Internacional. Pero Europa debería reflexionar también sobre sus propias prácticas, incluida la política comercial, en la que la UE contribuye sistemáticamente a desequilibrar el régimen de comercio mundial en perjuicio de los países en desarrollo, pese a haber prometido que en la actual ronda de negociaciones comerciales se corregirían esos desequilibrios.

En este sentido, Europa se comporta como Estados Unidos, que lleva mucho tiempo empleando la retórica del libre comercio, mientras que sus acciones llevan mucho tiempo pasando por alto sus principios. Olvídense de la retórica de Estados Unidos sobre el respeto a la equidad y la justicia; en las negociaciones comerciales, Estados Unidos no tiene en cuenta los ruegos de los países más pobres del mundo de que elimine las subvenciones al algodón, cuyos efectos han sido tan devastadores para ellos. Para lograr que el mundo sea políticamente más seguro y económicamente más estable y próspero, la globalización política deberá coger el ritmo de la globalización económica. Hay que extender más allá de las fronteras nacionales los principios de la democracia, la justicia social, la solidaridad social y el Estado de derecho. Europa y el resto del mundo tendrán que hacer su parte: atenerse a su vez a esos principios, y empujarse unos a otros y a Estados Unidos por el buen camino. En estos momentos, eso supone simplemente decir que no al presidente Bush.

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