El insoportable peso de la humillación
A fuerza de repetir una afirmación acaba convirtiéndose en aparentemente verdadera. Eso es lo que está ocurriendo con la conocida como "hoja de ruta". Su sistemática presentación como la única y última oportunidad para conseguir la paz y la solución del conflicto palestino-israelí está, en realidad, ocultando el análisis de las enormes carencias que contiene y desviando la atención sobre lo que verdaderamente está ocurriendo sobre el terreno, y ambas cosas ponen en evidencia que la tal "hoja de ruta" no puede llegar a ninguna parte.
En realidad, es sobre todo un plan de seguridad para Israel, dado que cada una de las fases da prioridad absoluta a la responsabilidad palestina para que garantice la seguridad israelí, bajo supervisión de la CIA, en tanto que a Israel sólo se le pide la congelación de las colonias judías y su retirada de las zonas reocupadas desde el inicio de la Intifada. A pesar de ello, Sharon ha expresado a todo el que le quiera oír que nunca detendrá el crecimiento de las colonias (las de verdad, y no esas caravanas vacías en una loma que llaman "colonias salvajes"). Y, muy importante, se cae de nuevo en los errores que llevaron al fracaso del proceso de Oslo, porque se vuelve a incidir en repartir el proceso en varias fases y se vuelve a posponer la discusión sobre las cuestiones cruciales, introduciendo una vez más un periodo transitorio hasta alcanzar supuestamente un Estado palestino independiente en el año 2005. Como en Oslo, no se establece ningún mecanismo de supervisión internacional para garantizar su cumplimiento, lo que, como también ocurrió en Oslo, muy probablemente signifique que Israel seguirá imponiendo hechos consumados sobre el terreno y ampliando las colonias de manera que irá ganando tiempo para que, llegado el momento, el Estado palestino sea inviable y la configuración del mapa de Cisjordania sea exactamente la que desea Ariel Sharon. Y entre esos hechos consumados se cuenta también la construcción progresiva de un aberrante y racista muro en Cisjordania (que de hecho se va a anexionar al menos un 10% del territorio, que ha confiscado ya las tierras de labranza a multitud de núcleos rurales palestinos y que busca acabar anexionándose el compacto grupo de colonias judías que lo bordean), y sobre el cual la "hoja de ruta" no dice absolutamente nada (¡!).
Por no decir, no dice que el origen del problema tiene un nombre: ocupación, y que es ésa la fuente de la violencia suicida palestina. La cuestión se plantea de tal manera que garantizar la seguridad de los palestinos no es una manifiesta preocupación en este documento, de manera que la carga de la culpa de la violencia se coloca sobre el lado palestino, ignorando la demoledora violencia del Ejército israelí. Como tan a menudo ha ocurrido con este conflicto, se pervierten los términos y el lenguaje: la víctima es el ocupante y el agresor el ocupado. Así es como sienten los palestinos la "hoja de ruta" y ese sentimiento tiene también un nombre demasiado presente en sus vidas: humillación. A la humillación continua y acumulada en que se traduce diariamente el ejercicio del ocupante (separación de familias, destrucción de sus casas, negación de la dignidad como seres humanos, ausencia total de derechos civiles, torturas, asesinatos, asedios inmisericordes, destrucción de sus campos de labranza, aniquilación de su economía) se une una política internacional que, bajo el supuesto de desear resolver el problema, les trata de manera humillante. Porque si nos esforzamos por ponernos en la piel palestina, nos daríamos cuenta de que también ha sido una humillación lo que desde "nuestro mundo" se ha presentado como una defensa de la "democracia" para los palestinos, forzando el relevo de Arafat a Abu Mazen. En primer término, sirvió para desviar la atención de la ocupación y presentar el conflicto como si fuese un problema interno palestino. Pero, sobre todo, respondió a un diktat israelí y norteamericano, para lo cual no importó una vez más que la política internacional manipulase el lenguaje de la democracia en Oriente Medio y convirtiese lo que ha sido un golpe de palacio, impuesto a la población palestina al margen de toda soberanía popular (e incluso en su contra, porque Arafat había sido elegido en unas elecciones bajo observación internacional), en un logro a favor de la democracia. Y ese ejercicio de la democracia ha consistido en elegir a dedo el hombre palestino que más convenía a Israel y EE UU, a pesar de que no significa ninguna renovación en el liderazgo y de que sólo cuenta con un 3% de apoyo entre su propia población. Incluso para aquellos que desde hace tiempo se oponen a Arafat, éste ha sido un ejercicio humillante que ha despreciado el derecho de los palestinos a dirigir su propio destino. Cuando Abu Mazen se ha visto obligado a hacer el discurso que ha hecho recientemente en la cumbre de Áqaba (olvidándose de la violencia israelí y centrándose en la palestina siguiendo el paradigma de la "hoja de ruta"), sólo se ha logrado que fuese el propio primer ministro palestino quien humillase a sus conciudadanos. Es por ello que incluso aquellos que están liderando y promoviendo la "hoja de ruta" están cayendo en una gran contradicción y colocando a Abu Mazen en una situación casi imposible. Los israelíes le exigen que acabe con toda violencia y que, por tanto, entre a reprimir a saco, para empezar ellos a plantearse aplicar la "hoja de ruta" (sobre la cual tienen un buen número de enmiendas preparadas). Pero si Israel no aligera la opresión y humillación sobre los palestinos (como en absoluto lo está haciendo), Abu Mazen tendrá que decidir entre la posibilidad de una guerra fratricida o dejar de ser el hombre dócil que israelíes y norteamericanos quieren que sea. Si verdaderamente Abu Mazen es "su" hombre, EE UU y Europa deberían contribuir a que pueda ofrecer algún logro a su población para empezar a hacerse algo creíble.
Así, mientras en "nuestro mundo" se alaban las posibilidades de la "hoja de ruta" y se apoya su desarrollo, entre los palestinos domina el escepticismo y el rechazo. Y no sólo, como tratan de presentarnos, por parte de los que denominan "extremistas", sino por una gran mayoría del partido Fatah, al que pertenece Abu Mazen, y muchos otros destacados líderes palestinos independientes tanto políticos como de la sociedad civil. De hecho, esta situación lo que refuerza es el sentimiento de que su propia resistencia ha sido y será el único camino que tienen para defenderse y mostrar a Israel que, si bien no pueden vencerle, tampoco puede derrotarles definitivamente a ellos. Esa resistencia no es sólo armada, es también civil, aunque la primera sea la que domina la información. Y es esa esperanza en la resistencia lo que les permite sobrellevar ese insoportable peso de la humillación.
Gema Martín Muñoz es profesora de Sociología del Mundo Árabe e Islámico de la Universidad Autónoma de Madrid.
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