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Reportaje:

Un país fuera de control

Human Rights Watch y otras ONG denuncian el aumento de las violaciones de los derechos humanos

Guillermo Altares

Si Afganistán es el ejemplo de reconstrucción que ofrece EE UU en las guerras posteriores al 11-S, los iraquíes pueden echarse a temblar. Las diferencias entre los dos conflictos y entre los dos Estados son grandes -Afganistán nunca llegó a ser invadido y Washington sólo desplegó 10.000 soldados, frente a 140.000 en Irak, un país mucho más rico y estructurado-; pero las similitudes existen: tras acabar con un régimen de cuya crueldad nadie tenía la más mínima duda, se instaló una autoridad provisional y comenzó la reconstrucción, mientras proseguía un conflicto con los restos del Gobierno depuesto y una intensa caza del hombre.

"La seguridad se ha deteriorado de forma clara en los últimos meses", señalaba una carta que diferentes ONG escribieron al ministro de Exteriores británico, Jack Straw, en la que relataban que su trabajo se había vuelto casi imposible. De hecho, muchas han abandonado el país. La misiva, que reprodujo la BBC, hablaba de un aumento de la crimilidad y de la violencia de los señores de la guerra, del crecimiento del consumo de opio y de los enfrentamientos entre mafias y de los intentos, por parte de talibanes y simpatizantes de Al Qaeda, de minar el proceso constitucional y la celebración de elecciones en 2004. "Es el trabajo más difícil de mi vida", ha dicho sobre la organización de estos comicios el experto en procesos electorales de la ONU Reginald Austin.

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Incluso en Kabul y sus alrededores, donde está desplegada la ISAF, la situación es complicada. Más allá, en un país donde las comunicaciones son prácticamente inexistentes, está fuera de control o controlada por individuos muy poco recomendables. "Los abusos de los derechos humanos están siendo cometidos por señores de la guerra que recibieron el apoyo de EE UU y sus aliados tras la caída de los talibanes, en diciembre de 2001", señala el último informe de Human Rights Watch sobre Afganistán, publicado a finales de julio.

El trabajo de esta ONG se centra en el sureste del país y sus conclusiones recuerdan mucho al caos afgano de los noventa: secuestros, violaciones, todo tipo de abusos de poder y extorsiones al tráfico rodado en las carreteras. No debería olvidarse que, precisamente por los peajes y los robos que proliferaron en todos los caminos del país, las poderosas asociaciones de camioneros paquistaníes fueron las que financiaron a un grupúsculo de fanáticos religiosos que acabaron por gobernar Afganistán: los talibanes.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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