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Sobre héroes, soldados y buenas personas en general

Manuel Cruz

Fui a ver Soldados de Salamina con todas las reservas de este mundo. Había leído la novela hace un par de veranos, me había entusiasmado y temía la consabida decepción que suele experimentar casi todo lector cuando compara la manera en que él se había representado los escenarios de la acción, los rostros de los protagonistas e incluso la entonación de sus palabras o sus gestos, con la manera, inevitablemente distinta, en que ese otro lector que es el director se ha representado los mismos escenarios, los mismos rostros, las mismas palabras o gestos.

Por añadidura, reconozco que recelaba de los cambios que David Trueba había introducido en el guión respecto a la novela. En particular, temía que la conversión del protagonista masculino en mujer terminara pasándole al director una costosa factura al obligarle a transformar muchos registros y matices interiores del personaje principal del relato, y que esa obligada feminización terminara llevando la historia a unos lugares narrativos muy distintos a los que se describían en la novela, y que tanto me habían gustado.

A la salida del cine, mis recelos habían desaparecido por completo, hasta el extremo de que tardé un rato en recordarlos de nuevo. El libro y la película me habían generado sus propias emociones, y me resultaba completamente irrelevante y fuera de lugar volver sobre mis propios pasos para entrar a comparar ambos productos. En todo caso, y en lo que respecta a mi reserva mayor, he de decir que quedé literalmente asombrado ante la composición llevada a cabo por Ariadna Gil, que llena de inteligencia y de vida a su personaje hasta hacerlo reventar de intensidad. Pero, sobre todo, me admiró la respetuosa delicadeza con la que el director había sabido apropiarse de la idea-fuerza que recorre el texto de Javier Cercas, para trasladarle luego al espectador, redoblados, el fecundo estupor, la luminosa perplejidad con los que se cierra la historia.

La protagonista anda buscando un héroe que no consigue encontrar, y cuando le pregunta al viejo combatiente republicano, a quien todos los indicios parecen señalar como la persona buscada: "¿Qué cree que pensó el soldado que no disparó a Sánchez-Mazas?", aquél le responde, sencillamente, "nada". Y añade, delatándose (porque él niega ser dicho soldado): "No pensó nada". La joven mujer tarda unos segundos en reaccionar hasta que, al despedirse, él le pide que la abrace. En aquel momento se produce en ella algo parecido a una revelación y -aunque me sobran algunas de las palabras concretas que pronuncia desde el taxi, mientras se aleja de la residencia de ancianos y la figura del hombre se va empequeñeciendo en la distancia- el rostro lleno de lágrimas de Ariadna Gil resulta por sí solo mucho más elocuente que las torpes frases que apenas alcanza a balbucear.

Conocer a aquel hombre le ha permitido entender algo simple, pero definitivo: para ser bueno no hace falta tener ideas buenas, o estar animado por los mejores convencimientos. El soldado que no quiso matar a Sánchez-Mazas era bueno sin más, sin necesidad de discursos ni argumentos, porque es bueno, a fin de cuentas, aquel que es capaz de actos buenos, aquel de quien fluye la bondad como el agua fluye del manantial. Alguien así no puede ser confundido con un héroe en sentido clásico: ni nos va a salvar de peligros exteriores, ni, menos aún, nos va a redimir de faltas propias. Pero, bien mirado, tal vez una persona como ésa constituya el único tipo de héroe que hoy nos es dado esperar: alguien que nos devuelva, aunque sea por un instante, la confianza en que no todo está perdido para la condición humana, en que la bondad todavía puede ser ejemplar, y el ejercicio de la misma, fuente de felicidad.

Algo parecido a esto me atrevería a asegurar que expresaban los rostros, alegremente emocionados, de los espectadores al encenderse las luces de la sala, mientras sonaba la estremecedora versión de Suspiros de España, interpretada por Diego El Cigala, con la que concluye esta hermosa película.

Manuel Cruz es catedrático de filosofía en la Universidad de Barcelona.

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