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Por el amor de Bush

Josep Ramoneda

¿Tienen Bush y Aznar alguna cuota de responsabilidad en los atentados terroristas de Arabia Saudí y Marruecos? Indudablemente, no. Los responsables de los atentados sólo son los que los ejecutan, sus cooperadores necesarios y los que les alientan. ¿La guerra de Irak decretada por Bush y alentada por Aznar puede haber influido en un relanzamiento del terrorismo? Ésta es otra cuestión. Los políticos tienen un reflejo profesional que hace que cualquier acontecimiento lo transformen en posibles réditos electorales. Aznar ha tratado de justificar, una vez más, su alianza bélica con el argumento de que tienes que ayudar si quieres que te ayuden. Es un argumento inmoral a todas luces, porque justifica el fin -la guerra- por el medio, ayudar a quien te ayuda. ¿Que un vecino me hubiera salvado, supongamos, de un atraco justificaría que yo le ayudara, por ejemplo, a apalear a su mujer?

Ahora Aznar trata de aprovechar los atentados de Casablanca para insistir en el discurso del miedo -recurso permanente de su mandato- que, se dice, favorece siempre al que manda. Con la boca pequeña, como hace en casi todos los temas delicados, Zapatero insinúa que la guerra de Irak ha convertido a España en objetivo. Y el PP se lanza contra él acusándole de desleal o ventajista. Sin embargo, la ciudadanía se ha hecho y se hace la misma pregunta: ¿la guerra de Irak no puede haber agravado los problemas más que resolverlos? Nos prometieron un mundo más seguro y nos encontramos con el retorno del terrorismo. Y España aparece entre los objetivos, lo cual confirma las sospechas de quienes pensaban que la apuesta por el belicismo de Bush tendría consecuencias negativas en materia de seguridad.

El debate, por tanto, está en la escena. Y hay que abordarlo sin tabúes ni amalgamas, porque sólo diciendo las cosas por su nombre se avanza en la lucha antiterrorista. ¿La guerra de Irak tiene que ver con los atentados recientes? Mi respuesta sería: para los terroristas ha sido un factor de incentivación y de legitimación ante un sector de las poblaciones islámicas.

Argumentos en contra de una relación entre la guerra y los atentados. Primero: el terrorismo islamista existía mucho antes de la guerra -de hecho, fue el falso pretexto para desencadenarla. Es un dato indiscutible, Al Qaeda -y el terrorismo islamista en general- tienen ya una larga historia. Segundo: el nihilismo terrorista se expresa cuando puede y donde puede, es ajeno al razonamiento estratégico porque lo suyo es la justicia religiosa, irracional y arbitraria por definición. Tercero: el islamismo político no responde a una estrategia política de conquista, sino que, como ha señalado Olivier Roy, es la expresión de un proceso de desterritorialización de una religión y de la búsqueda de identidad por parte de las poblaciones musulmanas.

Por tanto, se puede decir que con o sin guerra de Irak el terrorismo islámico existía y seguiría existiendo. Pero el problema es otro. La guerra de Irak se presentó como una necesidad derivada de la lucha antiterrorista. La opinión pública mundial expresó sus dudas. Irak era un país sin apenas vínculos con el terrorismo islámico. Los atentados de Arabia y de Marruecos confirman las dudas de la ciudadanía. En este contexto, se pueden enunciar algunos argumentos que establecen una relación entre la guerra y los atentados. Primero: Estados Unidos y sus aliados han ocupado un país y se han instalado en él. La satisfacción por haberse liberado de una dictadura no impide que mucha gente -en Irak y en otros lugares del mundo árabe- lo sienta como una humillación: una intromisión en casa que les pone ante el espejo de la propia impotencia, incapaces tanto de liberarse de Sadam -y de otros dictadores- por sí solos como de impedir la ocupación exterior, y una confirmación de la sensación de desprecio por parte del mundo judeocristiano que llevan percibiendo los musulmanes desde hace siglos, como si de las tres religiones del libro la suya fuera la de los parias. Segundo: en una zona como Oriente Medio los efectos de cualquier acontecimiento -la guerra de Irak, por ejemplo- se amplifican por el conflicto palestino. Detrás de Estados Unidos está siempre la imagen de Israel, es decir, dos pesos, dos medidas. A Israel se le permite lo que no se tolera a los demás: por ejemplo, el incumplimiento de las resoluciones de la ONU. Tercero: los Estados Unidos parecen empeñados en cumplir la profecía del conflicto de civilizaciones. Es difícil no apreciar un componente racista a la hora de construir el nuevo enemigo, después del hundimiento de los regímenes de tipo soviético. Cuarto: esta mezcla de humillación e incapacidad para salir adelante por sí solos es una fuente de frustración enorme. Y la frustración, con un Ejército de ocupación delante, tiene una salida por la vía terrorista. En cierto modo, la presencia del Ejército internacional de ocupación en Irak permite a los terroristas dar legitimidad a su acción contra el pérfido invasor. En resumen, es muy verosímil que la guerra haya tenido y tenga un efecto de motivación sobre el terrorismo islámico.

Sobre el caso de España. Aznar apela a la ayuda a un país -Estados Unidos- que tiene problemas con el terrorismo como lógica correspondencia con la ayuda -no está muy clara cuál- que éste ha dado a España en la lucha contra ETA. El argumento falla por la premisa principal: ¿qué tiene que ver la ocupación de Irak con el terrorismo? Nada. Podría entenderse -incluso sería moralmente loable- que España corriera riesgos en ayuda de un aliado que lucha contra el terrorismo si la estrategia fuera legal y presumiblemente eficaz. Pero exponer a España a graves riesgos como consecuencia de una guerra ilegal que tiene como principal objetivo la afirmación de la hegemonía mundial de Estados Unidos resulta difícilmente comprensible. Y la consecuencia es que España no era objetivo del terrorismo islámico y ahora lo es. Por el amor de Bush.

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