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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Eutanasia compasiva

La muerte compasiva a manos de su madre del joven tetrapléjico francés de 22 años, ciego y mudo, Vincent Humbert, ha vuelto a plantear en toda su crudeza y complejidad jurídico-moral el debate de la eutanasia. El joven, "muerto en vida" tras sufrir un accidente de coche hace tres años, según describe él mismo en un libro-testamento degarrador, había pedido a su madre ayuda para morir y ésta le inyectó el miércoles pasado una dosis masiva de barbitúricos que acabó con su vida. Ningún juicio moral cabe hacer sobre la conducta de esta madre. Y es de esperar que la justicia encuentre una causa de excepción penal a una conducta que, digan lo que digan los códigos, poco o nada tiene que ver con un homicidio propiamente dicho.

Pero este caso, como antes el de Ramón Sampedro en España o el de Diana Pretty en el Reino Unido, es un nuevo aldabonazo no sólo a la conciencia, sino a la responsabilidad política de gobernantes y legisladores. En las sociedades de Occidente, envejecidas y con una conciencia cada vez más aguda entre sus miembros de los llamados derechos de personalidad, incluido el de "morir con dignidad" en situaciones terminales o extremas de la existencia, en las que la vida deja de asimilarse al concepo de vida humana, urge dar una respuesta legal y humanitaria a situaciones que, con diversos matices, son cada vez más frecuentes.

De no hacerlo, no podrá evitarse el recurso cada vez mayor a una eutanasia clandestina que ofrezca esa respuesta a escondidas y a la desesperada, con el concurso de una mano amiga pero inexperta y no con el de la ciencia médica. Ni el peregrinaje de quienes tengan medios a países como Suiza, donde se puede encontrar ayuda en esas circunstancias extremas sin causar problemas legales a los médicos y sin comprometer a los familiares.

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En España, el Gobierno del PP sigue negándose en redondo a consensuar nada referente a la eutanasia con el conjunto de las fuerzas políticas. Y ello a pesar de que la sociedad se muestra cada vez más abierta y sensible a la cuestión, según las encuestas. Resulta sencillamente irresponsable seguir rehuyendo un debate política y socialmente necesario por motivaciones ideológicas o religiosas.

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