Una ría de músicas
La apuesta por separar los escenarios de Aste Nagusia ha dado resultados desiguales y basados en el cartel
La distancia estilística que media entre la música de cámara y el hip hop, o entre el metal y la canción mexicana se vio reducida en las noches de la Aste Nagusia a unos pocos kilómetros, los que separan los escenarios de la Iglesia de la Encarnación, en Atxuri, y la explanada de Zorrozaurre, en el otro extremo de Bilbao. Este viaje musical se vertebró alrededor de la ría del Nervión, que estos días registró a ambos lados de su cauce el peregrinaje del público en busca de los conciertos.
La primera cita de la noche era en la Encarnación, un templo de los Dominicos, que se ha revelado como un escenario imprescindible en los últimos años. La programación se ajustó a un espacio reservado para la música ajena a las estridencias. El público asistente, mayor y formal, atendía respetuoso a los conciertos de música clásica. Esperaban al término de las canciones para entrar y salir del recinto y aplaudían en el momento preciso, sin interferir en el virtuosismo de los ejecutantes.
A unos cientos de metros, y casi simultáneamente, comenzaba la tradicional muestra de pop-rock local de la Plaza Unamuno. No era posible la competencia. Las guitarras eléctricas y los ritmos obsesivos no comparten público con los violonchelos y las arpas. Los integrantes de los grupos también diferían bastante. Los trajes y pajaritas de la Encarnación eran atuendos negros sobre fondo negro en Unamuno, como dibujados por Malevitch.
Entre el público, curiosos de lo que se gesta en las catacumbas de los locales de ensayo y los pies negros, que estas fiestas se instalaron en la plaza a falta de los parterres del Arenal en los que durante años han vivido la Aste Nagusia y que ahora están vallados por las obras de remodelación de la zona.
El escenario de Zorrozaurre, el siguiente en el maratón horario de músicas, fue protagonista de las fiestas antes de su comienzo. Envuelto en la polémica por estar muy alejado de las txosnas, su público lamentaba la "pateada" que le esperaba al término de los conciertos. Pero las coincidencias entre unos días y otros terminaban en esas quejas; en los gustos musicales, en cambio, no las hubo.
Si en el concierto de Juanes se citaron colombianos a miles, en el de Rosendo, los asistentes dejaron tras de sí un rastro de bolsas de supermercado en las que habían transportado los litros.
Salvo los dotados con el don de la ubicuidad, los que eligiesen Zorrozaurre no podía asistir a la cita de la Plaza Nueva, el recinto de la world music, donde los conciertos comenzaban sólo media hora después. El recinto porticado volvió a ser el lugar donde todo valió, desde el flamenco de Carmen Linares, a los cantautores vascos como Txuma Murugarren.
Otro escenario que se estrenaba era el de Uribitarte. Encajado entre el Guggenheim y el puente de La Salve, los asistentes, sentados, portaban sobre sus cabezas las omnipresentes gorras naranjas cortesía de una empresa de telefonía. Los sonidos fueron desde los valses de la Orquesta Sinfónica de Bilbao hasta Kepa Junkera, que cerró los conciertos en ese escenario con el sonido de su trikitrixa, en un éxito apoteósico.
Zorrozaurre, en duda
El escenario de Zorrozaurre ha sido la gran apuesta del Ayuntamiento en la pasadz Aste Nagusia. Nació con la idea de expandir los recintos festivos; el consistorio situó al lado del Puente Euskalduna los conciertos grandes que tenían lugar en la tradicional Plaza del Gas. Las críticas de los comparseros eran claras: demasiado lejos de las txosnas. "Con lo de Zorrozaurre nos han metido un gol", protestaba uno de ellos. La polémica creció con la caída de cartel de los más sonoros nombres anunciados por el Ayuntamiento (Limp Bizkit, Primal Scream...). El viernes, el consistorio difundió una nota en la que se afirmaba que, sin contabilizar los últimos conciertos, Zorrozaurre había superado los 100.000 espectadores. En las conversaciones del último fin de semana de fiestas muchos dudaban de esa cifra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.