Inverosímil de puro atroz
Predrag Matvejevic procede de una familia rusa; poco después de la Revolución, su padre se exilió en las filas del ejército blanco y se instaló en el reino de Yugoslavia. Así que los repetidos viajes de Predrag a la URSS en la década de los setenta, en calidad de escritor invitado por la Unión de Escritores de la Unión Soviética a congresos intelectuales, los realiza con el filtro crítico de la disidencia titista y los contactos con la inteligencia rusa -espléndidas viñetas dedicadas a Shalamov, el autor de los Relatos de Kolyma, o al cantautor Bulat Okudzhara: "¿Por qué escribir letras de sangre en la arena? La naturaleza no necesita nuestras cartas"- se doblan en visitas a parientes y amigos de su padre que le permiten observar los aspectos cotidianos, los detalles vivos, del régimen en trance de lenta implosión.
ENTRE ASILO Y EXILIO. EPISTOLARIO ORIENTAL
Predrag Matvejevic
Traducción de Luisa Fernanda Garrido
y Tihomir Pistelek
Pre-Textos. Valencia, 2003
248 páginas. 23 euros
Autor de un Breviario mediterráneo (Anagrama, 1991) que ha sido un éxito editorial en toda Europa, Matvejevic publica ahora Entre asilo y exilio, libro de aluvión, de fragmentos, fronterizo entre géneros (dietario, epistolario, ensayo), se ha venido escribiendo desde 1972 hasta 1994, sumando documentos de las relaciones con Rusia de quien repetidamente se define como "hombre de izquierdas y creyente en el socialismo con rostro humano". Otros (como Gide en Regreso de la URSS o Koestler en Euforia y utopía) habían contado lo que vieron y se les quiso ocultar en sus viajes a la URSS, adonde llegaron convencidos y de donde volvieron escépticos. Matvejevic llegó escéptico ma non troppo y su testimonio se beneficia de un conocimiento profundo de la historia, de la lengua (gracias a lo cual se percata de cuándo y exactamente hasta dónde se censuran sus discursos y escritos) y de la vida y obra de los intelectuales rusos.
A algunos lectores les parecerá asunto de justicia el empeño que pone en la rehabilitación de Bujarin (finalmente este líder bolchevique devorado por sus camaradas fue rehabilitado durante la perestroika), y a otros ha de parecerles absurda su manía de enviar cartas a Gorbachov en favor de la memoria de Trotski o Gorki, como si el presidente ruso que cambió el rostro del mundo no hubiera tenido cosas más urgentes en que ocuparse. Ciertos episodios, como la escena en un hotel de Leningrado, en 1976, donde el autor muy seriamente expone a su interlocutor cuáles son las veinte o treinta reformas más urgentes del sistema soviético, pueden dejar al lector estupefacto. Compensa de sobra esas anacronías la excelencia y agilidad de la escritura y un alud de informaciones que nos ayudan a reconstruir la imagen fresca e inmediata de una época y lugar tan atroces que ya empiezan a ser inverosímiles.
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