La máscara de la otra cara
El reality show de mayor éxito en Estados Unidos se emite los miércoles en la cadena ABC y tiene que ver con la belleza. O con la fealdad. Su título es Extreme Makeover y hace alusión a las sorprendentes transformaciones que la cirugía estética puede lograr en la apariencia de una persona. Los candidatos abundan tanto para someterse a las operaciones que en cada tanda los productores deben escoger entre decenas de miles de tipos feos. O que se tienen a sí mismos por feos, mal agraciados, finalmente infelices.
El reality show consiste en presentar un antes y un después. En una primera aparición, el hombre o la mujer elegida hacen ver a la audiencia el detalle de sus imperfecciones y semanas más tarde aparecen remodelados. En el intervalo, durante la hora de programación se difunden las imágenes de la operación: cómo se corrige la barbilla prominente, se recortan o pegan las orejas, se succiona la grasa de la cintura y la papada. En ese trance quirúrgico se asiste a la violencia que soporta el cuerpo para reformarse, y en los preámbulos del quirófano se observa el miedo que afronta el individuo para hacerse querer después. Según cálculos profesionales, la autoestima de los concursantes aumenta al menos un 10% cuando han concluido el tratamiento. Mujeres de un rictus antipático en el labio superior se transforman en personas risueñas que atraen a los clientes o consiguen empleos con facilidad. Hombres de semblante triste, indicio de alguna falla interior, vuelven al programa convertidos en la insignia del optimismo y la intrepidez.
Si la televisión fue considerada un medio que alteraba la cara de la realidad, es coherente que la alteración de las caras encuentre su espacio en las pantallas. "La cirugía estética hace milagros". ¿Quién puede hallar una frase más tópicamente cercana a la verdad? La nueva verdad, además, con que se presentan los operados es toda su verdad, porque ¿quién puede decir que las apariencias con que llegaron a la ABC no fueran máscaras de su auténtica alma? O, incluso: ¿quién puede asumir actualmente que el exterior sea un fiel reflejo de no se sabe qué alma? La apariencia es hoy parte sustancial de nuestra esencia, cuando no el indicador de algún destino. O bien, aceptada la gran influencia del look en el logro, ¿cómo pretender lo mismo cuando se parte perjudicado por una grave distorsión del peso o del mentón?
Los colegios de cirujanos estéticos que en principio vacilaron sobre la seriedad del concurso se han mostrado después ampliamente satisfechos de la publicidad obtenida para su ejercicio profesional. Ahora, una vez llevada su actividad a la calle, popularizado televisivamente el lifting, el aumento de pecho o la completa reconstrucción dental, ¿quién no se sentirá antiguo, excluido o incómodo sin haber pasado por las manos del cirujano plástico? Conformarse con lo que se tiene, resignarse a la imagen obvia que uno refleja, parece una actitud propia de otra época. Los feos que salen en el Extreme Makeover demuestran que no debe asumirse el defecto como una voluntad de Dios y saben que pronto, quienes no respondan a los cánones de la belleza aceptada, pasarán por negligentes o indigentes, cuando no como delincuentes.
Las asociaciones de padres, naturistas, ecologistas, humanistas y agrupaciones religiosas han protestado por la extraña secreción moral que desprende este reality show. Dios creador, el Destino, la Naturaleza, la originalidad individual, tratan de enmendarse a través de una tecnología moderna que hace y deshace cuerpos para ajustarlos a un diseño mercantil. ¿Perversión? El pasado mayo se presentaron como candidatas dos hermanas gemelas, Sharon y Karen, que no deseaban, en este caso, ser otras, sino parecerse más, incrementar su gemelidad. Sharon se veía más fea que Karen, con la nariz más larga, la barbilla retraída y tres o cuatro birrias más. Enseguida se pasó a la acción. Karen hizo de canon para esculpir a Sharon y de esa manera la cirugía estética las salvó del posible menoscabo que había querido el azar y como punto final quedaron ambas prácticamente iguales. ¿Justo el resultado?
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