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Lecciones no aprendidas en Cancún

Pasada la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Cancún, todo el mundo ha hecho su interpretación de los resultados. Me temo que no tendría mucho interés añadir mi voz a la de tantos expertos y comentaristas. Pero sí me gustaría hacer una consideración sobre algo básico en los planteamientos del libre comercio: cómo vemos los impactos de nuestras acciones sobre los demás. En este caso concreto, cómo ven, por ejemplo, los agricultores de los países ricos las consecuencias de sus acciones sobre los consumidores de sus países y sobre los agricultores de los países pobres.

"¡Qué tonterías dices!", me espeta el lector. "¿Por qué tienen que preocuparse los agricultores de los países ricos de todo eso que dices? Lo que ellos tienen que hacer es luchar por ganarse la vida, y que los demás se apañen".

Una sociedad en la que nos acostumbramos a pensar sólo en nuestro interés es una sociedad incompleta, insuficiente

Ésa es, precisamente, la manera de pensar que quería comentar. Durante muchos años, los economistas dijimos que cada uno se suele ocupar de su interés, pero que es bueno que en su interés dé entrada al interés de los demás. Pero, a fuerza de ir pensando mucho en el interés propio y poco en el de los demás, hemos acabado diciendo que cada uno se debe preocupar sólo de su interés. El supuesto de que la gente es egoísta no forma parte de la manera de pensar de la economía, pero cada vez está más presente en nuestros análisis.

Aunque, bien pensado, la culpa no es de los economistas, sino de toda una sociedad en la que la mentalidad individualista ha ido convirtiéndose en dominante. Y lo es tanto que ahora nos cuesta entender que sea preferible tener un punto de vista más solidario. Y cuando digo preferible, me estoy refiriendo no sólo a los más necesitados, sino también a los ricos. Porque una sociedad en la que nos acostumbramos a pensar sólo en nuestro interés y no en el de los demás -"que cada palo aguante su vela", decimos- es, ante todo, una sociedad incompleta, insuficiente.

Lo bueno de pensar en los efectos de las acciones propias sobre los demás es que multiplica mis propias posibilidades de actuación: puedo hacer lo que me favorece a mí, pero puedo pensar también en lo que favorece a los demás y puedo buscar soluciones intermedias. De este modo, estaré en condiciones de invitar a los demás a pensar también en los efectos de sus acciones sobre los demás y sobre mí, podré pedir su solidaridad..., haré posible lo que, con un punto de vista egoísta, no es posible. No es posible, primero, para mí, porque a fuerza de ser insolidario reduzco mis propias posibilidades. Y segundo, es imposible para los demás, porque les estoy enseñando a ser insolidarios también.

Volvamos a la discusión sobre el desarrollo y el libre comercio. Hemos visto todo tipo de ejercicios de insolidaridad, muy bien adornados, desde luego. "Que los países pobres empiecen por poner su casa en orden y reduzcan sus intolerables aranceles, que, ante todo, perjudican a sus propios ciudadanos". "No: que los países ricos empiecen abriendo su comercio a los pobres, eliminando sus subvenciones agrícolas y su proteccionismo". Bien, si ésas son las posturas de los contrincantes, no vamos a llegar muy lejos. El tú más no suele ser un buen punto de partida. A fuerza de reuniones como la de Cancún, pienso que seremos capaces de cambiar nuestro discurso. Primer paso: ¿qué puedo hacer yo por ti? Segundo: ¿qué vas a hacer tú por mí?

"Eres un ingenuo", me dice el lector. "¿Tú crees que un diálogo así es viable?".

Sí que lo creo. En la escuela de dirección en que trabajo, el IESE, se utiliza el método del caso, es decir, se discute sobre situaciones reales. Con algo de dirección, el guirigay inicial se va convirtiendo en una definición realista de los problemas, en un diagnóstico más o menos acertado -complejo casi siempre, pero i

nteligible- y en un conjunto de alternativas de acción. Y ésta es, a mi juicio, la parte más interesante del diálogo: cuando, a la vista de los diagnósticos sobre el problema -no siempre coincidentes-, van surgiendo posibles acciones. "¿Y si hiciésemos esto?". "¡Ojo!, porque podría pasar aquello otro". "¿Y si buscásemos por allá?". "No, porque esto nos alejaría de nuestro problema".

Ya sé que lo que estoy describiendo no es lo que ocurrió en Cancún. Una reunión de políticos es otra cosa. Pero el diálogo ordenado siempre es útil, sobre todo si los interesados parten de una actitud básica de entrada: voy a buscar mi interés, pero voy a estar abierto también al tuyo. Tú busca tu interés, pero párate también a pensar en lo que me puede ir bien a mí. Luego, busquemos alternativas: muchas, cuantas más mejor, con imaginación. Y luego, evaluemos cada alternativa, de acuerdo con lo que te conviene a ti y con lo que me conviene a mí. Y al final seguramente llegaremos a alguna solución positiva.

Antonio Argandoña es profesor de Economía en el IESE.

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