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VISTO / OÍDO
Columna
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Las pensiones

Aznar: si ganan los sociatas, los mayores (¡yo!) se quedarán sin pensiones. Falso. Pero si lo fuera, preferiría perderla y dormir en la caja de cartón de la moda pobre antes que soportar que ganara Aznar. Es una cuestión personal que viene de mi biografía, humana y cultural. Aznar comenzó con Barea (¿recuerdan ustedes?, ¡profeta de mal agüero!) el fin de las pensiones, trató de colar el decretazo que le deshizo una huelga y, en fin, trata de reducirlas en cuanto puede.

No es cosa suya: pasa en todo el mundo, no sin protesta de las víctimas: a Francia la paralizan las huelgas de asalariados y pensionistas, Austria ha tenido las primeras de su historia de posguerra, Italia grita bajo Berlusconi, Alemania entra en la recesión; y aquí dice el dueño del presupuesto que es algo que nos va a hacer Zapatero, que sería más adicto al empresario que el numerero (no de cifra, sino de sobreinterpretación actoral en número del mitin) Aznar. Es decir: el sistema económico europeo rechaza el "estado de bienestar", que suele ser el de una anciana con su residuo de euros del finado y en la lista de espera para el médico, y con las restricciones de medicinas de Aznar, no de Zapatero.

La justificación de ellos es unánime: nace poca gente, la vida se alarga, y son cada vez menos los jóvenes trabajadores que tienen que sostener a cada vez más jubilados (que en el cochino argot estatal se llaman "unidades de gasto"). No hay jóvenes porque las parejas no paren: aun si trabajan los dos, según la conocida trampa de la "realización de la mujer" reducida a su obligación de trabajar y ganar el 30% menos que el hombre, no pueden pagar un piso ni los gastos de un niño que luego no encuentra trabajo, o se lo dan en contratos-basura, o se lo renuevan cada mes o cada tres meses, y alguno me ha contado que le despiden los viernes y le contratan el lunes siguiente para no pagar los días de fiesta.

Si no resultase que cada trabajador y su empresario han pagado el seguro desde que empezó a trabajar, a veces durante toda su vida, y que la pensión debe ser un resultante de la inversión de ese ahorro. Que los salarios reales no se han declarado nunca, y el trabajador ha sido retribuido por mil capítulos (gastos de locomoción, material adquirido...) que, al no cotizar, han reducido su pensión. Que la redistribución de la riqueza ha ido paralizándose, y los gastos de seguridad reduciéndose a velocidad uniformemente acelerada.

Y tanto y tanto que esta columna tendría que alargarse y habría que pegar un trozo de papel para ella al final de la página. Menos cuento y más pensión.

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