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Columna
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Tumba verdadera a Federico

Enterrar a los muertos con dignidad y honor. Es algo más que una costumbre. Es un fundamento de nuestra civilización. Va incluso más allá de las culturas que la componen, y surge con los otros pilares de las sociedades agrarias, allá por el Bajo Neolítico. En esas terribles convulsiones de la humanidad, hunde sus raíces el viejo y tenebroso cuento de tradición oral ¡Ay, mamaíta mía, quién será!, que todavía aflora en muchas partes de España por las noches de invierno. Es la historia de un difunto que regresa del otro lado a vengarse por el trozo de vísceras que una familia se ha llevado al plato, tras el atrevimiento de una niña. La historia de don Juan, en su verdadero origen anónimo, arranca de la desfachatez de un estudiante borracho que propina un puntapié a una calavera que sobresale del suelo, por mal enterrada. También aquí el difunto correspondiente vuelve a pedir cuentas por un acto tan impío; aunque el primer fundamento de esta historia es más importante aún: la calavera es la de un juez prevaricador, al que la sociedad enterró de mala manera, en castigo. La rebeldía de Antígona contra Creonte se basa en la firme voluntad de la heroína de enterrar a su hermano, a quien el tirano ha dejado sin sepultura. En La llanura, de Martín Recuerda, una familia prolonga su interminable desconsuelo por no saber dónde los falangistas enterraron al padre, después de darle el paseo. Precisamente en Granada. Muchos más casos se podrían citar. El elemento común es el mismo: una buena sepultura significa honor a los muertos y satisfacción a los vivos. Y lo contrario. Por eso todos los tiranos (Creonte, Hitler, Franco, Pinochet, Videla...), han practicado, conscientemente, el mal enterramiento a sus víctimas, como un último oprobio. Estamos tocando el fondo.

Y por todo eso no se entiende la actitud, por demás respetable, de la familia García Lorca, de no querer buscar y enterrar dignamente los restos del poeta. Y a la vista de los argumentos que esgrimen, un poco menos. No tiene mucha lógica decir que "exhumar los cadáveres de las personas identificadas ya podría llegar a falsear la historia". ¿Por qué y cómo? En cuanto a que "no va a aportar nada a la verdad histórica", está por ver. Escasa justificación tiene el temor a que ese acto reparador pueda "abrir una puerta al olvido definitivo", o que puedan construir chalés en ese territorio azotado por la tragedia. No resulta verosímil y para impedirlo están las leyes. Desde ningún punto de vista, pues, resulta imaginable que la importancia simbólica y literaria de García Lorca, y de lo ocurrido en el Barranco de Víznar, vaya a ser menoscabada porque él esté bien enterrado. La debilidad de esos argumentos causa extrañeza y puede acabar dando pábulo a las varias leyendas que circulan sobre la verdadera muerte de Federico, tras haber sobrevivido, supuesta y milagrosamente, a su fusilamiento.

Por el contrario, es de todo punto coherente y digna de elogio la decisión de la Junta de Andalucía de aprobar un plan para "la identificación de todos los cadáveres", al objeto principal de "rendir homenaje a los que entregaron su vida por la libertad y la democracia". Sin excepciones.

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