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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El escándalo Eurostat

Llueve sobre mojado en la Comisión Europea al destaparse un nuevo escándalo de corrupción, de alcance por el momento incierto y saldado por ahora con la destitución del responsable de la oficina de Estadística, el francés Yves Franchet, y dos de sus colaboradores inmediatos. Las investigaciones en curso darán la medida exacta de una crisis que el presidente Romano Prodi intenta atajar con medidas contundentes y que compromete al comisario de Asuntos Económicos, Pedro Solbes, de quien depende Eurostat.

El listado de irregularidades es muy grave y arranca de 1996, cuando Jacques Santer presidía una Comisión que dimitiría en bloque en 1999 tras un devastador informe de un comité de expertos que revelaba descontrol en sus servicios, despilfarro y fraude. El caso Eurostat abarca desde contratos ficticios hasta ofertas falsas y doble contabilidad. Millones de euros de dinero público pueden haber desaparecido a lo largo de los años en cuentas secretas. La Comisión de Prodi admite que el embrollo es de mucha mayor escala que lo inicialmente imaginado, lo que sugiere que Franchet y su equipo tenían montado un auténtico tinglado delictivo. Más preocupante es que nadie tomara medidas pese a que ya en 1999 y 2000 los servicios de auditoría advirtieran algunos indicios.

Romano Prodi alardea de estar erigiendo una administración europea inmaculada y de primera fila, capaz de lidiar con el desafío de una Europa ampliada. Pero las buenas intenciones no bastan, y lo ocurrido no ayuda a difundir esa imagen de limpieza y eficacia. El presidente de la Comisión sólo ha actuado enérgicamente en el caso Eurostat, como se le reprocha desde el Parlamento Europeo, después de que el escándalo adquiriera notoriedad en la prensa. La Comisión es lo más parecido a un Ejecutivo de la UE, pero, a diferencia de los Gobiernos nacionales, su control parlamentario es abiertamente insuficiente.

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La Unión Europea sufre de hiperburocracia. Los hechos vienen a corroborar que en su vasta y compleja maraña administrativa, y a pesar de los abundantes sistemas de inspección y autocontrol, hay demasiados recovecos donde pueden acabar anidando comportamientos delictivos. El escándalo Eurostat, al margen de las responsabilidades políticas que acarree, debe ser catalizador de una reforma que lleve transparencia y prestigio al gobierno de una unión que el año próximo englobará a más de 450 millones de ciudadanos.

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