"Es difícil unir política y literatura"
El croata Predrag Matvejevic se dio a conocer en Europa occidental a finales de los años ochenta con Breviario
mediterráneo, un libro que recogía impresiones y opiniones con un toque poético. Pero la proyección de este socialista de rostro humano, cosmopolita y buen conocedor tanto de Occidente como del mundo eslavo llegó de la mano de las guerras yugoslavas y del derrumbamiento de los regímenes comunistas del Este. A través de sus artículos y de unos libros que no han sido publicados en español, a excepción del citado, se ha convertido en uno de los narradores y ensayistas que mejor ha reflejado los desastres que devastaron la Europa central y oriental a partir de la caída del muro de Berlín en 1989.
Nacido en Mostar (Bosnia-Herzegovina) en 1932, hijo de una croata y de un ruso emigrado, miembro de la Liga Comunista yugoslava hasta su expulsión en 1975, profesor en París y, más tarde, en Roma desde comienzos de los años noventa, asesor de Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, Matvejevic acaba de publicar Entre asilo y exilio
, donde recoge una serie de cartas sobre la represión en los países comunistas entre principios de los setenta y comienzos de los noventa. El autor croata confiesa que ha elegido el género epistolar a modo de novela de la Historia porque de este modo podía unir compromiso político y literatura. "Es difícil introducir la política en la literatura y que ésta quede a salvo", declaró en Madrid en una entrevista concedida con motivo de la presentación de su libro.
PREGUNTA. ¿Qué entiende usted por novela de la Historia?
RESPUESTA. Existe una novela histórica tradicional, que toma la Historia como un marco de referencia. Pero esta forma de narrar me parece que está agotada. A la hora de plantearme escribir Entre asilo y exilio, preferí optar por la novela de la Historia. Se trata de un enfoque que utilizó León Tolstói en algunas de sus obras y en el que la Historia aparece como sujeto y como objeto de la novela. Un libro ejemplar en este sentido es Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Me gustaba también el género epistolar porque me servía para mezclar historias personales con eventos de la Historia. He recogido en mi libro testimonios muy directos de la disidencia en los países del Este, como los de Sajárov y otros intelectuales, en una novela que yo definiría como realista, pero con personajes que son reales y simbólicos al mismo tiempo.
P. Supongo que plantear la disidencia a través de la literatura no era una tarea fácil bajo los regímenes comunistas.
R. Desde Europa occidental resultaba fácil, pero desde los países que estaban más allá del telón de acero entrañaba un gran riesgo. Era una literatura escondida que con frecuencia se difundía a través de fotocopias. Mis cartas a Sajárov, mis artículos de defensa de Václav Havel o de escritores croatas perseguidos fueron fotocopiados miles o cientos de miles de veces. Es cierto que tuve pequeños privilegios porque viajé cuatro veces a la URSS formando parte de delegaciones oficiales yugoslavas, y en ocasiones me permitieron separarme de las visitas organizadas. En cualquier caso, mi literatura ha oscilado entre dos direcciones dominantes: las obras poéticas como Breviario mediterráneo y los libros críticos de representación histórica.
P. ¿A qué atribuye la irrupción del nacionalismo o el auge de la religión en los países del Este de Europa tras el derrumbamiento del comunismo?
R. Se podría decir que durante décadas el sustantivo de todo era el comunismo y los adjetivos eran serbio, croata, polaco o checo; o bien, católico, ortodoxo o musulmán. Cuando cayó el sustantivo, los adjetivos pasaron a un primer plano. Las culturas nacionales se han convertido, por tanto, en ideologías de la nación y el laicismo democrático sigue siendo una gran asignatura pendiente. Esta reflexión sirve para la URSS y para todos sus aliados de aquella época. Yo fui expulsado en 1975 de la Liga Comunista yugoslava por haber publicado una carta abierta a Tito, aunque yo admiraba al mariscal por su capacidad de resistencia frente al fascismo, primero, y frente al estalinismo, después.
P. Y una década después de la caída del muro, Estados Unidos se convierte en el único y aplastante imperio.
R. Los halcones de la Administración de Bush han reforzado el mito de la conquista del mundo dando incluso un paso adelante. En una primera fase de la evolución de Estados Unidos se aspiraba sólo a la conquista del poder mundial a través del control de los mercados. Pero en la segunda fase, que estamos viviendo ahora, no basta con eso. Los estadounidenses necesitan también conquistar los países, como han demostrado los ejemplos de Afganistán y de Irak.
P. Usted criticó mucho la indiferencia de los intelectuales occidentales ante el drama de la desintegración violenta de la antigua Yugoslavia. ¿Por qué?
R. La mayoría de intelectuales occidentales tuvieron un papel discreto que rayaba en la desidia porque tuvieron miedo de asumir un compromiso fallido en un conflicto tan enrevesado y difícil de entender. Ahora bien, cometieron el error de no ver que Milosevic era un dictador muy peligroso y todos los líderes occidentales estaban muy preocupados con el rápido derrumbamiento de la URSS. Por ello, el rincón yugoslavo no era tan importante para Occidente que nos dejó solos con nuestros demonios. Unos demonios que apuntaban a prolongación de los enfrentamientos de la Segunda Guerra Mundial, al choque en la frontera entre el cristianismo y el islam o al rompecabezas de un país como Yugoslavia con seis pequeñas nacionalidades que buscaban su identidad y la afirmación de su superioridad.
P. ¿Este auge del nacionalismo ofrece poco margen para la disidencia?
R. Al escribir Entre asilo y exilio me di cuenta de que el discurso crítico contaba con poco margen de maniobra entre la traición y el ultraje que imponen los nacionalistas a todo aquel que se desmarca. Este compromiso intelectual afronta hoy muchas dificultades. Baste con recordar el caso de Rusia con respecto a Chechenia. Sin embargo, yo siempre me he propuesto salvar la dignidad de la literatura, aunque resulte difícil introducir la política en la literatura y que ésta quede a salvo.
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