Terrorismo y salud mental
La violencia es una forma de reacción que ampara muchas carencias personales
El año 25 de este siglo XXI tan convulso empezó, como no podía ser menos, con una serie de atropellos y tiroteos en distintas aglomeraciones y mercadillos navideños. En diez días se corona el nuevo presidente de Estados Unidos y llega precedido de dos intentos de asesinato tan solo durante la última fase de la campaña. Se percibe una espiral de tensión. Lo que no sabemos es si esa tensión interesa para encubrir la nada o es la tensión misma el único argumento de esta tragedia. Entre los fallecidos arrollados por un coche, por una furgoneta, por la explosión de una camioneta, por los disparos de un hombre armado hay personas de todas las edades y nacionalidades, cuyo único pecado es el de ser peatón en medio de una turbina de emociones disparadas. Algunos de los detenidos y abatidos por las fuerzas del orden responden a parámetros confusos. En Alemania atentó contra los paseantes de un mercado navideño un doctor de origen saudí que presumía de antiislamista y en Nueva Orleans y Las Vegas todo apunta más bien hacia trastornos de militares traumatizados. Las líneas de investigación hablan de radicalización y símbolos bajados de internet, pero no acaban de trazar más internacional terrorista que la del ánimo personal de los criminales.
Hay pocos estudios serios sobre la relación directa entre desequilibrios mentales y terrorismo. Los que hay apuntan a que la causa por la cual se atenta resulta ser en muchas ocasiones una excusa para sentirse integrado, valeroso y arrojado, pero que no responde a una preparación estudiada ni a una decisión del todo racional ni ideológica. Se habla de radicalización cuando quizá habría que mencionar la soledad, el rencor, los agravios fabricados y demás maquinaciones de una mente autodestructiva. La violencia es una forma de reacción que ampara muchas carencias personales. No lo ignoran las mujeres que año tras año pagan con agresiones y amenazas el desequilibrio de sus antiguas parejas ante la perspectiva del abandono y de que la persona que creen amar rehaga su vida con normalidad lejos de su influencia tóxica. Es esta una forma de terrorismo machista que también señala hacia la salud mental de manera directa. Los casos que han surgido en esta Navidad se suman relacionados con las fiestas y las vacaciones, con lo que esas fechas tienen de espoleta de soledades, de carburante para el rencor, en las que la alegría ajena se torna en contraespejo de la tristeza propia.
La gran contradicción de dejar la seguridad únicamente en las manos policiales nos condena a no saber enfocar lo que son derivas extrapoliciales. No solo no hay bastantes departamentos de psicología para quienes lo solicitan, sino que además parece imposible prescribir estas atenciones para el conjunto de la sociedad. El asesino del mercadillo de Magdeburgo (Alemania) era además psiquiatra en activo en un centro público, por si faltaba un rizo a esta demencial catarata de contradicciones. Lo que nos da miedo reconocer es que tachamos de terrorismo lo que nos interesa albergar en ese archivo, porque de este modo compramos la idea de la salvaguarda militar. Si fuéramos más perspicaces, quizá empezaríamos a plantearnos seriamente si muchos de los episodios que designamos con la vitola de terrorismo no sería más preciso estudiarlos bajo la lupa de la salud pública, de la enfermedad mental. Y es posible que ese mero replanteamiento nos ayudara a levantar la alfombra para ver lo que llevamos varias décadas ocultando de nuestras disfunciones sociales.
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