Baboserías
Hay un fraile meteorólogo por aquí, en Giputxilandia -la rose du monde- y los calores de estos días me han hecho pensar en él. Resulta que el tal fraile vaticinó días ha que los peores calores habían pasado ya. No se crean que pasaba por allá cuando hizo su vaticinio y que lo dejó caer como quien dice hola guapa. Nada de eso, pues el fraile en cuestión nos salpica el calendario con apariciones continuas, en las que nos indica el tiempo que debemos creer que va a hacer en el periodo que a él se le ocurra. Se acabaron los calores, dice por ejemplo, y uno soporta la chicharra que viene a continuación como si fuera una penitencia para que, en efecto, se acaben los calores. Y una vez que han pasado, la gente dice, veis, el fraile tenía razón, se acabaron los calores. La gente esto lo puede decir allá por noviembre, cuando la cosa está más templada, y ya puede asegurar doña Concepción -o quien sea- que el verano anterior fue achicharrante que la gente le dirá: ¡no, mujer -o lo que sea-, no te acuerdas de que el fraile dijo que se acabaron los calores! El fraile, por lo tanto, siempre acierta, de ahí que lo agasajen y lo reverencien como si se tratara de un druida.
Ignoro los procedimientos que utiliza el tal fraile para pontificar que los calores se acabaron o que en agosto comenzará el buen tiempo -como nos aseguró el verano pasado, sin que tampoco diera pie con bolo-. Muy bien puede dedicarse para ello a contemplarse los pellejos de las uñas, porque no tengan duda alguna de que siempre acertará. El tiempo que haya hecho será lo de menos, pues de lo que se trata es de salvar al druida, depositario de una sabiduría ancestral y autóctona que asegurará nuestro destino, aunque tengamos que construir a toda prisa un arca de Noé después de que él haya anunciado sequía. La desaparición de todos bajo las aguas no sería tan catastrófica como la descalificación del druida, lo que nos dejaría sin poso del Neolítico para toda la eternidad, ergo, sin plan Ibarretxe.
Lo cierto es que a la gente le fascinan estos parodistas de la antiquité, a los que situaría en pedestal más alto que a un premio Nobel. Comparativamente, estos últimos son muy limitaditos, ya que lo que saben puede acabar sabiéndolo todo el mundo y no guardan arcano alguno que pueda informar sobre una diferencia que se pierde en la noche de los tiempos. Un premio Nobel no es un tipo antropológico; un druida, sí, y además es un fraile, ¡qué casualidad! Adscríbanlo a algún monasterio con pedigrí -no a una iglesia parroquial, como la de Maruri- un monasterio de esos que recogen la sabiduría de la tierra como si fueran los gases sulfurosos de Delfos, y que haya sido cantado por todo el pestiño de antropólogos y artistas que tanto nos acongojan, y tendrán el milagro. ¡Que perezca el mundo, pero que el druida no me lo toquen!
A mí ya no me sorprende encontrarme con alguien que en cosa de segundos se puede cargar la democracia, el progreso, la divinidad, Satanás, el género humano que bien pudiera desaparecer, etcétera, pero que si le dices, mira, está lloviendo y el druida aseguró que ya no llovería en dos meses, pasará de gesto airado a gesto solemne como si hubieras mentado la bicha y te responderá que el druida siempre acierta. Hasta es posible que te hayas vuelto sospechoso para él, pues el druida es como la purrusalda, una seña de identidad, en realidad la madre de todas las identidades, sin las que no podría funcionar el plan Ibarretxe. ¡Qué seríamos sin esa peculiar y oculta sabiduría que halla su más alta realización en el druida! A su lado, la filosofía de Aristóteles es una debilidad derechista, no digamos ya las exquisiteces teológicas de las grandes religiones. Nada es comparable a esa habilidad para predecir el tiempo -incluso equivocándose- con la observación de las piruetas que trazan en el aire las ventosidades de las vacas.
No, no se rían, porque las ventosidades de las vacas son muy importantes. Hace ya algún tiempo se les hizo responsables del agujero de la capa de ozono, aunque ellas no se dieron por enteradas y siguieron purgándose. Escribe Joseba Arregui: "Ésa es la verdad de las víctimas instituidas por ETA: asesinadas por ser obstáculo en el camino a que una identidad ocupara el todo del espacio público, convirtiendo así la sociedad, la ciudad, en comunidad de identidad normativa". Y al paso que vamos, esa identidad normativa puede ser cuestión de una ventosidad de más o de menos. De la vaca, claro, ¿o será del druida?
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