Los damnificados por el terremoto increpan a Buteflika en Bumerdés
Los vecinos apedrearon la comitiva irritados por la falta de Estado
El presidente de Argelia interrumpió ayer a la carrera, en medio de abucheos y pedradas, su visita a los damnificados por el terremoto en Bumerdés (45 kilómetros al este de Argel). Abdelaziz Buteflika ya había inspeccionado la zona -la región más devastada, junto con la capital- horas después del seísmo que sacudió con una magnitud de 6,3 grados en la escala de Richter la costa central argelina. Entonces prometió ayuda urgente para las víctimas.
El Ministerio del Interior elevaba anoche sus datos provisionales a 1.785 muertos y 7.691 heridos. Decenas de miles de familias sin casa duermen al raso desde hace cuatro noches. Cuando Buteflika regresó ayer a Bumerdés, los supervivientes le recibieron airados: "¡Poder asesino!". "¿Dónde están las tiendas de campaña? ¿Dónde está el agua y la comida?". Los gritos que tuvo que escuchar el presidente en la Ciudad de las 1.200 Viviendas de Bumerdés -una urbanización de bloques de pisos arrancados de cuajo por el temblor-, se pudieron oír la víspera en Corso, una ciudad de la misma provincia; en Reghaia, en la periferia de Argel. Y lo repetían también ayer los desesperados vecinos de la barriada de Estambul de Dar el Baida, cerca del aeropuerto, donde viven más de 15.000 personas.
Barbudos islamistas en chilaba o laicos rasurados en vaqueros; ancianos tocados con el gorrito de hadj (peregrino a La Meca) o jóvenes con pendientes y enfundados en la camiseta de la selección argelina de fútbol. Todos hacían causa común para denunciar lo que consideran incompetencia de un Gobierno que, a pesar de la rápida reacción de la solidaridad internacional, parece haberse visto desbordado por la catástrofe.
"Aquí no ha venido nadie a vernos, ni el alcalde, ni la policía, ni ningún funcionario", se atropellaban ayer unos 20 vecinos del distrito de Estambul, una antigua zona pantanosa desecada por los colonos franceses en el siglo XIX. Más de la mitad de los edificios presentan daños de consideración, y decenas de construcciones se han venido abajo. Cerca de los aplastados restos de la casa de Rachid Buferkas, un obrero de 45 años, se habían reunido al mediodía de ayer varias decenas de hombres de la barriada para preparar un escrito de queja al Ayuntamiento. "Los que estábamos fuera, nos salvamos", relataba con mirada ausente. "No ha habido ningún control sobre las edificación, a pesar de que es una vieja área de marismas", explicaba el profesor de primaria Mohamed Jadya.
El descontento de la población afectada crece a medida que los damnificados salen del aturdimiento del terremoto, que ha sido seguido por más de 700 réplicas según la prensa argelina. Mientras, los hospitales parecen controlar la situación sanitaria. En el de Maillot, en pleno barrio popular del Bab el Ued, los heridos narran una coincidente visión del cataclismo: su casa se les vino encima. "Aquí estamos acostumbrados a convivir con las desgracias", aseguraba con un punto de resignación el doctor Tahar Benbeichar, de 46 años, jefe del servicio de anestesia, "las catástrofes nos siguen en Bab el Ued como si fueran nuestra sombra". Antiguo feudo islamista y escenario de la violencia integrista, este barrio de Argel, que se extiende desde la histórica alcazaba hasta los pies de la basílica de Nuestra Señora de África, ya sufrió en 2001 unas trágicas inundaciones.
"Ahora comenzamos a salir a flote, pero en los primeros momentos nos vimos desbordados", explicaba ayer la doctora Dalia Tahmani. "Desde entonces apenas he dormido unas horas en el hospital, mi casa está demasiado lejos".
Frente a la respuesta de médicos, voluntarios civiles y, sobre todo, grupos de jóvenes que se han movilizado ante el vacío oficial el Gobierno argelino sólo está recibiendo críticas por su inacción desde la prensa, que ayer volvió a publicarse con virulentos editoriales contra la Administración del presidente Buteflika. "Lárgate de aquí, no te necesitamos", gritaban ayer al presidente argelino los vecinos de Bumerdés que apedreaban su coche oficial, situado en medio de una caravana de vehículos policiales en fuga. Después de más de 25 años de partido único seguidos de otros 15 años de convulsiones y violencia política, el terremoto parece haber colmado el vaso del descontento de una población que se pregunta airada para qué sirve un régimen que es incapaz de de ocuparse de su propia gente.
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