'You can dance', de Madonna
You can dance, el disco de remezclas que Madonna publicó en 1987, evidencia su pertenencia al mundo de las discotecas. Contiene siete versiones alargadas de otros tantos éxitos, mezcladas para convertir cualquier habitación en una pista de baile; al final se añaden tratamientos dub de tres de esas piezas: Holiday, Into the groove y Where's the party. Son casi setenta minutos de disco music ochentera al estilo Madonna. A partir de mañana, y durante una semana, el álbum, de la colección Los discos de tu vida, publicado por EL PAÍS, estará disponible en los quioscos al precio de 5,95 euros.
Hace poco, Madonna atendía a una encuesta del New Musical Express sobre su canción veraniega favorita. Madonna Louise Veronica Ciccone (16 de agosto de 1958, Rochester, Michigan) respondía con una evocación que es un filón de información selectiva: "Don't you want me, de The Human League, me recuerda los días en el club Danceteria, en Nueva York. Yo vivía en el Lower East Side, en un apartamento barato. No tenía contrato de grabación, pero sí un lote de maquetas mías y cada fin de semana iba a Danceteria, en busca de cazatalentos o DJ a los que pudiera dar mi cinta. Me pasaba la noche en la pista de baile con unos trapos horribles mientras todas aquellas chicas delgadas, vestidas a la moda, me tiraban sus bebidas. Pero cuando sonaba esa canción, olvidaba mi humillación. Ya no me importaba que estuviera empapada y que no tuviera amigos".
Así es como quiere recordarlo: la intrusa valiente, la chica de provincias sin dinero y sin contactos que se lanza a la conquista de Manhattan con los dientes apretados e infinita paciencia. Despreciada por las princesas del downtown, movidas no sé sabe si por instintos clasistas o por apuntarse a lo de "la mujer es una loba frente a sus competidoras"; aunque Danceteria era un local más democrático que el Studio 54, sus habituales esperaban que se respetaran las jerarquías.
Para ser fichada, no fue al CBGB y demás antros de rock patrullados por los ojeadores de nuevos artistas. Aunque ahora utilice la guitarra, Madonna rechazó el rock y su estética. Sabía que era un mundillo machista, donde se exige el peaje de un ingrato aprendizaje desde abajo. Por contra, la escena de las discotecas resultaba porosa y rápida. No se pedía ni historial ni obra sólida: un tema pegajoso, editado en maxisingle, servía de pasaporte para grabar un elepé. El porcentaje de "maravillas de un solo éxito" era altísimo, pero Madonna aceptaba las reglas, armada con ideas largamente masticadas. Por ejemplo, la de la reinvención perpetua, factible en un género que premia la novedad y que se nutre de colaboraciones.
En Danceteria, Madonna conoció al pinchadiscos Mark Kamins, productor de su primer éxito (Everybody). Vendría luego John Jellybean Benítez, responsable de Holiday. Más tarde, su competidor, Reggie Lucas (Physical attraction). Y el veterano Nile Rodgers (Over and over). Más Stephen Bray (Spotlight, Into the groove) y Patrick Leonard (Where's the party). Hasta hoy, tal ha sido su modus operandi: alianzas con productores y compositores flexibles, alternando con jóvenes pistoleros a los que pone a prueba para tener recambios.
La leyenda negra insiste en que Madonna mezcló sexo y negocio en sus inicios. Una lectura simplista: ella usó su sexualidad bajo el signo de la promiscuidad propia del mundo de las discotecas en tiempos previos al sida. Semejante comportamiento amoroso no hubiera chocado en la industria de la música de ser el protagonista un artista masculino. El escándalo venía de que Madonna nunca se desvió de su plan maestro, evitando convertirse en marioneta de mánagers, compositores, productores o disqueros, fueran o no compañeros de cama. En este sentido, también es reveladora su elección de Don't you want me, donde un amante despechado reprocha a la estrella que le haya olvidado, a lo que ella responde que ella ya había elegido su destino cuando se cruzaron sus caminos. Como Madonna, lo tenía claro.
Babelia
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