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Reportaje:

La catástrofe que llegó en fiestas

Las inundaciones más graves que se recuerdan en Vizcaya causaron 34 muertos y miles de millones de pérdidas

Iker Seisdedos

Bilbao apuraba los últimos días de su sexta Aste Nagusia. Era el viernes de fiestas, cuando, de repente, sin que nada lo hubiese presagiado, el cielo se partió en dos y dejó caer un diluvio sin precedentes. El agua se precipitó con violencia durante horas en la noche más larga que se recuerda en la Villa.

Lo que en un principio pareció una tormenta de verano, se convirtió en una devastadora riada. A última hora de la tarde de aquel día, las aguas desbordaron el cauce de la ría del Nervión a la altura del Casco Viejo. Las primeras víctimas fueron las txosnas del Arenal que sucumbieron al empuje de las aguas turbias en miles pedazos. La riada alcanzó rápidamente las Siete Calles, que quedaron anegadas hasta una altura de cuatro metros. 36 horas después, las inundaciones habían dejado tras de sí 34 muertos y cinco desaparecidos en todo Euskadi.

Pero tras la frialdad de las estadísticas, se escondían innumerables tragedias íntimas y terribles. Como las de una vecina de Etxebarri, que perdió a tres de sus siete hijos, o la de la casa Fiscala, en el barrio Bengoetxe de Galdakao, donde aquella noche trágica murieron siete personas que creyeron equivocadamente que aquella lluvia perstistente cesaría antes de llegar al segundo piso.

Casi al mismo tiempo que la riada, se desató una avalancha de solidaridad sobre Bilbao. Las escuelas que no habían quedado inundadas se convirtieron en refugios nocturnos para miles de familias que habían tenido que abandonar sus. hogares, y para los viajeros habían quedado bloqueados en las autopistas.

La tragedia, que no entiende de límites, trascendió las fronteras de la capital y afecto a decenas de municipios de Euskadi. Hasta el día 27 no fue posible mantener contacto telefónico con localidades como Ondarroa, Llodio o Bermeo, de la que se llegó a creer que había desaparecido por completo.

En la villa pesquera, un torrente de lodo partió por el medio el histórico edificio del casino al desbordarse el río Artigas. En la localidad alavesa de Llodio, que permaneció incomunicada durante días, todos los puentes sobre el Nervión y las casas situadas en la ribera quedaron destrozadas por el empuje del barro.

Todos los que vivieron aquellos días terribles tienen una historia entre trágica y heroica que contar. Todas ellas se pueden reducir al recuerdo de Ramón Francés, que entonces era bombero jefe en Vizcaya. "Lo que hicimos fue trabajar mucho y dormir poco".

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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