La mejor colección de Chillida vuelve a casa
La Fundación Telefónica presta 40 piezas del artista al Chillida-leku en el aniversario de su muerte
"Un día soñé una utopía", dijo en vida Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002). "Encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque". Halló el lugar, el caserío Zabalaga de Hernani, lo diseñó a su medida y lo disfrutó desde su inauguración en septiembre de 2000 hasta el día de su muerte, el 19 de agosto de 2002. Ahora, a punto de cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento, Fundación Telefónica traslada temporalmente 41 obras del artista -pertenecientes a su colección privada- a su entorno natural, el Museo Chillida-leku, el lugar soñado por el artista. Son esculturas, dibujos, grabados y collages que sintetizan casi cuatro décadas de creación.
"Mi padre no podía concebir un espacio interior inaccesible", dice Luis Chillida
"Lo que buscaba con los dibujos no eran las formas, sino los volúmenes"
Eduardo Chillida vivió sus últimos años obsesionado por lograr que su proyecto más íntimo, su museo, su casa, fuese un espacio vivo. "Un lugar donde sucediesen acontecimientos", explicó ayer su hijo Luis, responsable del Chillida-leku. "Y estoy seguro de que, desde el cielo, estará encantado con esta exposición", aseguró. Primero, porque la presentación conjunta de las dos colecciones, la de la familia y la de Telefónica, permite conocer su trabajo de forma más completa. Pero también, "al ver que estas magníficas obras se acoplan tan bien en el caserío, el entorno en el que nacieron", reconoció Luis Chillida. "Es aquí donde adquieren todo su sentido y su razón de ser", le apoyó el director general de la fundación, Fernando Villalonga.
La tarea de reunirlas al mismo tiempo en Zabalaga no ha resultado fácil, porque la colección de chillidas de Telefónica se encontraba dispersa, cedida en depósito, en el Reina Sofía de Madrid, El Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) y el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). Pero la familia del escultor ha cedido obra de repuesto a estas pinacotecas para albergar a cambio en Hernani unos fondos que aportan una visión global sobre el trabajo del artista donostiarra. "A nivel mundial no hay otra colección de mi padre como la de Telefónica", aseguró Luis Chillida. Abarca desde finales de los cuarenta, cuando el artista se trasladó a París, donde comenzó a esculpir, hasta finales de los ochenta, cuando ya nadie ponía en duda que sus preguntas, su búsqueda incesante de respuestas, había abierto nuevos horizontes a la escultura y el grabado.
Ninguna de las obras de la colección se exhibe al aire libre; todas se encuentran en el interior del caserío Zabalaga. En la planta baja se ha instalado el grueso de las esculturas adquiridas por la fundación a partir de 1983, bajo la supervisión de Nieves Fernández. Entre ellas, Elogio del vacío
II, una pieza que sintetiza una de las obsesiones de Eduardo Chillida. "Mi padre no podía concebir un espacio interior inaccesible", explicó su hijo. "Es como este caserío: lo vació de todo lo que no le hacía falta para exponer su obra. El vacío es importantísimo en la escultura, tan importante como el silencio en la música". En la sala asoman todas las obsesiones de Eduardo Chillida: su pasión por la naturaleza en Homenaje a la mar, una escultura que nació determinada por los colores y las vetas del alabastro; su predilección por el número 3, "el número espacial"; su especial relación con la música de Bach en La casa de
Bach, y su admiración por Heidegger o por la obra de Juan Gris. "Desde los límites que tú conoces te saludo, Gris, ácido Gris, Gris difícil, introvertido Gris, Gris conciso", fundió en el hierro de su homenaje al pintor.
En esta exposición resulta complicado resaltar una pieza sobre otras. "Obras relevantes hay muchas", dijo su hijo Luis. "El nivel de crítica que tenía mi padre con su trabajo era impresionante. Cuando una obra no era la mejor, se deshacía de ella. Si daba algo por bueno...". En todo caso, hay dos esculturas de hierro que ocupan un lugar central en la sala: Las mesas de Omar Khayyam III y IV. Ambas son un tributo del artista donostiarra al astrólogo físico iraní. "Le interesaba esa visión que tenía de la bóveda celeste. Las mesa centrada para él siempre ha mirado al cielo".
En esta sala hay 13 esculturas, seis menos de las que suele albergar habitualmente. El resto de las obras de la colección se encuentran en la primera planta del caserío. Es allí donde se exhibe el testimonio más antiguo que tiene la Fundación Telefónica del trabajo de Chillida: una serie de dibujos que realizó en los inicios de su carrera. "Mi padre sólo dibujó la figura humana al principio, y luego, en ocasiones, pero sólo en familia", explicó su hijo Luis. "Lo que él buscaba eran los volúmenes, no las formas, y consiguió que mi madre, su modelo, se enfadara más de una vez: '¡Yo no estoy tan gorda!".
Hay muestas de estas piezas de la discordia en la Sala de las Gravitaciones, en la primera planta del caserío Zabalaga, porque la familia ha guardado temporalmente sus obras de la colección permanente para exhibir allí todas las piezas en papel de los fondos de esta colección privada -dibujos, collages, gravitaciones, grabados-, además de pequeñas esculturas en barro y hierro.
"Mi padre pensaba que el dibujo es la forma más fiel para expresar una idea". También que "la habilidad del artista puede ser enemigo" del arte. Por eso, se obligó a dibujar con la mano izquierda. "Soy más torpe y lento, pero mi cerebro piensa así más", dijo en alguna ocasión. Y acabó por dibujar con igual maestría con las dos manos. Con la izquierda, recreaba la derecha. Le bastaban unos sencillos trazos para captar toda la expresión, como puede verse en la serie que se expone en la sala. Junto a ellas, dibujos de manchas negras, o de línea, como los de homenaje al filósofo Ciorán, lurras, y ejemplos de sus primeras gravitaciones (1986), de su guerra particular contra la cola, "una usurpadora del espacio".
Sólo con ver esta exposición, que se prolongará hasta mediados de septiembre, basta para tener una visión global de la carrera de Chillida. "Ésa fue la idea", reconoció ayer Nieves Fernández, "cuando empezamos con la colección. Primero, recuperar patrimonio, porque casi todo estaba fuera de España. Pero también adquirir obras para ver a Chillida a través de todas sus épocas y los materiales que utilizó". No parece por el momento que la fundación tenga intención de enriquecer los fondos de su colección de arte, que reúne alrededor de un centenar de obras de Fernández, Juan Gris, Pablo Picasso y Antoni Tàpies. "Hoy en día es imposible comprar un chillida", reconoció ayer Villalonga.
Babelia
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