"La Academia es un honor, pero no hubiera vendido mi alma por entrar"
El próximo jueves, el escritor Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) leerá su discurso de ingreso en la Real Academia Española para ocupar el sillón T. El autor de La Reina del Sur ha elegido como tema de su alocución el habla de germanía en el siglo XVII, que hoy día es el equivalente a lo que se denomina golfaray, es decir, el lenguaje de los delincuentes y de las cárceles. Pero lo plasmará en forma novelada. A partir de la vida cotidiana de un soldado veterano de Flandes que malvive alquilando su espada, desgranará los diferentes nombres y giros lingüísticos de las personas, las cosas y los acontecimientos, algunos de los cuales han llegado hasta la actualidad.
Pregunta. ¿Qué cree que pudo ser más determinante al proponer su ingreso en la Academia, los millones de libros vendidos o las veintiocho lenguas a las que han sido traducidas sus novelas?
"El lenguaje es una herramienta al servicio de una historia y no al revés"
"De todo lo que he escrito hasta ahora, Alatriste es de lo que estoy más orgulloso"
Respuesta. Todo eso ha influido, especialmente los Alatriste y la novela americana . Desde luego, no he entrado por mi trayectoria académica, pero me gustaría destacar, sin que esto signifique establecer grupos entre sus miembros, que en la Academia hay dos categorías: una, el grupo de los sabios, la gente imprescindible, los lingüistas, filólogos o lexicógrafos. Hablo de Lázaro Carreter, Gregorio Salvador, Francisco Rico..., ellos son los generales; y luego está la fiel infantería, los prescindibles, entre los que me cuento, que aportamos el contacto con la realidad. Yo llego con mis lectores y mis novelas, pero soy prescindible. Siempre he sabido cuál era mi lugar.
P. Usted adaptó el lenguaje marino en La carta esférica, el argot de los narcotraficantes en La Reina del Sur y, de forma más acusada, el del siglo XVII en la serie de Alatriste. ¿Puede esto contribuir a lo que se espera de usted en la Academia?
R. El lenguaje es una herramienta al servicio de una historia, y no al revés; ésa es la lucha con la que empecé a escribir y siempre fue mi campo de batalla. El lenguaje debe ser el mejor y el más hermoso, pero la palabra eficacia es fundamental. De nada me sirve tener un martillo de cabeza de marfil y mango de ébano si no vale para clavar clavos. He procurado que el lenguaje se adapte a las exigencias de cada una de mis novelas. Cada una ha sido un experimento, pero con el tiempo yo también me he enriquecido y he afilado mis herramientas profesionales. Entraré en la Academia como un profesional que todos los días trabaja con el lenguaje y cuyo trabajo se lee, pero el magisterio, la ortodoxia y el aspecto venerable lo dan personas muy respetables a las que seguiré llamando de usted aunque me siente a su lado.
P. ¿Por qué eligió el habla de germanía para su discurso?
R. Yo cuento historias y voy con lo que soy. No me ha cambiado ni el éxito de mis novelas ni haber sido elegido académico. El lenguaje del siglo XVII lo he trabajo muchísimo por mis novelas de Alatriste, tengo incluso mi propia biblioteca. El habla de germanía, esa lengua paralela, funciona todavía mientras que el habla de la gente honorable se reduce cada día más. La manera de hablar de los delincuentes en las cárceles, lo que hoy llamamos golfaray, es de una gran riqueza expresiva y muestra la contundencia verbal que tiene una jerga. Podría haber escrito mi discurso sobre el argot de las cárceles, lo conozco bien, pero me gustó la idea de que Alatriste entrara en la Academia. Calderón incorporó el habla de germanía a sus obras y eso le dio una potencia y una gran riqueza literaria.
P. ¿Serán compatibles su trabajo de escritor y sus viajes con la disciplina académica?
R. Cumpliré con todas mis obligaciones, pero soy lo que soy y sé lo que voy a seguir siendo. Si acepté estar en la Academia fue porque no perturbaba mi vida. Si me impidiera escribir, leer o navegar no habría aceptado. Es un honor estar ahí y estoy muy orgulloso, pero nunca hubiera vendido mi alma por entrar.
P. La visión que da en sus novelas de la España del XVII es un tanto descorazonadora.
R. La historia casi siempre es objetiva, no es ni buena ni mala; sin embargo, el franquismo se apoderó de esa memoria, la contaminó y la corrompió. Con la llegada de otros, en vez de purificar esa historia lo que hicieron fue depurarla, y eso es un error. Si no asumimos lo que fuimos nunca podremos saber lo que somos. Con Alatriste rescaté esa historia contaminada por el franquismo para que uno no se avergüence al oír la palabra España, tercios o Quevedo. He tratado de contar el Siglo de Oro con todo lo sucio y lo negro que fue, y mucho, pero también con todo lo luminoso. Que España siempre haya estado gobernada por reyes incapaces, ministros corruptos y curas fanáticos no borra el hecho de que tengamos un lenguaje que hablan 400 millones de personas. Creo que debemos asumir nuestra memoria sin complejos. De todo lo que he hecho hasta ahora, Alatriste es de lo que estoy más orgulloso.
P. En el marco de la Academia, ¿se sentirá como un soldado perdido?
R. No, al contrario. Me ha sorprendido el cariño y el afecto de los académicos. Que Lázaro Carreter, Francisco Rico o Domingo Ynduráin te apoyen hace que te sientas bien. Tengo 52 años y he hecho muchas de las cosas que quería hacer en la vida, uno ya tiene el colmilllo muy retorcido y no hubiera soportado estar en un sitio donde no estoy contento. Si acepté fue porque sabía que no me equivocaba. Sentarse con gente educada a charlar sobre un lugar como España, en el corazón de un país donde los iconos son Yola Berrocal y Pocholo Martínez Bordiú, alivia mucho las posaderas.
P. ¿A quién le gustaría dedicar su entrada en la Academia?
R. A Manuel Alvar, que me precedió en el sillón que voy a ocupar, y a Domingo Ynduráin, que fue la primera persona que me propuso. Lamento de veras que no esté allí el jueves.
Babelia
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