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Reportaje:

Europa agota los ventiladores en una ola de calor africano

Las altas temperaturas multiplican las bajas laborales, la muerte de animales y los incendios forestales

El pasado verano, Europa Central sufrió las peores inundaciones del siglo. Este año, Europa padece una ola de calor insólita: a la primera chispa los bosques han ardido como teas, se han agotado los ventiladores en Roma o París y en Perl-Nennig, al oeste de Alemania, se han alcanzado los 40.8 grados, la mayor temperatura desde que se iniciaron las estadísticas en 1901. "Cada vez hay más pruebas de que estas temperaturas no se deben a variaciones naturales del clima, sino que son la consecuencia de actividades humanas", dijo ayer a la agencia France Presse Rajendra Pachauri, experto en variaciones climáticas de la ONU.

El Mediterráneo ha alcanzado su temperatura más alta de los últimos 45 años, 32 grados. En Suiza han comenzado a fundirse glaciares situados a 4.000 metros, "una situación excepcional", dijo el experto Martin Funk. Normalmente, las heladas se mantienen a partir de los 3.000 metros. En los últimos días, entre los incendios y el calor, 36 personas han muerto en España, Francia y Portugal.

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En Suiza han comenzado a fundirse glaciares situados a 4.000 metros
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En Francia, que ha sufrido tremendos incendios en la costa mediterránea, la agricultura se ha visto muy afectada. Cerca de un millón de pollos han muerto, víctimas del calor, en el oeste de Francia, según la Confederación Francesa de Avicultura. Los bomberos han recibido alrededor de 40 llamadas diarias de criadores que les pedían que acudiesen para remojar los tejados de sus hangares repletos de aves que, a partir de los 37 grados, comienzan a asfixiarse. Pavos, cerdos y conejos mueren también en masa. En París, Lyón, Burdeos, Lille o Marsella los ciudadanos pueden optar por sumergirse en sus bañeras o por remojarse en compañía en las fuentes públicas. Es la única solución, puesto que el dotarse de un aparato de aire acondicionado es imposible: en ningún almacén quedan climatizadores, y conseguir un simple ventilador es algo milagroso.

Los futbolistas, en su gran mayoría, han inspirado piedad a entrenadores tradicionalmente despiadados. El Auxerre ha renunciado a la doble sesión de entrenamiento, de mañana y tarde, y Guy Roux convoca a sus tuercebotas a las ocho de la mañana y les deja en libertad antes de que el termómetro supere los 32º.

En Italia, los meteorólogos le echan la culpa al monzón africano, y puede que tengan razón. Lo cierto es que Italia vive presa en las garras de un calor africano desde hace más de dos meses. De Nápoles a Milán, pasando por Roma, Florencia y por las armoniosas colinas de la Toscana, el país arde, con máximas que bordean los 40º y con índices de humedad que se aproximan en algunas zonas al 60%. La ola de calor, unida a una sequía prolongada, ha tenido consecuencias inmediatas en la vida cotidiana. Para combatir las temperaturas extremas, los italianos han gastado 720 millones de euros más de lo habitual, en los últimos dos meses. Los precios del agua mineral se han disparado, mientras crece el consumo de electricidad. El primer pico de calor, a mediados de julio, provocó en todo el país cortes de suministro eléctrico que obligaron al ex monopolio Enel a comprar electricidad a precios exorbitantes. Aun así, desde el inicio de agosto, los apagones planean sobre las ciudades italianas.

En Roma, los pocos supermercados climatizados han sido tomados al asalto por turistas y ciudadanos de a pie, que deambulan con un helado en la mano, aprovechando el frescor. La mayor parte de Italia se ha visto libre, hasta ahora, de los fatídicos incendios. Aun así, en diversas zonas de Liguria (en el noroeste) y en Toscana, centenares de hectáreas de bosque o matorral han sido destruidas por fuegos, en su mayoría provocados.

Alemania alcanzó anoche su récord de temperatura nocturna: 26,7 grados en el suroeste. "Nos estamos asando. ¡Haz algo, canciller!", bromeó el miércoles en primera página el diario sensacionalista Bild. Pero Gerhard Schröder no ha dicho esta boca es mía. Sin el canciller y con semejante calor, Alemania ya no es la misma. La generación de energía en las centrales nucleares está en mínimos, porque ya no hay modo de refrigerar los reactores: ayer tuvo que parar la de Obrigheim. Los futbolistas alemanes, otrora conocidos como panzers, han pedido que el inicio de los partidos se retrase unas horas para que no les dé un patatús. Las cervecerías están produciendo a tope y la facturación en los bares al aire libre se ha disparado en un 20%.

En el Reino Unido sólo hay un tema de conversación: la ola de calor y la posibilidad de batir, mañana, la máxima de 35,9 grados registrada en 1990. Pero con temperaturas por encima de los 35 en el sureste inglés, incluidos los 35,1 que Londres ha alcanzado por primera vez en 40 años, la vida de los británicos ciertamente se ha complicado.

Se calcula que el 37% de la población laboral tomará la baja para evitar el asfixiante ambiente del metro y autobuses locales o el insoportable bochorno de oficinas y comercios, la mayoría sin sistemas de refrigeración. "No nos dejan quitarnos la corbata, solamente desabrocharnos el primer botón de la camisa. La ley nos garantiza ciertas condiciones frente al frío, pero nada contra el calor", se quejaba ayer el empleado de un supermercado.

El Gobierno, al menos, ha difundido una serie de normas básicas para evitar la insolación, como mantenerse a la sombra, llevar sombrero, camiseta y gafas de sol, vigilar a ancianos, ingerir líquidos no alcohólicos... Otros prefieren atender a los animales y piden que se proteja a perros y gatos con crema contra el sol. Las fuentes públicas se han convertido en piscinas. Las terrazas están abarrotadas y en las playas se han visto cuerpos de un rojizo que hasta la fecha era exclusivo de las costas mediterráneas.

Katharina, de 72 años, Erich, de 80, y Gerharda, de 71, disfrutan de un baño en una antigua bañera instalada en el patio de un museo en Basilea, Suiza.
Katharina, de 72 años, Erich, de 80, y Gerharda, de 71, disfrutan de un baño en una antigua bañera instalada en el patio de un museo en Basilea, Suiza.AP

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