_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Piojos

José Luis Ferris

Por diversas y argumentadas razones, el piojo no es un inquilino grato para el hombre, sin embargo, para estos minúsculos parásitos, nuestro cuero cabelludo ha sido, desde siempre, un paraíso ideal del que se niegan a ser desterrados por mucho que evolucionen las técnicas y los productos de extinción. Y la prueba de esta relación que se remonta a los orígenes de la especie es que, cinco millones de años después, las farmacias siguen vendiendo con profusión lociones y peines especiales para erradicar la presencia del insecto. Conviene recordar que mucho antes de que los alquimistas descubrieran el vinagre o de que los laboratorios envasaran al 1,5% la permetrina, los homínidos ya empleaban sus remedios contra el piojo y otras especies de fauna menuda que les provocaba esa incómoda desazón. Sin ir más lejos, hace 1,2 millones de años, los humanos perdieron el vello corporal por selección natural, aunque por capricho sexual lo conservaron en las regiones genitales, húmedas por definición y plagadas de glándulas sudoríparas. El piojo, no obstante, asumió el reto con deportividad y se fue acomodando al cambio evolutivo dividiendo su especie en dos tipos: los adaptados al hábitat capilar de la cabeza y los parásitos de humedales púbicos, mucho más dados a la diversión y a la anarquía. De este modo, el hombre siguió portando y soportando, aunque en guetos perfectamente acotados, a ese insecto del que nunca se ha desprendido del todo, ni siquiera en periodos tan genocidas como el Pleistoceno, en plena edad de hielo, que duró la friolera de 1,6 millones de años.

Estos días, los niños han vuelto al cole. No importa que sus hijos se laven cada mañana ni que su familia sea un ejemplo de pulcritud. El piojo está esperando con una paciencia glacial para poblar de liendres la cabecita más rubia de la clase. Por conocer, hasta conoce las marcas de los pediculicidas al uso. Ya se rieron a gusto del Filvit y ahora andan buscando su antídoto contra el Parasitrín y el OTC. La batalla continúa y su ADN evoluciona a la velocidad de los planes de enseñanza y del Microsoft. Ármense de su misma paciencia y perseveren, sólo así se termina con los viejos amores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_