Miles de kurdos se encuentran sin casa al regresar a Kirkuk
Cientos de familias se instalan en el estadio construido por Sadam en su antiguo barrio
Miles de kurdos expulsados de Kirkuk por Sadam Husein, entre 1982 y 2002, están regresando en la última semana a su ciudad para reclamar las viviendas que les fueron arrebatadas. En numerosos casos se han encontrado con que simplemente las casas ya no existen. En su lugar se levantan centros públicos, cuarteles o estadios deportivos que respondían a la nueva planificación urbana que estableció el régimen de Sadam en su intento por arabizar la ciudad.
La masiva llegada de estos refugiados ha hecho aumentar la histórica tensión entre kurdos y árabes en Kirkuk donde mañana debe elegirse, bajo supervisión del comandante de la 4ª División del Ejército de Estados Unidos, un gobernador iraquí.
Walid Mohamed Hamalaui, de 72 años, tenía una pequeña casa a las afueras de Kirkuk y fue obligado a abandonarla en 1987. Volvió hace una semana y se encontró en su lugar con el Estadio Olímpico de Kirkuk, unas instalaciones deportivas que contrastan con la barriada de casas de adobe sin agua corriente que se levanta en los alrededores. "No, si al final Sadam me construyó un campo de fútbol para mí solo", comenta sin un atisbo de sonrisa.
Sin dinero ni otro lugar adonde ir ni ninguna autoridad a quien reclamar, Hamalaui decidió recuperar su hogar en el interior del recinto deportivo. Fue de los primeros en llegar. Ayer ya se congregaban en la zona unas 200 familias a las que se suman nuevos grupos todos los días. Otros refugiados se han instalado en un cuartel y en la academia militar, situados en diferentes puntos de la ciudad.
Por las gradas del campo saltan las cabras y corren las gallinas perseguidas por niños descalzos. Cada familia ha delimitado su espacio con mantas y sábanas colgados a modo de tabiques y tratan, en la medida de lo posible de mantener la limpieza. "Esto no es nuevo para nosotros, llevamos viviendo en tiendas desde que fuimos expulsados", se queja Ahu Hasan, una mujer que no sabe decir cuántos años tiene. "Pero sé que nací en 1970". Desde fuera llegan mezclados los rebuznos de varios burros y las pequeñas explosiones provocadas por los adolescentes que juegan con balas abandonadas.
El método de expulsión era similar en todos los casos. Un representante del partido único Baaz, acompañado de varios policías, se presentaba en el domicilio de una familia y entregaba una orden de expulsión. El texto completo del papel es un sarcasmo. "Autorizamos a Aziz Hardam para que se lleve sus muebles de Kirkuk y se marche a Erbil. Este documento tiene una validez de 10 días". La orden iba firmada por el alcalde de Kirkuk. En el caso de Hardam tiene el número 2.130. Algunos refugiados muestran números superiores al 4.500. "Acto seguido y sin ninguna explicación cogían al cabeza de familia y lo metían en la cárcel durante tres días", relata Hardam.
Familias expulsadas
En ese tiempo, el detenido no era torturado ni interrogado, simplemente se le angustiaba dejando pasar el tiempo pues a los 10 días de haber recibido la orden, su familia sería expulsada y no podría llevarse ninguna pertenencia.
"Al cuarto día te soltaban y en la misma puerta de la prisión había que alquilar un camión para llevarnos los muebles. A todo esto, mi familia no sabía nada. Imagine la cara de mi mujer cuando llego con el camión y le digo 'cógelo todo que nos vamos de aquí'".
El Baaz no contemplaba la negativa a la expulsión. "A mí, en vez de tres días, me tuvieron seis meses en la cárcel junto a otros varones de mi familia", señala Bajtiar Mohamed Ibrahim, expulsado en 2002. "Cuando nos liberaron no quedaba ni la casa. Tuve que buscar a mi familia por el norte a lo largo de varias semanas".
La insalubridad del lugar ha alertado a los médicos de la zona, que si bien cuentan con escasos recursos se acercan a diario para echar una mano. "La situación de esta gente es tremenda. Abundan las gastroenteritis y las diarreas. Hay pulgas y piojos y algunas enfermedades de piel", advierte el doctor Abit Jalaf, que ha llegado junto a un ayudante desde un dispensario vecino. "Si sigue llegando más gente aquí podemos encontrarnos con un foco potencial de epidemias". El estadio deportivo también es un foco potencial de tensión.
"¿Cómo recuperar lo nuestro si lo destruyeron los árabes? Merecen que les hagamos lo mismo y paguen por nuestro sufrimiento", opina Zaij Faraj, de 64 años. "No tengo nada. Es más, ni siquiera tengo a quién pedir cuentas por haber vivido durante 10 años en una tienda de campaña".
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