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Columna
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Bush y la extrema derecha

Jürgen Habermas acaba de publicar un artículo, La estatua y los revolucionarios, en el que, a propósito de la invasión de Irak, subraya el designio revolucionario de la nueva doctrina ideológica de Bush junior, antagónica del reformismo que representa la opción onusiana de los derechos humanos. Habermas se pregunta a dónde conduce esa ruptura de la moral internacional y qué quiere Bush poner en su lugar, cuál es el contenido de su revolución.

Esa interrogación mayor, Habermas la sitúa en el marco ideológico que los servicios de propaganda norteamericanos quieren vendernos, cuando nos hablan indistinta y simultáneamente de neocons, nuevos conservadores, y de neoliberales. Pues, aparte de la incongruencia, histórica y teórica de una asimilación de este tipo, la función de tan absurdo conglomerado es la de ocultar el verdadero objetivo de esa ruptura: asumir las posiciones de la extrema derecha. Hoy el núcleo ideológico de la Casa Blanca tiene tres vectores principales: el mesianismo nacionalista, el integrismo religioso y el dirigismo oligopolista, que corresponden a tendencias y procesos que existen desde siempre en la realidad estadounidense, pero que en estos últimos años se han visto radicalizados hasta transformar el modelo político liberal dominante en Norteamérica, acercándolo al perfil de la extrema derecha europea. Lo que no ha sucedido por azar, sino por el resultado de una acción que ha acabado imponiéndose gracias al encuentro del militantismo de un grupo de personas e instituciones con una coyuntura, nacional e internacional, extremadamente propicia.

Los componentes del grupo designado desde hace más de una década como los halcones están muy próximos al sector de la defensa, de los servicios de inteligencia y del complejo militar-industrial y petrolero norteamericanos. Detrás de los nombres de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld están Richard Perle y Paul Wolfowitz, los dos pivotes esenciales de la operación que tienen en común su incondicionalidad con Israel y su amistad personal con Ariel Sharon que les influyó decisivamente. El primero es al mismo tiempo un profesional de la industria armamentista y del establishment político de Washington. Fue nombrado por Ronald Reagan adjunto al secretario de Defensa y eligió como su más inmediato colaborador a Steven Bryen, que había sido procesado por facilitar a Israel información reservada. Conocido como el Príncipe de las Tinieblas por su eficacia en el montaje de operaciones secretas y peligrosas, ha sido un empleado de la sociedad israelí Soltam, especializada en la fabricación de armamento de alta tecnología, y se le atribuye el éxito de numerosas transacciones entre el Pentágono y dicha sociedad al que no ha sido ajena su condición de presidente del Servicio de Política de Defensa del Pentágono. Miembro del American Enterprise Institute, un think tank conocido por sus posturas extremistas, es colaborador habitual del Daily Telegraph y del Jerusalem Post, a cuyo consejo de redacción pertenece. Su largo ensayo Reshaping Western Security -AEI Press 1991- no deja lugar a dudas sobre la radicalidad extremista de sus posiciones. Conjuntamente con Wolfowitz son los inspiradores de Project for the New American Century, pilotado por William Kristol, Robert Kagan y John R. Boltoy, verdadero manifiesto de la política exterior de Bush y de su propósito de hacer inatacable el liderazgo global de Estados Unidos. Wolfowitz, actual secretario de Estado adjunto a la Defensa, es la columna vertebral del grupo. Después de una larga experiencia en el Pentágono y en la Secretaría de Estado, de haber sido embajador en Indonesia y profesor y decano de la Universidad John Hopkins, se autoconstituye en promotor de la lucha contra el terrorismo en su versión del choque de civilizaciones como una nueva guerra fría en la que el único enemigo son la religión y el mundo islámico. Que ha comenzado con Irak y seguirá con Siria, Irán, etcétera. ¿Y qué mejor protección para Israel que esta decretada obsesión bélica contra el islam? No lo digo yo, lo dice The New York Times. Claro que todo tiene un precio y éste es el de la extrema derechización por contagio de Sharon.

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