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Reportaje:LA TRAGEDIA DEL TRANSBORDADOR ESPACIAL

Presupuestos para un sueño

El futuro espacial de EE UU depende de la voluntad política y del dinero

El futuro de los programas espaciales de Estados Unidos no dependerá tanto de las cuestiones técnicas como de la voluntad política de Washington. La primera potencia del mundo digiere mal las derrotas, y la de ayer, plasmada en el informe sobre el accidente del Columbia, puede tener un efecto revulsivo en la cultura de autocomplacencia -o arrogancia, según quien la interprete- que ha sido la causa principal del desastre del transbordador, al igual que lo fue de los ataques terroristas del 11-S.

El presidente George W. Bush dijo ayer que continuaría el programa del transbordador espacial. "Nuestros vuelos espaciales continuarán", dijo Bush desde Minnesota. "El trabajo de la tripulación del Columbia y los exploradores heroicos que viajaron antes que ellos, continuará", aseguró.

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Sin embargo, hace falta dinero. Muchos miles de millones de dólares. El dinero es el segundo motor, después del político, de los éxitos de la NASA, y la razón primordial de sus fracasos. El Congreso y no la Casa Blanca tiene en ese sentido la última palabra y no está claro que vaya a escribirle un cheque en blanco al director de la agencia espacial, Sean O'Keefe, a menos que demuestre estar dispuesto a arrancar las raíces de la burocracia interna y a plantar un sistema en el que prime la eficacia y, ante todo, la seguridad de los vuelos.

Hay decisiones, sin embargo, que trascienden el mandato de O'Keefe -a quien por cierto nombró Bush para que saneara el presupuesto de 15.000 millones de dólares-, que tienen que ver con la privatización de las operaciones. Desde hace años, la mayor parte del programa del transbordador espacial lo gestionan empresas como Boeing y Lockheed Martin, para las que NASA representa una mina de ingresos en tiempos de crisis en la industria aeronáutica. A eso hay que sumarle la tendencia del actual Gobierno a favorecer al sector privado frente al público, por lo que parece improbable que a corto plazo se produzcan grandes reestructuraciones en los contratos externos de NASA.

Antes de iniciar las reformas hay muchas preguntas por responder. La primera es definir las metas de la exploración espacial. ¿Quiere Bush retomar el sueño que inspiró a John F. Kennedy y a varias generaciones desde entonces, o le va a dar prioridad presupuestaria a la amenaza del terrorismo? ¿Deben continuar los vuelos tripulados o se pueden sustituir los astronautas por robots? ¿Deben rediseñarse los transbordadores espaciales o es preferible construir otros vehículos espaciales reutilizables?

Theodore Postol, profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT), y una de las principales autoridades académicas en temas espaciales, opina que el "transbordador no es adecuado para vuelos tripulados ni está tecnológicamente preparado para la exploración espacial". Le secundan otros expertos como Gary S. Settles de la Universidad de Pensilvania y Paul D. Ronney de la Universidad del Sur de California.

A nivel político, el informe divulgado ayer va a reactivar el debate iniciado en el Congreso poco después del accidente del 1 de febrero en el que perecieron los siete astronautas. De momento hay una propuesta demócrata para tutelar a la NASA nombrando una junta permanente a la que respondan los responsables de la agencia. El congresista Dana Rohrabacher, jefe del Subcomité del Espacio, ha calificado de "incompetente" a la NASA y quiere restringir el uso de los transbordadores para minimizar los riesgos hasta que acuerden cuál debe ser el futuro del programa espacial. Su colega Joe Barton, sin embargo, quiere cancelar sin más los vuelos.

La opinión del pueblo estadounidense sin duda pesará en las decisiones finales. Los sondeos indican que la NASA cuenta con el apoyo de los ciudadanos, pero también muestran que los contribuyentes no están dispuestos a pagar desastres como los del Challenger y el Columbia, derivados de las crisis de identidad y de la mala gestión de la NASA. El norteamericano medio responsabiliza más a los políticos que a los ingenieros y sigue profesando la misma admiración a los astronautas que cuando la conquista del espacio era una cuestión de supremacía frente a la Unión Soviética.

El final de la guerra fría fue el principio de los recortes presupuestarios de la NASA. El presupuesto actual de la agencia, 15.000 millones de dólares, representa menos del 0,8% del gasto público, mientras que en plena carrera espacial contra la Unión Soviética se destinaba un 4%.

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