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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pólvora apátrida

Cuentos apátridas (Ediciones B, 1999) fue un volumen de historias, surgido en una noche de amistades, risas y rones, en el que reunieron las suyas los españoles Bernardo Atxaga y José Manuel Fajardo, el chileno Luis Sepúlveda, el mexicano Antonio Sarabia y el colombiano Santiago Gamboa (Bogotá, 1965) y donde desde el título se homenajeó al peruano Julio Ramón Ribeyro, autor de un célebre libro, espléndido cajón de sastre de uno de aquellos miembros de la otra "generación perdida", la de los latinoamericanos en París, y que se titulaba, precisamente, Prosas apátridas (Tusquets). Pues bien, este título prestado le va muy bien a este puñado de líneas necesarias para comentar el último libro de Gamboa, un conjunto de relatos que tienen un hilo común aparente: son historias protagonizadas por periodistas o escritores en ciernes o en barbecho, que emprenden una alocada carrera hacia ninguna parte, que buscan en el sexo y en el alcohol pasaje para el último vuelo. A Gamboa, que tiene una pluma suelta y ágil, que se desenvuelve muy bien en los límites de la prosa periodística, que está muy a gusto impostando voces para disimular la suya, sea o no, ese joven Esteban Hinestroza (de una de sus novelas anteriores, Vida feliz de un joven llamado Esteban, Ediciones B, 2000), que está muy dotado para el humor, aparece ahora, en este libro con un cierto rictus amargo.

EL CERCO DE BOGOTÁ

Santiago Gamboa

Ediciones B. Barcelona, 2003

201 páginas. 15 euros

En Vida feliz de..., al recordar el joven Esteban la Colombia de mediados de los años sesenta se le escapaba, en una página cualquiera, esta frase: "¡Tan apacible era la Bogotá de entonces!", aunque enseguida, en la página siguiente, creía percibir el amenazador sonido de la mecha encendida, "la mecha de un lento Apocalipsis". Pues bien, esa mecha ha llegado ya al barril de pólvora, el Apocalipsis ya está aquí, o allí, en la Bogotá de 'El cerco de Bogotá', la novela corta que da título al conjunto de relatos. Una historia futurista, o no, que recuerda, en el paisaje, a aquellas películas apocalípticas del Nueva York del año dos mil no sé cuantos y que se hacían a finales del siglo pasado. 'El cerco de Bogotá ' es una trepidante historia, una ficción hecha a su medida con tantos retales de realidad que a veces el lector se avergüenza de la risa. Y es una historia que, de repente, se despeña. 'El cerco de Bogotá', estupendo y duro relato, bien podría estar destinado a ser El cerco de Bogotá, novela sobre aquella mecha y sobre este barril de pólvora, donde beben y cantan los colombianos hoy, pero por alguna razón que ignoro Gamboa decide cortar por lo sano; y es una lástima, ciertamente, y el lector se queda con gesto si no decepcionado, sí desconcertado.

Pero, mientras, Gamboa ya ha escapado, con habilidad, hacia otros territorios, hacia otras miradas, hacia el París del joven latinoamericano, feliz e indocumentado, o hacia otros paisajes de guerra (Argelia, por ejemplo, en una magnífica historia de periodistas con urgencias de entrega y por donde deambula, tambaleándose, un espléndido personaje, literario como pocos, al que Gamboa, periodista, o como se llamara el yo de ese relato, deja ir por las prisas del oficio de los de la "tribu" de corresponsales). Este notable libro de relatos se cierra con una buena historia de aeropuertos, llena de humor y de sucesos un tanto absurdos, casi casi cortazarianos, y que ya lo había publicado en aquellos Cuentos apátridas, a los que me refería al principio. Pues bien, no sé si Gamboa es consciente de esto, pero a este lector, al menos, que se rió mucho entonces con esa inteligente y vivaz historia de hoteles y terminales aeroportuarias, este relato, ahora, leído de nuevo, al final de El cerco de Bogotá, le ha parecido un cuento muy triste. Será la mecha y el barril de pólvora, que ya no es sólo colombiana, y de gran pureza (la pólvora, digo).

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