Cadáveres, no armas
Las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, la gran excusa para invadir el país, no aparecen. No hay duda de que el régimen del sátrapa las tuvo, pues usó armas químicas contra Irán y contra los kurdos, y nunca dio cuenta de su destrucción. Pero, ocupado el país y en manos de EE UU los principales responsables iraquíes de esos programas, no hay rastros de si Sadam las retiró o destruyó días, semanas, meses o años antes de la guerra. La ausencia de la "pistola humeante" pone de relieve, hoy por hoy, que la Administración de Bush, como Blair y Aznar en su desaforado seguidismo, no tenían base suficiente sobre la que apoyar sus rotundas afirmaciones de que Irak disponía de estas armas y, en consecuencia, había incurrido en una "violación grave" de las resoluciones del Consejo de Seguridad.
La presentación de Powell el 5 de febrero ante el Consejo de Seguridad, con fotos aéreas y otras supuestas pruebas que rebatió posteriormente Hans Blix, el jefe de los inspectores de la ONU, no ha sido ratificada por comprobaciones tras la guerra. Hemos vivido una enorme superchería para presentar la guerra como acción preventiva para desarmar a Sadam de unas armas de cuya existencia Aznar nunca dudó en público. Tanto la Administración de Bush como Aznar deben explicaciones. Y, para disipar toda duda, los inspectores de la ONU deberían regresar a Irak y certificar lo que comprueben.
No aparecen las armas, pero sí, a miles, cadáveres. La fosa común hallada al sur de Bagdad, como otras en el país, con miles de víctimas de la represión, las salas de torturas en diversas prisiones, el vídeo de una ejecución por explosión de los condenados y el sufrimiento de los familiares de decenas de miles de desaparecidos demuestran que ése fue un régimen salvaje y asesino. Ya se sabía. A posteriori, aunque sea contra un sátrapa, la guerra no gana en legalidad con estos descubrimientos. Si EE UU hubiera planteado la guerra como una operación humanitaria para librar a Irak de una dictadura pavorosa, posiblemente hubiera logrado un respaldo, e incluso legitimidad, de la comunidad internacional y de la opinión pública mundial. El problema es que tampoco ése parece haber sido el objetivo central de la guerra presentada como preventiva frente a nada. El objetivo era y sigue siendo un cambio geopolítico en toda la región. Tras Kosovo, un informe de la ONU, encargado a un grupo encabezado por Nelson Mandela, concluyó que aquella guerra había sido "ilegal pero legítima". La de Irak debería ser sometida a un escrutinio similar.
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