Alemania descubre el lado insólito del realismo socialista
El 'padrecito' Stalin aparece por doquier, como una especie de dios reencarnadoUna exposición revisa el arte estalinista
El comunismo, fábrica de sueños. La cultura visual del tiempo de Stalin, que se exhibe en la sala de arte Schirn, de Francfort, hasta el 4 de enero, ofrece una visión insólita en Occidente de la pintura del realismo socialista en los años del estalinismo. Cuadros con los apoteósicos rituales del poder, una selección de pasquines con todos los tópicos imaginables del aparato de agitación y propaganda y películas de los años treinta resumen la atmósfera de aquella época.
El título de la exposición, que se ha inaugurado al rebufo de la Feria del Libro -en la que este año el país invitado es Rusia-, resulta engañoso. Los objetos expuestos no se reducen al ámbito de la era estalinista, sino que se intenta establecer la transición de la vanguardia rusa al realismo socialista y luego su derivación, o más bien versión irónica, en el llamado soz-art, que a partir de los años sesenta hace mofa más o menos amable de las penurias y camisas de fuerza que sufrieron sus antecesores artísticos en las décadas anteriores en la Unión Soviética. Destacan las pinturas de Alexander Gerasimov, Isaac Brodski, Alexander Laktionov o Vasile Yakovlev, entre otros.
El padrecito Stalin aparece por doquier, como una especie de dios reencarnado, recibe flores de jóvenes de aspecto sanote, preside reuniones de los órganos de dirección del partido comunista o se postra ante diversos cadáveres en actitud reverente y piadosa, el de Lenin, por supuesto, y también el del escritor Gorki. No podían faltar los cuadros que rezuman alegría y ansia de vivir: entusiastas campesinos que recogen la cosecha en el koljós o que saludan la llegada de un vehículo militar blindado con agitar de sombreros, ellos, y flores en la mano, ellas. En otros cuadros aparecen aguerridos y musculosos cuerpos de deportistas, adolescentes en colonias veraniegas y también, cómo no, la muerte heroica del comisario político, más las referencias a los logros del comunismo en la Unión Soviética: el metro de Moscú, los hidroaviones y el primer dirigible soviético.
La idea de la exposición de Francfort surgió, según explica Max Hollein, director de la sala Schrirn, como un producto del azar. Visitaba Hollein, hace dos años, Moscú para preparar una exposición sobre Kandinsky y en la autopista entre el aeropuerto y el centro de la capital rusa quedó impactado por la presencia de los carteles de publicidad de productos occidentales al lado de los rusos con una evidente diferencia en la presentación estética. Llamó la atención a Hollein en los productos rusos la referencia inequívoca al realismo socialista y al estalinismo. "La decisión estaba tomada", afirma Hollein, "la idea de una exposición sobre Kandinsky quedó rechazada de forma espontánea. El objetivo del viaje cambió: la recepción del arte estalinista se convirtió en el centro de mi atención".
El historiador del arte ruso Borís Groys, que desde 1994 ocupa una cátedra de Teoría de los Medios en Karlsruhe, encargado de la exposición de Francfort, declara que "el arte del realismo socialista estalinista fue una gran campaña de propaganda con el objetivo de tocar el tambor para convocar a la construcción del socialismo". Sostiene Groys una tesis que llama la atención de quienes establecen un paralelismo fácil entre la expresión artística del nazismo y del estalinismo. Según Groys, "la agitación comunista, que se aproxima en lo esencial mucho más a la publicidad comercial occidental que a la propaganda de los nazis, no se orientaba a ningún grupo limitado. Más bien convocaba a toda la humanidad a adquirir el producto comunismo. Era una concepción orientada hacia una cultura de masas que de hecho no había, pero que debería haber en el futuro".
El título de la exposición, El comunismo, fábrica de
sueños, establece un paralelismo metafórico con la fábrica de sueños capitalista: Hollywood. Los organizadores insisten en las diferencias entre el arte estalinista y el del nazismo: "Mientras el arte nazi se orientaba al pasado, la cultura del tiempo de Stalin permanecía siempre referida al futuro y no puede reducirse a una mera incorporación de la tradición pictórica naturalista del siglo XIX. En este punto, la cultura del tiempo de Stalin se basa en la vanguardia rusa que siempre persiguió como objetivo la total transformación política y estética de la vida".
La exposición se cierra con la presencia de representantes del soz-art de la década de los sesenta y setenta, en especial varias obras de Eric Bulatov que encierran una clara analogía con el pop art de Estados Unidos de los cincuenta y sesenta. No resulta extraño, y coherente, que Bulatov y otros representantes del soz-art, que hicieron mofa del realismo socialista, se hayan establecido en Occidente, donde triunfan.
En contraposición con el tono de las pinturas se muestra otra realidad que nadie denunciaba: en una sala de cine en forma de vagón de tren aparece fija una imagen con la estética de aquellos tiempos. Los altavoces emiten con machacona insistencia canciones místicas de los años cuarenta y cincuenta. En torno al vagón, la pared aparece llena de cartas que simulan peticiones y quejas de los vecinos condenados a vivir en las precarias condiciones de la Unión Soviética: hacinamiento, alcoholismo, peleas entre vecinos. Todo ello en el marco de una sórdida cocina colectiva. Una triste realidad que no aparecía por ninguna parte en las apoteósicas pinturas del realismo socialista.
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