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LA EXTRAÑA PAREJA
Columna
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Ética y proteínas

Juan José Millás

El coronel David Hogg, comandante de las fuerzas humanitarias norteamericanas desplegadas en Irak, se jactaba el otro día de haber secuestrado a la mujer y a la hija de un militar iraquí en cuya casa dejó la siguiente nota: "Si quieres que liberemos a tu familia, entrégate". Al coronel David Hogg le parece normal utilizar como rehenes a miembros de la población civil. Y a sus superiores, también, pues no tenemos noticias de que haya sido destituido y puesto a disposición de la justicia. El coronel David Hogg y sus superiores, que hasta ahora actuaban como terroristas y se expresaban como miembros de una ONG, han empezado a hablar como actúan.

Estuve, tras leer la noticia, un par de días atento a la pantalla, por si se producía alguna reacción. Pero no ocurrió nada, por lo que supongo que el coronel Hogg continuará secuestrando mujeres y niñas en aquel lejano país árabe, ya ves tú lo que nos importa a nosotros aquella gentuza. Después me olvidé del asunto (tampoco es tan difícil, no exageren los moralistas), porque me había propuesto abrir esta serie de verano con un artículo hidratante que protegiera a los lectores de las quemaduras de la realidad. Pero hete aquí (qué rayos querrá decir hete aquí) que me encontraba tumbado al sol, pasando el día en una fantástica playa asturiana, cuando empezaron a llegar coágulos de fuel en tales cantidades que al poco estábamos de mierda hasta las rodillas. Los coágulos no tenían forma de galleta, pese a que Rajoy los llama de ese modo (qué significativa asociación, por cierto, entre la caca y la repostería), sino de heces en forma de melena.

En la playa donde yo me solazo no hemos tenido más remedio que aceptar la existencia real del chapapote, pese a los desmentidos de Cascos y su tropa

El caso es que al advertir que los esputos del Prestige y las declaraciones del coronel Hogg tenían la misma textura purulenta, mis neuronas vibraron y ya no pude detener la cadena asociativa. Discúlpenme, pero es que me parece intolerable que esos oficiales, a cuyas órdenes están las tropas españolas, vayan presumiendo por ahí de raptar a mujeres y niñas para doblegar al enemigo. En las películas históricas de buenos y malos, a las que debemos parte de nuestra educación sentimental, el malo actuaba como el coronel Hogg con la población civil. Y lo odiábamos.

Pero tampoco hay que recurrir al cine para encontrar ejemplos capaces de poner los pelos de punta al mismísimo diablo. Ahí están los militares argentinos, acusados precisamente del secuestro de mujeres y niñas. Dice el abogado de algunos de estos delincuentes que al principio las raptaban con buenas intenciones, como el coronel Hogg, pero luego, una vez que las tenían en comisaría, les aplicaban la picana y las violaban para matar el tiempo. Parece que una cosa lleva a la otra.

Ahora bien, yo creo que la decisión de autorizar la persecución de estos violadores casi treinta años después de que hayan cometido sus crímenes no es un triunfo de la justicia, como intentan hacernos creer, sino un fracaso de la economía. A los argentinos les están dando ética porque no pueden darles proteínas. Nosotros, en cambio, nos tenemos que tragar las declaraciones del coronel Hogg, de quien somos aliados y cómplices, porque comemos tres veces al día. Ustedes verán qué prefieren, viene diciéndonos Aznar desde la cumbre de las Azores, si ética o huevos fritos, porque yo soy incapaz de proveerles de las dos cosas a la vez. Así que mientras los tipos de interés se mantengan en los niveles actuales vamos a tragar chapapote moral por un tubo.

La experiencia, por fortuna, dice que la marea se retira más tarde o más temprano. Lo normal es que lo haga a las seis horas, pero a veces lo hace a los 20 años. Llegado ese instante, todo el mundo se sube al carro de la ética, porque las proteínas, en cantidades industriales, también cansan. De hecho, los mismos que en su día alentaron y proporcionaron cobertura retórica a los GAL fueron los que más levantaron la voz cuando la marea bajó y ya no hubo forma de ocultar los cadáveres. El espectáculo que nos están dando ahora mismo, no importa a dónde mires, es atroz, pero a cada cerdo le llega su San Martín como a Urdaci le empiezan a llegar las sentencias judiciales. En la playa donde yo me solazo (qué rayos querrá decir solazarse) nos han arrebatado la bandera azul y no hemos tenido más remedio que aceptar la existencia real del chapapote, pese a los desmentidos de Cascos y su tropa. Todas las revoluciones empiezan con la caída de una bandera, así que, paciencia y barajar.

PACO PAREDES

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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