El apagón italiano bloqueó el tráfico ferroviario y los transportes urbanos
Medio millón de romanos, que celebraban una fiesta cultural, no pudieron regresar a sus casas
Italia sufrió ayer el peor apagón de su historia. Todo el país quedó sin electricidad a las 3.21 del domingo, y al atardecer aún había zonas del sur sin suministro. El colapso, originado en las líneas de alta tensión entre Italia, Francia y Suiza, se produjo a una hora relativamente benigna, pero fue terrible para Roma: la capital celebraba su primera noche blanca, una noche con todo abierto y con medio millón de personas en la calle. El apagón fue seguido de una lluvia torrencial que provocó el caos. Los servicios de protección civil convirtieron las estaciones de metro romanas en refugios improvisados. En la red ferroviaria nacional, 110 trenes quedaron detenidos durante horas con más de 30.000 personas a bordo.
Los bomberos tuvieron que multiplicarse para rescatar a las personas atrapadas en ascensores
La patronal de los comerciantes calculó en 120 millones de euros el coste para sus afiliados
En Roma pudo ocurrir una tragedia. La ciudad estaba en plena fiesta, el tráfico era intensísimo y había una juerga en cada esquina. Pero el comportamiento cívico resultó ejemplar. "Felicito a los romanos de todo corazón", dijo el alcalde, Walter Veltroni. La noche blanca, implantada en Roma siguiendo el ejemplo de París, había comenzado con más de un millón de ciudadanos de la capital y alrededores dispuestos a no acostarse. Los restaurantes, los cines, los museos, todo estaba abierto, y se celebraban acontecimientos únicos, como un preestreno de la adaptación de la ópera Tosca en el castillo de Sant'Angelo, una iluminación especial en el Campidoglio, con vídeos, música de las películas de Federico Fellini y jamón gratis, y una feria de quesos italianos en la plaza Sant Ignazio. En Vía Veneto se proyectaba La dolce vita, y en la Fontana de Trevi se celebraba un concierto de música barroca. Incluso la Embajada de Francia abrió las puertas de su sede, en el exquisito palacio Farnesio.
A las 3.21 de la madrugada, repentinamente, la noche blanca se convirtió en la más negra. A esas horas, en las calles todavía quedaba medio millón de personas. Todo se apagó. En las discotecas y demás locales funcionaron las luces de emergencia y la evacuación se realizó sin pánico. Pero, una vez en la calle, ¿qué hacer?, ¿cómo volver a casa? Una lluvia torrencial comenzó a caer a los pocos minutos. Los bomberos tuvieron que multiplicarse para rescatar a unas 100 personas atrapadas en ascensores y para evacuar los convoyes de metro detenidos en los túneles. Sin semáforos, el tráfico alcanzó el colapso total. La policía intentaba suministrar gasóleo a los hospitales, que funcionaban con grupos electrógenos, de la forma más simple: con bidones o descargando el depósito del propio coche patrulla. Las salas de urgencias hospitalarias se llenaron rápidamente, ya que en los domicilios particulares habían dejado de funcionar los aparatos de asistencia, especialmente los de respiración asistida.
Protección Civil estableció refugios en las estaciones de metro y de ferrocarril. Decenas de miles de personas, incapaces de volver a sus casas, recibieron allí mantas y bebidas calientes.
En coche, se podía tardar tres horas en recorrer una decena de kilómetros. Cuatro de cada cinco vuelos sufrieron retrasos en el aeropuerto romano de Fiumicino. Confcommerzio, la patronal de los comerciantes, calculó que la gigantesca avería costaría al menos 120 millones de euros a sus afiliados.
El resto del país, con la excepción de la isla de Cerdeña, energéticamente autónoma y por tanto no afectada, descubrió la avería por la mañana, al despertarse. Las misas se celebraron a la luz de las velas y en las iglesias grandes los sacerdotes se ayudaron de megáfonos: cientos de bodas se celebraron en estas condiciones. En ciudades como Nápoles, el agua corriente dejó de alcanzar los barrios elevados, por falta de bombeo, y se recomendó a la población que hirviera el agua porque la depuración resultaba dudosa. Los napolitanos fueron a buscar agua donde pudieron y varias fuentes ornamentales del centro quedaron vacías. En las gasolineras, privadas también de bombeo, se formaron larguísimas colas.
A partir de las diez empezó a recuperarse el suministro en el norte y a mediodía casi toda Roma disponía de energía. El Vaticano, que hasta ese momento funcionaba con grupos electrógenos, tuvo electricidad a las 11.45, minutos antes de que comenzara la ceremonia del Ángelus, en que el papa Juan Pablo II anunció el nombramiento de nuevos cardenales.
La policía suspiró con alivio cuando la red eléctrica volvió paulatinamente a la vida: al menos no había sido necesario suspender la jornada de fútbol, algo que podría haber causado serios problemas con los tifosi violentos. Los trenes reemprendieron la marcha poco a poco; en al menos tres casos, los viajeros habían esperado seis horas en descampado, sin otro consuelo que el café caliente aportado por patrullas de carabinieri. Zonas rurales del centro y del sur permanecían privadas de suministro al caer la noche del domingo.
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