_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El puente de Blair

Timothy Garton Ash

El papel de Gran Bretaña en el año de Irak se debe a una decisión estratégica de mantenerse cerca de Washington. ¿Ha valido la pena?

El 4 de septiembre del año pasado, The Guardian informaba de una conferencia de prensa de Tony Blair, en la que éste había "preparado a Gran Bretaña para una guerra con el fin de derrocar a Sadam Husein del poder y afirmó que 'Irak es una verdadera y auténtica amenaza para la seguridad de la región y el resto del mundo". El primer ministro dijo, asimismo, que publicará en las próximas semanas un dossier que explicará al pueblo británico el alcance de la amenaza que representa Irak".

Uno de sus predecesores, Harold Wilson, pronunció en una ocasión la famosa frase de que "en política, una semana es mucho tiempo". Sin embargo, en la historia, un año es muy poco. La historia seguirá todavía indecisa en su juicio mucho después de que Tony Blair siga los pasos de su jefe de prensa, Alastair Campbell, y salga por la famosa puerta negra del 10 de Downing Street. Pero últimamente estamos sabiendo cada vez más, y cada vez más pronto, sobre lo que verdaderamente ocurrió tras las puertas negras del poder. Con el asombroso examen público de los archivos de Downing Street para la investigación de lord Hutton sobre la muerte de un experto británico en las armas de destrucción masiva de Sadam, más la ayuda de una magnífica cosecha de "primeros esbozos históricos" escritos por diversos periodistas y las noticias que nos llegan cada día de Bagdad, no necesitamos esperar al informe de lord Hutton para emitir un juicio provisional sobre el año de Irak de Blair.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El año de Irak llegó después del año del 11-S y la respuesta totalmente justificada en Afganistán. Blair irrumpió en la nueva temporada política con la vista puesta en Sadam por dos motivos. Primero, porque creía que la combinación de armas de destrucción masiva, Estados irresponsables y terrorismo constituye una de las grandes amenazas a la seguridad de nuestro tiempo. Y tiene razón. Cualquiera que lo discuta es tonto o deshonesto.

El Irak de Sadam no tenía por qué figurar entre los lugares más peligrosos del mundo: Corea del Norte estaba (y está) más adelantada en el desarrollo de armas nucleares, Arabia Saudí, nuestro aliado tradicional, tenía mucha más relación que Irak con Al Qaeda. Sin embargo, ningún otro presidente en ejercicio había empleado armas químicas contra sus vecinos y su propio pueblo, y nadie había violado tantas resoluciones de la ONU sobre desarme. Además, el Estado de Sadam era una dictadura brutal, y Blair posee un fuerte instinto de intervención humanitaria, digno de Gladstone.

A pesar de todo, si nos preguntamos si Gran Bretaña, por propia iniciativa, habría colocado a Irak en el primer puesto de las prioridades internacionales, la respuesta es no. Lo hizo Estados Unidos. Y si nos preguntamos si, de ser otro país que no fuera Estados Unidos, nos habríamos sumado con tanta energía, la respuesta vuelve a ser no. Porque el segundo motivo de que Blair concediera la máxima importancia a Irak fue su decisión consciente y estratégica de permanecer al lado de Estados Unidos, independientemente de en qué dirección le llevara la "guerra contra el terrorismo". Blair no creía que fuera una alternativa a los vínculos de Gran Bretaña con Europa, sino la condición necesaria para que Gran Bretaña fuera un "puente" entre Europa y Estados Unidos. Una estrategia que desarrolló ya en los años de Clinton, inspiró su inesperada acogida a George W. Bush en 2001, se vio muy reforzada por los atentados del 11-S y ahora iba a enfrentarse a su prueba más difícil.

Numerosas conversaciones con la gente involucrada en los dos lados del Atlántico me han convencido de que ésa fue la premisa de la que nació todo lo demás. Vimos, en su momento, que las iniciativas británica y estadounidense estaban íntimamente coordinadas. Ahora sabemos exactamente cómo: la llamada telefónica que realizó Blair a Bush en verano, en la que, según ha declarado a lord Hutton, acordaron "afrontar el problema de Sadam Husein", y el correo interno enviado por Alastair Campbell -y que ahora se puede descargar de la fascinante página web creada para la investigación de Hutton, http://www.the-hutton-inquiry.org.uk- y que decía: "Re el dossier, reelaboración sustancial con JS

[John Scarlett, jefe del Comité Conjunto de los servicios de información británicos] y Julian M como encargados, JS lo llevará a US el próximo viernes y estará corregido el lunes posterior". Es decir, después del fin de semana en Estados Unidos.

Ahora bien, esta decisión tan británica significaba engancharse al carro de otra persona. No podíamos decidir la trayectoria, sólo -de vez en cuando, quizá- ajustar un poco la dirección con un susurro al oído del conductor. Salvo que George W. Bush "la había emprendido" con Irak por razones personales, muy diversas, y con otros muchos que le susurraban al oído.

Muchos lectores considerarán la decisión estratégica y consciente de Blair gravemente equivocada. Yo no. A Gran Bretaña, permanecer junto a Estados Unidos le beneficia a largo plazo. Y tanto a Europa como al mundo les beneficia a largo plazo que este internacionalista liberal de habla inglesa, hoy enormemente popular en Estados Unidos ("Blair for president"), argumente en favor del multilateralismo atlantista en un Washington que es mucho más que una mera camarilla de neoconservadores unilateralistas. Europa nunca podrá construir un orden internacional liberal en contra de Estados Unidos. Por tanto, es una decisión estratégica defendible.

Sin embargo, el coste ha sido tan enorme que corre el peligro de menoscabar precisamente el objetivo que perseguía. La culpa de ello no es totalmente de Tony Blair. Supongamos que los estadounidenses hubieran encontrado en Irak grandes cantidades de armas de destrucción masiva y a Sadam Husein. Supongamos que Rumsfeld hubiera hecho caso a sus generales sobre el volumen de tropas necesario para la ocupación y el Departamento de Estado hubiera podido dirigir el protectorado de forma más delicada, tal como se preparaba para hacerlo. Es mucha suposición, ya lo sé. Pero, con las pruebas de las que, al parecer, disponía hace un año, Blair no podía prever que, cinco meses después de la caída de Sadam, todavía no iban a haberse encontrado las armas de destrucción masiva. Como no podía predecir que Estados Unidos iba a convertir la ocupación de posguerra en un caos tal que Irak volvería a convertirse en "una verdadera y auténtica amenaza para la seguridad de la región y el resto del mundo".

Eso sí, con la ventaja que da la experiencia, podemos ver que Blair cometió dos grandes errores tácticos. Primero, sus prisas por defender sus acciones con el argumento de las armas de destrucción masiva y recurrir a los servicios de información como principal baza. Es evidente que le ha salido el tiro por la culata, incluso en sus relaciones con Washington, dado que el Gobierno de Bush ha recibido grandes críticas por una afirmación dudosa, hecha en el discurso sobre el estado de la Unión, que se basaba en informaciones británicas. Habría convenido mostrarse más discretos. En segundo lugar, está su fracaso a la hora de incorporar a Francia o Alemania a su estrategia transatlántica o convencer al Gobierno de Bush de que era necesario incorporarlos. Los futuros historiadores podrán comparar el tiempo que el primer ministro y sus principales asesores dedicaron a esa tarea, el pasado otoño, con el que dedicaron a las informaciones de los servicios de espionaje y la labor de pasillos en Washington. Me imagino que la proporción será de 20 a 80.

El resultado es que Blair tiene ahora unos magníficos lazos con Estados Unidos y unas relaciones crispadas con Europa. Y éste es el primer ministro que llegó al poder decidido, sobre todo, a colocar a Gran Bretaña en el lugar que le corresponde dentro de Europa. Además, con todo lo que le ha debilitado en su propio país el año de Irak, es muy difícil imaginar que vaya a poder hacer, antes de las próximas elecciones, lo que serviría para afianzar definitivamente los vínculos de la isla con Europa: incorporar a Gran Bretaña al euro. ¿Y de qué sirve un puente que sólo está fijado a una orilla?

Una conclusión posible de todo esto es que la estrategia de Blair está equivocada, sencillamente: Gran Bretaña tiene que escoger entre Europa y Estados Unidos. Otra es que la estrategia, en sí, es acertada, pero mucho más difícil de llevar a la práctica de lo que él esperaba. Ahora, los que opinamos así tenemos que demostrar por qué y cómo es posible todavía conseguirlo.

©Timothy Garton Ash 2003.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_