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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Francia vuelve al diván

Francia, tan dada a las crisis existenciales, atraviesa, una vez más, un mar de dudas. Esta melancolía está alimentada por factores graves: el estancamiento económico, los fallos del Estado, su relación con una Europa que cambia, su papel en un mundo unipolar, los problemas del partido en el poder y la falta de una inmediata alternativa política, pues en estos momentos el presidente Chirac tiene detrás una amplia mayoría absoluta.

Si los socialistas franceses carecen de liderazgo y andan cortos de ideas, tampoco la coalición de centro-derecha en el poder parece tener muchas. El impulso reformista del Gobierno es tímido. No ha osado realmente desmontar la semana laboral de 35 horas, el gran legado del Gobierno de izquierda plural de Jospin. Y Alain Juppé, el ex primer ministro de Chirac, se sienta en el banquillo de los acusados por un escándalo de empleos públicos ficticios. Todo esto aleja de la política

a los ciudadanos más politizados del mundo y abona el campo para las ideas de Le Pen.

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En este debate sobre "el mal francés", por usar la vieja expresión de Alain Peyreffite

al criticar el exceso de Estado en Francia, participa buen número de intelectuales. Pero también el primer ministro, Jean Pierre Raffarin, y el titular de Exteriores, Dominique de Villepin, han entrado en la batalla de las ideas para combatir el derrotismo, y con un brío y una altura que se echa de menos al sur de los Pirineos.

Declive o no, la ola de calor del verano puso al descubierto grandes fallos en el sistema sanitario público, y también la insolidaridad de muchas familias que descargan sobre el Estado sus propias responsabilidades. La sociedad francesa vive tiempos de profundo egoísmo, que se hace notar también en su recelo a la inmigración.

Las huelgas en el sector público, especialmente en la enseñanza, son parte de este síndrome.

Hay empresas aún de fuerte participación pública, como Renault y Air France, que dan muestras de agilidad y capacidad de liderazgo continental, pero la economía francesa está casi estancada, y el paro, por encima del 10%. El Gobierno intenta sacar a flote la economía con menos impuestos y más gasto público, si bien con la lógica consecuencia de un déficit en las cuentas del Estado que va a sobrepasar en 2004 el 4%, un punto más que lo permitido en la unión monetaria, con lo que Francia vive los criterios de Maastricht como un corsé y recibe las reprimendas de Bruselas.

Francia necesita que la Comisión Europea flexibilice su actitud, y el resto de Europa necesita que Francia y Alemania crezcan. E interesa que, si se llega a una Constitución Europea y es sometida a referéndum en Francia, ésta sea aprobada con claridad. El interés de todos es que Francia se sienta cómoda en la UE. Ahora, ante la división de opiniones sobre la necesidad de construir una Europa que sea una verdadera potencia, Francia opta por reforzar el eje París-Berlín, mientras los acontecimientos dan la razón a Chirac en su oposición a la guerra de Irak. Pero Francia sola no puede frenar al Goliat americano. Un Victor Hugo de nuestros días ya no podría proclamar: "Francia, sin ti, el mundo estaría solo".

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