El fin del mayorazgo
Si descontamos los factores de orden local y/o personal -que explican los buenos resultados en Sant Cugat, Arenys de Mar, Amposta, Vic, Lloret y Sant Feliu de Guíxols; los malos en Berga, Sitges, Figueres y Olot, y también los no-resultados de Banyoles-, en términos globales el voto municipal a Convergència i Unió continuó el pasado domingo el lento declive que viene sufriendo desde 1991, tras haber tocado techo en 1987. No se trata, desde luego, de una caída en barrena, sino más bien del suave descenso de un planeador cuya estabilidad sigue sustentándose en la sólida confianza de uno entre cada cuatro electores catalanes. Así, pues, aquella pregunta que desde hace tres años atormenta o excita a muchos observadores -la Convergència sin Pujol, ¿será como la UCD después de Suárez o bien como el PSOE tras la retirada de Felipe?- parece tener una respuesta clara: no habrá desplome; en el peor de los casos, Mas será un Almunia, no un Calvo-Sotelo.
Sin embargo, y como no podía dejar de acontecer, el otoño del patriarca, la fatiga de los materiales políticos, los efectos corrosivos del connubio con el Partido Popular van erosionando el control cuasimonopolístico que CiU ha ejercido sobre el espacio nacionalista durante los últimos 20 años. El proceso no comenzó anteayer, claro está, pero este 25-M ha marcado a mi juicio un hito en la emancipación de muchos electores nacionalistas respecto de la tutela pujoliana: con una ratio de votos de uno a dos respecto de CiU (12,7% frente a 24,4%), Esquerra Republicana alcanza la mayoría de edad política y Josep Lluís Carod-Rovira demuestra la talla necesaria para aspirar verosímilmente no a unas pobres migajas, sino a una parte sustanciosa del mayorazgo ideológico y electoral hoy en proceso de sucesión. Sin ser determinante, el hecho de que en Manlleu, La Bisbal d'Empordà, Figueres, Montblanc, Calella y Malgrat de Mar, y también en varios municipios metropolitanos del Baix Llobregat, Esquerra haya hecho el sorpasso a Convergència es un síntoma claro de credibilidad al alza.
Para acrecentarla de cara al otoño, ERC deberá demostrar a partir de ahora que, allí donde gobiernen juntos y en Barcelona ante todo, es capaz de condicionar al Partit dels Socialistes desde un punto de vista nacional catalán, de ser para el electorado nacionalista una garantía tan buena0 o mejor que CiU. Bien entendido que, si lo logra, ¿conseguirá un Maragall hipotecado a Carod -y a Saura- movilizar a sus votantes menos catalanistas?
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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