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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estar a la altura

El capitán de navío Manuel Martín-Oar, muerto en el brutal atentado contra la sede de Naciones Unidas en Bagdad, se ha convertido en la primera víctima militar española de un conflicto que empeora de día en día. El suyo será, pues, el primer féretro que recibirá nuestro país. Todas las fuerzas políticas expresaron ayer su consternación ante esa desgracia y su condena de un acto de factura netamente terrorista, con independencia de las diferentes posiciones existentes respecto al envío de tropas españolas a Irak.

A la vista de los últimos acontecimientos, no se puede seguir manteniendo la ficción de que los 1.300 soldados españoles desplazados a Irak han sido enviados en misión humanitaria a un territorio pacificado. Esa fábula gubernamental pretende tranquilizar a una opinión pública contraria a la participación española en un conflicto bélico, pero también esquivar las disposiciones constitucionales previstas para la adopción de una decisión de tanta gravedad. La nota institucional del presidente del Gobierno tras la muerte del capitán Martín-Oar persiste en ese propósito de disfrazar la participación española al sugerir que el militar fallecido se encontraba en Irak bajo el paraguas de Naciones Unidas como experto en cooperación internacional, y no como funcionario destacado en una Autoridad ocupante con la que Aznar se ha comprometido a colaborar.

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Una cosa es cerrar filas en la condena de este acto de barbarie y otra muy distinta que, por haberse producido la trágica muerte de un compatriota, la oposición política y la opinión pública deban avalar las decisiones del Gobierno. Aznar exhortó ayer a los responsables políticos a estar "a la altura de las circunstancias". Pero, hasta ahora, quien no ha estado a la altura ha sido el propio Aznar. El presidente del Gobierno debía haber comparecido en el Parlamento para requerir su aprobación al envío de tropas, advirtiendo lealmente de los riesgos inherentes a esa decisión. Y sigue sin hacerlo cuando ya van a llegar los féretros que anunció en su desgraciado comentario a las puertas de Marivent. Dados la magnitud y el sombrío horizonte de un conflicto en el que decidió adoptar un papel protagonista, sorprende que Aznar siga creyendo que la descalificación de sus adversarios políticos, en términos tan burdos como los empleados tras su audiencia con el Rey, le exime de explicar qué intereses nacionales están en juego para involucrar a España en una crisis que amenaza con destruir el sistema internacional vigente desde hace medio siglo.

El brutal atentado hará más difícil encontrar una salida política a la ratonera en la que se metieron los promotores de una guerra que nunca debió tener lugar, puesto que el mensaje implícito que incorpora es que la resistencia iraquí, cada vez más inclinada a la adopción de métodos terroristas, no reconoce la legitimidad de la ONU. Y si hay algo que no necesita esta atormentada región es un nuevo foco de conflicto con alto riesgo de enquistarse, como está sucediendo en Afganistán y como de nuevo se hace evidente en Israel.

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