3 de marzo
La secuencia numérica nos recordará la popular canción sanferminera, pero si nos quedamos en el 3 de marzo, en 1976, evocaremos entonces una sintonía bien diferente, aquella cuyo título La calle es mía nos machacaba algo más que los oídos.
Quienes querían cambiar de música, porque preferían las estrofas de Labordeta dedicadas a la libertad, llevaban años aplicándose a la tarea de elaborar partituras nuevas con un lenguaje musical acorde. En esas estaba el numeroso grupo humano que se reunió el 3 de marzo de 1976 en la iglesia de San Francisco, en Vitoria, cuando sufrieron la carga de una caballería no rusticana precisamente. El resultado de la, a todas luces desmedida, represión es de sobra conocido: cinco obreros muertos y un centenar de heridos.
Han pasado 27 años de aquellos trágicos sucesos, pero seguimos sin saber cómo termina esa partitura, aunque tengamos algo más que una idea de quiénes escribieron tan dramática composición. Y lo que es peor, en este país nuestro con una memoria con más agujeros que un queso gruyere, los afectados no son debidamente escuchados porque hasta el Tribunal Constitucional les ha cerrado todas las vías jurídicas que supongan un resarcimiento.
Así que víctimas y familiares de víctimas de aquel 3 de marzo van a tener que tocar fuera, en Estrasburgo y Ginebra, ante las más altas instancias que amparan los derechos humanos. Lástima que en su tierra no encuentren un auditorio de su categoría. Y aunque no creo que la música amanse a las fieras, deseo que su bien conjuntada orquesta, por lo menos (y no es poco) obtenga la justicia que merece.
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